En Domicile Conjugal, Antoine y Christine son una pareja de recién casados. Mientras él se gana la vida vendiendo flores secas por las calles de París, su mujer imparte clases de violín. Pasa el tiempo y tienen un bebé, pero Antoine, que sigue siendo un hombre emocionalmente inestable e inmaduro, tiene una aventura extramatrimonial.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 84%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cuando Francois Truffaut ―director emblema de la Nouvelle Vague francesa― vio por primera vez al joven actor de 14 años, Jean Pierre Léaud, algo le dijo que no sería un encuentro fortuito ni pasajero. Entonces, según cuenta la leyenda, supo que estaba frente a una proyección de sí mismo. De inmediato, Jean Pierre obtuvo el papel de Antoine Doinel, alter ego del director, interpretación que duraría cinco películas y casi 20 años. La primera, el clásico Les  Quatre Cents Coups (1959), sigue de cerca las rebeldías de niño de Antoine Doinel y la búsqueda de su lugar en el mundo. Tres años después, en Antoine et Colette (1962), Antoine vivió los avatares de un amor no correspondido. Más tarde, en Besos robados (1968), conoció al objeto de su afecto, Christine Darbon (Claude Jade), quien se transformaría en el amor de su vida en la pantalla.

Jean Pierre volvió a ponerse en los zapatos de Antoine Doinel en Domicile Conjugal (1970) la cuarta película antes de su último trabajo en conjunto, L’Amour en Fuite (1979). En el mundo diegético de Domicile Conjugal, Antoine está casado con Christine Darbon y viven en un condominio en París donde las paredes son delgadas, los pasillos estrechos y los vecinos demasiado curiosos. Mientras ella pasa las horas afinando su violín y enseñando música a niños adinerados, él se empeña en sacar adelante su precario negocio de decoloración y teñido de flores. Así, ambos construyen esta nueva realidad entre sentimientos reales y decorados ficticios, ante la vista atenta de todos quienes los rodean y proyectan sus expectativas en ellos. Mientras Christine, sonriente, luminosa e ingenua, espera al hijo de ambos y le sonríe a la vida, aunque todo se vea gris, Antoine deambula entre espacios cotidianos y realiza infructuosos intentos por encontrar su lugar en el mundo.

Consciente de que su negocio se marchita como una de sus flores decoloradas, decide ingresar al mundo laboral, donde conoce a una mujer japonesa, Kyoko (Hiroko Berghauer), con quién empieza un romance clandestino. A diferencia de Christine, quien hace frente a las locuras de Antoine, Kyoko sólo lo contempla, sonríe, le envía mensajes escondidos en tulipanes y le confiesa que “si tuviera que suicidarme con alguien, me gustaría que fuera contigo”.

Así, comienza a esbozarse el planteamiento central de Francois Truffaut, idea que toma diversas formas, pero que se repite en varias de sus películas: lo que parece demasiado perfecto, dentro de los cánones y sin error alguno, se torna infernalmente aburrido, y termina por arruinar el equilibrio de los personajes y su entorno.

Esta vez, Truffaut pone en aprietos a su pareja fetiche; los instala en un universo donde la privacidad es un lujo, donde los vecinos están demasiado cerca y poseen la peligrosa voluntad de opinar acerca de todo lo que ocurra en su territorio. Los une, aun sabiendo que provienen de mundos opuestos y que lo que antes los enamoró ―a él la delicadeza y “buen juicio” de Christine, a ella la desfachatez y espontaneidad de Antoine― ahora los separa. Les quita la voluntad de entenderse, pero no el amor. Y la prevalencia de lo uno en ausencia de lo otro, puede ser tan doloroso como destructivo.

“Eres mi hermana, mi hija, mi madre”, le confiesa Antoine a Christine, cuando el abismo entre ambos se ha hecho innegable. “Habría querido ser también tu esposa”, le replica Christine. Para los personajes del universo de Truffaut, el placer de ser pareja no radica en la pasión de un amor desbocado, sino en anhelar la inercia de la cotidianeidad. En definitiva, tener el privilegio de sentirse una pareja normal. (Paula Frederick – Cultirizarte.cl)