En Enough Said, Eva, una madre divorciada que trabaja como masajista, ve con temor la inminente partida de su hija a la universidad. Al mismo tiempo que tiene un idilio con Albert, un hombre dulce y divertido que también padece el síndrome del «nido vacío», hace amistad con Marianne.

  • IMDb rating: 7.1
  • RottenTomatoes: 96%

Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

 

Fue una explosión mayúscula de juventud. Un latido repitiéndose a mil por hora con arrítmica cadencia. Después, juegos y confesiones y silencios trémulos en lugares insospechadamente alejados y próximos a su vez. Os sentíais en una nube sin rumbo ni paradas, a placer y sin intereses que —luego, a continuación— acabarían cobrándose la peor factura: el hábito de soportar al otro. Esa cara, ese cuerpo, esos ronquidos, ese qué sé yo indescifrable que nos hace «ser» y nunca, jamás, a imagen y semejanza del otro. Aquel estado de éxtasis semiinconsciente que a menudo cristaliza en la sagrada institución del matrimonio. Hasta que la parca o la hipoteca (una forma de asesinato, o la muerte en vida) os separase, con la autoridad santiguándose o rellenando un simple formulario en un despacho no tan decimonónico, concluyendo «yo os declaro marido y mujer». Tú y tú. Plenitud incandescente. Todo iba bien y brillaba un sol muy propicio para hablar de metáforas que desembocan en tragedias. Y a veces, sólo a veces, incluso en bostezos de oso-hombre que muta categóricamente en sociópata adicto a los cannoli, a la pasta fría en tuppers y cubierta con papel de aluminio sobre estalagmitas de mozzarella rallada y escurridizos espaguetis que se escurren entre unos labios rojos como tomates. Aunque no era tal el caso. Porque vosotros, ay, decidisteis revitalizar el tópico de la pareja (im)perfecta. Tú, mujer poetisa. Tú, hombre historiador televisivo. Tú, mujer masajista de pelo negro. Tú, señor empresario admirablemente formal. Os casasteis a los treinta y pocos (ese pico sin vértice que nunca importa pero sí, porque la gravedad estira hacia abajo y sus efectos son cada vez mayores y más visibles cumplidos ya los treinta y muchos) y rápidamente tuvisteis una hija guapa y saludable. Erais felices, o todo lo felices que cabía esperar tras seis, quizá ocho años de matrimonio bajo el mismo techo. Nadie regala nada y las instituciones tienden a caer grave y lentamente cual asteroide perdido en un sistema sin sol. Apenas un foco irradiando luz negra. Ley de vida, os dijeron: naces, te desollas las rodillas, te enamoras y, con suerte, aún vives para contarlo sin haber querido. O para querer sin contarlo.

De alguna manera, todo se reduce a la mirada; hay que averiguar lo que no se ve, y sobreponerse a lo que nos golpea ambas retinas, si hubiese algo que ver y despejar de reojo, como quien elude la presencia de su pareja en la alcoba. Recién paridos a los cuarenta sobre sábanas blancas, preguntándose quiénes son; quiénes fueron una vez, ahora con las manos cruzadas en el pecho y con la mirada fija en el amarillo vainilla de esas cuatro paredes retráctiles, fatigados en una fase embrionaria previa a la extinción del fuego. Así, pálidos de la risa. Desnudos y sin ambición en ningún poro del tejido emocional. Ya seas joven o viejo o viejoven, la moraleja es fácil pero admite contrarréplicas: no te dejes engañar por el pasado. Lo anterior, visto desde el presente, es siempre subjetivo y sospechoso de malformaciones por el paso del tiempo. Y, también, a causa de la muy posible necedad del individuo en cuestión que gira la cabeza para ver quién (o qué) hay ahí. El Coco. Un exmarido incorregible, una exmujer egomaníaca. Y, entretanto, masajes. Del ego, pero en la vida real, donde cobra por fin vida tangible. Aquí, un mundo filtrado con temple. Padres, hijos y el Espíritu Santo ante una combinación de salsa boloñesa y no-susurros en la oscuridad casi absoluta del cine, mientras él rumia palomitas y ella comienza a sospechar, no sin el veneno del morbo post-traumático que se deja inyectar por su culta —e ignorante en esta cuestión— amiga y ex de ese titán con barba entrecana y voz reconociblemente gangosa.

Él: James Gandolfini. Ella: Julia Louis-Dreyfus. De ellos dispone la debutante Nicole Holofcener, cuya trayectoria como realizadora en televisión (Six Feets Under, Parks and Recreation) avala y colma el crédito —sea cual sea— invertido en Enough Said. Título que, paradójicamente, define una infinidad acaso miniaturizada, sin vueltas de tuerca ni simposios con sirope. Enough Said es una película sobre el miedo a las segundas o terceras derrotas en el amor; sobre la incertidumbre ante un futuro inminente que podría derribarlo todo, o aún peor, no tocar nada. Ni siquiera la piel. Ni siquiera viento. Apenas ese ojo que pasa y no mira, o sí, pero de reojo. Frío, distante. Divorciado de su gemelo, que desea mirar hacia el lado contrario, y lo consigue. Enough Said es una película con secundarios de lujo, nótese las presencias del siempre electrizante Ben Falcone y la sobria Toni Collette. Y por supuesto, esa mujer —la elegancia a pie de página, en un margen aún por descubrir— y actriz portentosa llamada Catherine Keener. Un gustazo para cualquier espectador con un mínimo de criterio. Ya lo sabíais. Esto sigue. Ayer y hoy, hasta la mejor hipoteca por firmar. Tanto dan los intereses que surjan por el camino. Tanto dan los golpes, lo sudado a los veinte y veinte años después. Luego de muchos cannoli y alguna que otra indigestión. Cuenta el clásico que es imposible hacer callar al pecho, cuyo lenguaje sólo reacciona a la tranquilidad del que no opone resistencia alguna. Que enmudece ante el mito, aquí y siempre a perpetuidad, un hombre normal refractario a la ordinariez. Los ojos de la bestia apacible. Frente a ti, cara a cara, sin eludir nunca el contacto rectilíneo. Sonriendo tímidamente, acechando a plena luz del día. A punto de hincarle el colmillo al último manjar prosaico. Así pues: despierta, oh gran monstruo, y sostén el arma.  (Juan José Ontiveros – ElAntepenúltimoMohicano.com)