Hour of the Wolf transcurre en una isla donde viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan…
Mejor Actriz 1968 para la National Board of Review (NBR)
- IMDb Rating: 7,7
- RottenTomaotes: 90%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
La historia del cine consigna que, a partir de los años sesenta, la representación del horror en la cinematografía moderna cambia, ya no son extraterrestres o monstruosas criaturas quienes nos amenazan, ahora es el hombre mismo, el temor viene desde adentro, condición que provoca que el horror se vuelva antropocéntrico, esto es, situaciones que colocan al ser humano en los bordes de la locura y el deseo obsesivo. Con Hour of the Wolf, Ingmar Bergman complementa de manera magistral este universo de horror psicológico, a partir de un proceso creativo, una estética propia y una forma completamente diferente de presentar el miedo.
Como proyecto, Hour of the Wolf nació de un guión inicialmente titulado Los devoradores de hombres, que debió haberse filmado antes que Persona (1966). Las razones de la postergación son ahora poco importantes, porque la filmación de esta película tuvo una gran influencia en el film que nos ocupa. Los planteamientos de un vampirismo metafórico, símbolo inequívoco de una situación de crisis, y la pérdida de la identidad, tratados en Persona, tienen un importante reflejo en esta película, por ejemplo, a través de citar que el personaje de la ex mujer de Johan, Verónica, se apellida Vogler, igual que uno de los personajes de Persona, la insistencia de hacer sentir al espectador que se encuentra frente a una película, el miedo del artista que experimenta Elizabeth Vogler en Persona es el mismo que experimenta Johan.
Fundamental en la historia de la cinematografía, el film sienta algunas bases del cine que ahondará posteriormente en el tratamiento de las psiques perturbadas, es el cine que se anticipa a los trabajos de David Lynch (Lost Highway, 1999), David Cronenberg (Spider, 2002) y hasta Lars vonTrier (Antichrist, 2008), entre otros. Se trata de una obra personal con imágenes de un universo mental compuesto de laberínticos pasillos, sombras amenazadoras, atmósferas densas y una innegable sensación de locura. Sutilmente, Bergman crea una alucinación donde el delirio impera, en la mejor tradición de Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, F.W. Murnau, 1922) y El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, Robert Winne, 1920).
A pesar del manto aparente de terror que cubre la película, se trata más bien de una exploración a los rincones más oscuros de la condición humana, en las que se manifiestan las constantes de su autor; una película sobre el horror, probablemente la más sombría y perturbadora de toda la filmografía bergmaniana. Una obra en la que el cineasta sueco reflexiona sobre las relaciones destructoras que tienen lugar entre el artista y su público.
En el fondo, la narrativa es una historia de amor. Johan, un pintor, y Alma, su mujer, arriban a una isla desierta, un ámbito de tranquilidad que sirva como válvula de escape a sus problemas. Sin embargo, al caer la noche, las fisuras de su relación se hacen patentes, él vive atormentado por su pasado, cuyos secretos ella descubre clandestinamente al leer su diario y revisar su cuaderno de bocetos. Alma intuye la obsesión de su marido por su ex esposa, revelándole que ha leído su diario, y él le confiesa que ha matado a un adolescente que le tentó, provocó y atacó durante una sesión de pesca en un acantilado.
La confesión de ambos origina la aparición de una serie de personajes, a cuál más inusual, que les traslada literalmente a los terrenos de lo liminal, resultando difícil separar lo real de lo imaginario, se trata de sujetos excéntricos, burgueses, cuya maldad se asemeja a los vampiros, y que Bergman denomina antropófagos. Johan tiene una profunda obsesión por su ex mujer, que va más allá, provocando un insano deseo de fagocitarse con ella, de aprehenderla y fundirse como una sola carne, de ahí la proyección de un círculo de paranoia, obsesión enfermiza, incomunicación, homosexualidad reprimida, tragedia, angustia, necrofilia, crisis y muerte.
A lo largo de Hour of the Wolf, el pintor se transforma, pasando de un esposo amoroso a un artista atormentado, de un ser oscuro y confundido a un objeto finalmente devorado por sus propios miedos. Los caníbales no están afuera, sino adentro, son parte integrante de la realidad interna, reencarnación antropófaga de miedos, culpas y deseos reprimidos, que generan miedo, porque están dentro de uno mismo, no hay manera de evadirlos, ¿cómo escapar de uno mismo?
Al igual que en Persona, la historia abre buscando el asegurarnos de que estamos frente a un hecho cinematográfico; mientras aparecen los créditos podemos escuchar los sonidos propios de la filmación de una escena. El director busca la certeza de que como espectadores hayamos percibido el artificio, la ficción, la mentira. La narración, desde sus inicios, revela el mecanismo ilusorio y, en más de una ocasión, a lo largo de su desarrollo, esta situación vuelve a explicitarse.
En un magnífico ejercicio de síntesis narrativa, utilizando la cámara fija y con un plano medio de Alma, el audio desplaza a la imagen y el personaje cuenta todo lo que hay que conocer; a sus espaldas, el ulular del viento genera la atmósfera del film, la naturaleza rebelde como indicativo de la condición mental de los personajes, la soledad de la isla para recalcar el aislamiento; la isla, no como espacio físico, sino como lugar mental, como ubicación psicológica, terreno propio de la psique.
Desconcertante y atrayente, Hour of the Wolf permite, como en el momento de su estreno, aludir a una gran cantidad de matices y relecturas. Las espléndidas interpretaciones de Max von Sydow como el atormentado pintor, y Liv Ullman como contrapunto, resultan tan desoladores como el resto de los excéntricos personajes que les rodean. La banda sonora, sencilla y precisa, debida a la mano de Lars Johan Werle, acompaña las imágenes con la misma sutileza que lo hacen los prolongados silencios a lo largo del film.
Uno de los grandes aciertos es la fotografía en blanco y negro, debida a la cámara de Sven Nykvist, quien con su lente busca provocar fuertes contrastes entre luces y sombras, haciendo patente la influencia expresionista en Bergman, tanto desde el punto de vista estético como conceptual, en este sentido impera la tesis fundamental de la corriente expresionista, la interpretación subjetiva del mundo, donde lo imaginario y lo onírico se imponen sobre la realidad. El uso de blancos saturados en los exteriores y negros que van de las penumbras a las sombras da el toque enfermizo y fascinante, haciendo la historia hipnótica, provocando que siga el desarrollo de la trama como si de una realidad se tratase, sumergiéndose en ella, identificándose, permitiendo que sus emociones y razonamientos den respuesta a las abstractas interrogantes planteadas.
El monólogo de Alma, igual que el inicio, resume la naturaleza de la relación amorosa entre ellos; “¿Es posible que una mujer, después de vivir mucho tiempo con un hombre, pueda llegar a parecérsele? Quiero decir, si lo ama, ¿trata de pensar y ver como él?, la pregunta, lejos de aclarar vuelve más ambiguos los planteamientos de la película. El silencio y la oscuridad de la noche jamás han estado tan llenos de significado. (Jesús Dominguez López – ElEspectadorImaginario.com)
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