En Joker, Arthur Fleck vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora.
León de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de Venecia 2019
- IMDb Rating: 8,7
- RottenTomatoes: 88%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Quizás Joker no se parezca a ninguna otra película de superhéroes pero sí se parece a muchas otras. Un crítico norteamericano imaginaba un futuro en el que se hicieran remakes de todas las películas convencionales que conocemos pero protagonizadas por superhéroes. Y el concepto era tan espeluznante como posible. Si bien ya está bastante instalado el concepto de que cada superhéroe se acerca a un género específico (comedia, thriller, western, policial, etc.), en general existe un punto determinado en el que todas esas películas vuelven a ser sobre su propio y particular subgénero. Hasta Logan, acaso la experiencia más radical en esto de escaparse de lo previsible en el tema hasta llegar a este Joker, no abandonaba del todo el fantástico. Todd Phillips (War Dogs), en cambio, se libera casi por completo cualquier conexión con el subgénero. Pero no necesariamente en pos de la originalidad sino para tener, en otro lado, una base firme sobre la que sostener su andamiaje.
Joker es, de manera evidente, una relectura del cine clásico de Martín Scorsese, fundamentalmente de películas como The King of Comedy y Taxi Driver, de quienes toma el tipo de personaje, la trama principal y las secundarias, su mítico actor y hasta el universo y paisaje visual. Todo eso que está en Joker y que llama la atención a muchos espectadores, puede ser llamativo o inesperado al estar aplicado a un personaje de cómics, pero no lo es para cualquiera que haya visto esos clásicos. De hecho, es tan fuerte y clara su influencia que Scorsese debería cobrar algún tipo de derecho de autor. No es cita, referencia ni homenaje. Por momentos es facsímil. Imitación.
Aquí es donde el asunto se enreda. Pese a todo lo dicho antes, Joker es una película por momentos apasionante, brutal, cruda y espeluznante. Los motivos están a la vista. Por un lado el film en sí es cinematográficamente muy potente y, más allá de algunas torpezas de puesta en escena (el formato “ante la duda, música y cámara lenta” aparece varias veces para resolver problemas y crear climas), Phillips toma al espectador del cuello y se lo lleva a la rastra. Por otro, la actuación de Joaquin Phoenix en un rol para el que parece haber nacido, es conmovedora y brutal. Y por último, el tema quizás más inasible e interesante de todos los que propone de Joker: su inquietante y ambigua lectura política, algo que también traían aquellos films de Scorsese.
Joker es una “origin story” como tantas del género y, en ese sentido, puede ser comparable a las decenas que vimos en el mundo de los superhéroes y sus villanos. Solo que al salir de este costado específico del universo DC, el de Batman, que en general trabaja personajes sin superpoderes más allá sus enrevesadas psiquis, la historia se presta mucho más para ser contada en un contexto realista. Cuando arranca la película y un personaje dice, en broma, que en Gotham (o Ciudad Gótica, cómo le decíamos décadas atrás) hay una plaga de super ratas que sólo puede ser combatida con súper ratones, es lo más cercano a un guiño al género. Acá no hay ningún súper nada. Más bien al contrario. Es un submundo de subhumanos que poco y nada pueden hacer para escapar del infierno. Batman todavía no ha llegado y no hay quien pueda ayudarnos. Ni parece haber a quién ayudar.
Gotham es la Nueva York de fines de los ‘70 y principios de los ‘80, la que vimos en las películas antes citadas o en la actual serie The Deuce, antes de que se transformara en un parque de diversiones de sí misma. La misma mugre, peligro y depresión. Los mismos personajes a punto de estallar por el caos que los circunda y por su propia inestabilidad mental. Arthur Fleck, antes de querer llamarse “Joker”, podría haber usado el nombre de Travis Bickle o Rupert Pumpkin, los antiheroicos protagonistas de Taxi Driver y The King of Comedy. Es ese tipo de personaje que lleva su tortura a cuestas y que se siente negado y ninguneado por casi todos.
En el caso de Arthur, los frentes son varios. Están sus colegas que trabajan como payasos callejeros y se burlan de él, la gente en la calle que lo ignora o agrede, las autoridades que no lo atienden o lo echan a patadas, los presentadores de televisión que se mofan de su falta de talento (Arthur es un aspirante a stand up comedian que no hace reír a nadie), las mujeres que no le prestan atención alguna. Y así. Los severos problemas psicológicos de “Happy” (el sobrenombre que le puso la madre, la única que parece quererlo) hacen combustión enfrentados al agresivo mundo real. Y el tipo es una bomba de tiempo, capaz de explotar en cualquier momento y ante cualquier situación.
Hay un aspecto de Arthur que es particularmente problemático. Por algún motivo que conoceremos más adelante, el hombre tiene una extraña “condición” que lo hace reírse en los momentos más inapropiados, generalmente ante una situación incómoda o que lo enerva. Esa risa salvaje, que puede ser llanto o las dos cosas a la vez, genera un igualmente incontrolable fastidio o furia en quienes lo escuchan. Y ese suele ser el metafórico disparador de muchos de sus tensos encuentros con casi todo el mundo. Es un freak literal: lleva su extravagancia en la cara.
Uno de los mayores méritos del film es evitar el clásico conflicto central con un villano (o un héroe, en este caso), lo que suele ser el gran problema de estas historias originarias. Fleck tiene varios problemas alrededor y es la suma de todos la que va haciendo aumentar su locura exponencialmente. Los ligados a su pasado familiar, un encuentro violento en un tren subterráneo y su conflictiva relación de amor-odio con un famoso conductor de televisión (Robert De Niro, protagonista de los clásicos de Scorsese aquí revisitados pero en el rol que ahora hace Phoenix) corren en paralelo en un mundo en el que no hay ningún enemigo específico porque todos lo son.
Al hacernos “entender” solo la patología y los problemas de Fleck (los demás, para el espectador, son malos porque sí), el film nos pone de su lado. Y ahí es donde Joker entra en esa zona problemática en la que también entraban los films de Scorsese que cita. ¿Es audaz, peligroso y problemático poner al espectador, especialmente algunos de los que ven este tipo de films, en la cabeza de un demente que, sin quererlo, podría hasta liderar una revolución de los desposeídos y marginados del sistema a punta de pistola?
Phillips sigue la lógica del cine que homenajea: cada quien ve lo que quiere ver. Algunos sentirán que es una defensa de los oprimidos y ninguneados por el sistema y el poder político/económico, otros lo verán como una crítica a cierto brutal empoderamiento de esos hombres blancos que sienten que pierden su lugar en el mundo (una revolución más bien reaccionaría, con Joker como una suerte de Trump liderando a los “deplorables”), algunos se centrarán en la locura y la falta de un sistema de salud que proteja a las personas con problemas, otros en la facilidad con la que cualquiera puede conseguir y usar armas. Y así. Phillips no juzga ni dice cómo interpretar lo que vemos. Y esa libertad de acción puede ser considerada bienvenida pero también una forma de no jugarse ni tomar partido.
En medio de todo eso está el elemento humano, el que nos hace sentir todas estas ideas en el cuerpo. La película no sería más que una tesis universitaria sobre cómo transformar películas clásicas en films de superhéroes de no ser por la actuación abrumadora de Phoenix. Todos sabíamos que lo podía hacer pero, de todos modos, nos sorprende ya que no solo lleva sus heridas emocionales en el rostro sino que en todo el cuerpo. Es una especie de solo de danza, un ballet unipersonal trágico y violento en el que un hombre se dobla y contorsiona tratando de esquivar el dolor, liberar la furia y soltar amarras de una vez por todas del mundo real. Y es conmovedor y repulsivo a la vez, un psicótico de actitudes repudiables con el que no podemos evitar, por momentos, sentirnos identificados. Y esa es la incomodidad central de la película. La que la hace fascinante y complicada.
Este Joker no es un “agente del caos” como lo era el de Heath Ledger en The Dark Knight. O al menos no lo es en forma consciente. No puede ser líder de nada ni posee cualidades de mando, ni siquiera de sus propias y extemporáneas reacciones. Es un tipo con un severo daño psicológico que siente que el mundo le debe un reconocimiento que claramente no merece. ¿Qué se hace con gente como Fleck? Es algo para lo que ni el cine ni la sociedad (especialmente la estadounidense) parecen tener respuestas. En un mundo sin héroes, los villanos son lo más parecido que existe a los rebeldes. Esto dicho como la propia película: ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)
Share your thoughts