En District 9 tras la llegada de una enorme nave espacial a Johannesburgo (Sudáfrica), los alienígenas fueron encerrados en campos de concentración en calidad de refugiados. Unos veinte años antes, cuando los extraterrestres entraron en contacto con nuestro planeta, los hombres esperaban un ataque hostil, o un gran avance tecnológico. Pero nada de ello sucedió.

Mejor Dirección Novel (Asociación de Críticos de Chicago 2009)

  • IMDB Rating: 8,0
  • Rottentomatoes: 90%

Película / Subtítulo

Con malos ojos, District 9 es una pelí­cula de ciencia ficción pura y dura que no sabe estar a la altura de su planteamiento inicial –unos aliens llegados a la Tierra hace dos décadas viven restringidos en un gueto de Sudáfrica, en medio de una compleja realidad social en la que son mayoritariamente perseguidos y discriminados– y se transforma en una pelí­cula de acción por pura vagancia. Pero con buenos ojos, District 9 es una gran peli de ciencia ficción y de acción con un planteamiento extraordinariamente sólido para justificar la ensalada de hostias en la que termina convirtiéndose (40 minutos de tiros y explosiones prácticamente en tiempo real, una estructura muy parecida a la primera entrega de Matrix). Y sinceramente, Distrito 9 invita a ser favorable por muchos motivos.

La interpretación de su protagonista, Sharlto Copley, es uno de los principales. El segundo es la combinación de estilos: durante su primer tercio, el film es un reportaje televisivo que nos pone al dí­a de la compleja situación en el gueto de residencia de los aliení­genas, el District 9, un enorme barrio chabolista situado a las afueras de Johannesburgo; en su última parte, es una pelí­cula casi bélica rodada cámara en mano cuyas escenas de acción puede que no sean el colmo de la originalidad, pero desde luego están rodadas con una energí­a y una violencia brutales. El tercero son los propios extraterrestres, que ejemplifican todo lo bueno que tiene esta pelí­cula: puede que no se comprometa hasta el final con las relaciones sociales que describe entre humanos y aliení­genas, pero Neill Blomkamp, su director, es sudafricano y ha vivido la realidad del Apartheid, lo que le sirve por lo menos para examinar todas las dinámicas que conviven en el campo con la precisión suficiente (condiciones de salubridad, tráfico de armas y de alimentos, prostitución, gasto militar en control de población, etc…) y centrando durante buenas partes del metraje su mirada dentro de sus habitantes espaciales, sin cometer nunca el error de mirarles exclusivamente desde fuera, el gran problema de su abuela espiritual, Alien Nación.

Como este film (a redescubrir), District 9 elige tener una trama convencional de género, más que inventarse una firmemente basada en su planteamiento, y eso le impide ser una peli de ciencia ficción pura y dura (creo que Gattaca, Primer y Existenz son los últimos ejemplos con los que contamos). El caso es que la trama de District 9 también me funciona, por su protagonista y porque existe un suficiente número de escenas que la desarrollan y la preparan para la mencionada solfa de leches. ¿Simple?, sí­: Copley interpreta a Wilkus Van de Merwe, el estereotipo más cutre de funcionario; “yerno de”, con el sentido común de un Lemming y con cierta simpatí­a cí­nica hacia la raza a la que le han encargado echar a patadas del gueto: no comparte el desprecio brutal de la población y de la horda de mercenarios encargada de mantener la seguridad del campo, pero toda la operación le despierta la misma inquietud que al que  cambia un dí­a los juguetes de sitio. Wilkus es, simplemente, la cara amable del Gobierno. A Copley, que no se distingue por tener mañas de estrella, le han tirado un excelente papel: ni siquiera tiene por qué tener prestancia –como tení­a Clive Owen en Hijos de los Hombres–, tiene que inspirar dolor, asco e indignación. El suyo es el primer plano (donde el cabronazo parece Hitler). El suyo es el último plano. La transformación que se ha producido en él no puede ser más rotunda. No tiene que ser necesariamente un personaje mal dibujado: algunos héroes tienen todas sus caracterí­sticas definidas desde el primer momento (McClane, Riggs), otros van cambiando con el paso de los minutos, pero, eso sí­: echo en falta alguna escena que nos explique claramente por qué cambia Van de Merwe, por qué decide establecer definitivamente sus simpatí­as con los aliení­genas más allá de su propio interés. Eso hubiera terminado de desequilibrar la balanza a su favor de una vez por todas.

Los aliení­genas… bien. Los aliení­genas están representados por Christopher (voz de Jason Cope), padre soltero con un nivel de inteligencia sustancialmente mayor que el de sus compañeros refugiados. La pelí­cula parece definirlo como un cientí­fico. Es además un padre soltero. Él y su hijo son fuente constante de indignación por parte del espectador. Su raza son tratados como animales. Al margen de Wilkus, su historia contiene el mayor número de escenas emotivas: el niño echa de menos regresar a su planeta, Christopher necesita a Wilkus para conseguir que eso sea posible. Como Wilkus, Christopher trabaja por un interés más noble, pero interés personal al fin y al cabo. Sin embargo, a diferencia de Wilkus, moralmente no está obligado a establecer ningún tipo de simpatí­as con la raza que le oprime. Es decir: ¿hay acercamiento entre especies?. Pues no demasiado profundo. Otro acierto. Se nos transmite un mensaje poco conciliador, pero lógico y rotundo: un buen gesto no puede acabar con dos décadas de genocidio sistemático. Genocidio que culmina además en una de las mejores secuencias del año, que transcurre en un campo de tiro y en el que todas las ideas del film encajan finalmente en una escena bastante devastadora.

A nivel técnico es bastante sorprendente, la verdad. Renueva la esperanza de que se puede hacer cine ambicioso a bajo coste. District 9 ha costado 30 millones de dólares. Se nota, evidentemente: los personajes por ordenador carecen de la definición suficiente cuando los movimientos de cámara se aceleran y su integración en el entorno no es absoluta –aunque muy inteligentemente, los animadores nos proporcionan unos cuantos detalles claros: pisadas, sangre, manipulación de objetos–. Se echa en falta una mayor diferenciación entre los habitantes del gueto (medianamente justificable ya que se explica que todos pertenecen a una misma casta… pero aún así­, ainchs), pero el diseño no está nada mal, y en el caso del hijo de Christopher, es bastante, er…entrañable. La ventaja con la que cuentan es que la historia contribuye a que te sumerjas en su mundo y les aceptes, independientemente de la calidad con la que están realizados. Es la distancia que debe salvar Cameron con Avatar: si la historia es buena, la permisividad del público jugará a tu favor; si la cagas, ya te puedes gastar 30 millones o 300, el público sólo verá gatos azules de mentira.

Y para cuando la pelí­cula mete la quinta, es la quinta, con mayúsculas, y no te podrí­a importar menos que la nave nodriza parece, esto, un pequeño pelí­n pegada sobre el cielo de Johannesburgo. Madre mí­a, que chorrazo. Violencia para mayores de 18 con ví­sceras y grumos a tutiplén, todo ello montado con mucho brí­o, mucho ritmio y mucho sentido de la geografí­a: cuando los personajes corren hacia un lugar, sabes hacia dónde, y cuánta distancia les queda. Blomkamp sabe qué acciones filmar sin cortar el plano (un accidente de coche espectacular) y la banda sonora nunca obstruye. Y encaja con el tono de lo que hemos visto hasta el momento, la pelí­cula es repugnantita como ella sóla (un lector nos comentaba el sentido del humor con el que se abordaban las escenas que implican los “cambios” que atraviesa Wilkus, remitiendo a la labor de Jackson como productor, que parece recordar algo de su época gamberra, y no se equivocaba). Se pueden discutir algunas cosas sobre la profundidad de las ideas de Distrito 9, su escasa voluntad de jugarse el cuello y de no arriesgarse definitivamente dentro del género de la ciencia ficción social, pero como pelí­cula de acción, que es hacia lo que termina orientado sus esfuerzos el tiempo suficiente, es prácticamente modélica. Mucho más que un entretenimiento palomitero, da la sensación de ser una pelí­cula-pelí­cula, y, por último, el broche de oro a la cartelera de cine de verano, que se ha guardado su mejor representante para el final. (Rafa Martin  – lashorasperdidas.com)