En Francofonia, y durante la Francia ocupada, las autoridades nazis deciden proteger la colección de pintura más valiosa del mundo: el Museo del Louvre. Mientras Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich se encargaban de cumplir esta misión, grandes ejércitos arrasaban Europa causando inmumerables bajas.

  • IMDb Rating: 6,6
  • RottenTomatoes: 87%

Película / Subtìtulos (Calidad 1080p)

 

Dentro de la filmografía de Aleksandr Sokurov, Francofonia funciona como obra de síntesis. En el pasado, el cineasta ruso ha trabajado en formato documental en sus retratos de artistas como Alexander Solzhenitsyn y Dmitri Shostakovich, ha rodado docudramas -sobre Hitler (Moloch, 1999), Lenin (Taurus, 2001) e Hiro-Hito (The Sun, 2005)-, y se ha adentrado en el terreno de la ficción pura -Mother and Son (1997), Alexandra (2007), Faust (2011)-, mientras que en esta nueva película mezcla todos esos formatos a la manera de un cine-ensayo que, además, maneja algunos de los asuntos esenciales de su obra previa: los efectos pervertidores del poder y el punto de colisión entre arte, historia y política.

De todos modos, aquella de sus predecesoras con la que Francofonia más inmediatamente conecta es Russian Ark, virguería formal en la que el maestro se paseaba a lo largo y ancho del museo Hermitage de San Petersburgo para capturar 300 años de historia y de belleza en un único plano secuencia de 96 minutos. Ahora,Sokurov se centra en otro gran archivo del arte mundial: el Louvre, y particularmente el Louvre durante la ocupación nazi. Eso sí, si Russian Ark era una obra lineal por definición, Francofonia presenta una estructura incatalogable que alterna imágenes de archivo, fotografías, pinturas, voces en ‘off’, panorámicas a vista de pájaro de París, algo de animación y una sinuosa ‘steadicam’ que se pasea por los pasillos y estancias de la pinacoteca parisina, proponiéndonos otra forma de mirar retratos y esculturas.

¿Qué hace Sokurov con todo eso? Principalmente, viaja a la capital francesa durante la Segunda Guerra Mundial para reconstruir el complot orquestado a dúo por Jacques Jaujard -entonces director del Louvre-y el conde Wolff-Metternich -el funcionario que el Führer puso a cargo del museo-con el fin de salvar incontables obras de arte del expolio nazi. Su amistad, sostiene Sokurov, fue algo parecido a un embrión de Unión Europea y demuestra que incluso los rivales ideológicos pueden encontrar significados y propósitos comunes en una pintura. ‘Francofonia’ entrelaza ese relato con escenas en las que el director aparece recluido en su apartamento parisino, rodeado de libros, meditando sobre lo divino y lo humano y en ocasiones conversando por Skype con el capitán de un barco que transporta valiosas obras de arte a través del océano, acosado por un violento temporal. En otras palabras, el arte peligra. Podría perderse para siempre.
De hecho, casi todo en Francofonia funciona como metáfora de Europa y de la civilización en su conjunto Abriendo hueco entre ambas líneas narrativas, de vez en cuando vemos a un émulo de Napoleón paseándose por el Louvre, exclamando extasiado «c’est moi!» mientras contempla sucesivos retratos de sí mismo al tiempo que Marianne, el espíritu de la Revolución francesa, retoza a su alrededor y repite el lema “Libertad, igualdad,fraternidad”. Son escenas francamente tontas pero que, como el edificio en el que suceden, acarrean un alto significado simbólico. De hecho, casi todo en Francofonia funciona como metáfora:de Europa, de la civilización en su conjunto, del rol que los museos desempeñan en ella, perfilando nuestra comprensión del pasado y dialogando íntimamente con los órganos de poder y fomentando el afianzamiento de nuestras señas culturales.

En el proceso,Sokurov también se pregunta si, en tiempos de guerra, rescatar el arte merece el mismo esfuerzo que rescatar vidas humanas, aunque luego no ahonde en ese debate. Y es que el ruso, de hecho, se comporta como hacemos nosotros cuando visitamos un museo: salta de una idea a medio formar a la siguiente, a ratos retrocediendo un par de pasos para reconsiderarlas o dejándose distraer por los detalles; deambula entre el pasado y el presente, atraviesa el espacio arquitectónico y el histórico a través de una serie de efectos -perspectivas distorsionadas, colores degradados, personajes que se funden con pinturas- que nos adentran en un territorio casi onírico. Si lo dicho hace que Francofonia parezca un plomo, toca aclarar: no lo es. Pero el cine de Sokurov, es cierto, es más admirable a nivel intelectual Si lo dicho hasta ahora hace que Francofonia parezca un plomo, toca aclarar: no lo es. Todo el cine de Sokurov, es cierto, resulta más admirable a nivel intelectual que disfrutable a nivel visceral. Aquí, en todo caso, cada vez que la solemnidad y la espesura amenazan con imponerse el metraje se relaja a base de sarcasmo e intensidad emocional; y en todo momento, asimismo, la pasión que el autor invierte en sus reflexiones resulta contagiosa, y convierte este experimento en algo increíblemente rico y profundo, misterioso y deslumbrante, seductor y muy bello. Como un paseo por el Louvre. (Alejandro Alegré – ElConfidencial.com)