Las Hijas del Fuego escapa a cualquier intento de categorización, y desafía al espectador con una búsqueda tan explícita como tangible, la de sus protagonistas y su propia erótica en un mundo que desdeña el placer de los sentidos.
Mejor Película en la Competencia Argentina en el BAFICI 2018
- IMDb Rating: 5,6
La nueva película de la directora de Los Rubios –que también se exhibe en el festival– es una de las propuestas más audaces del cine argentino no ya en el BAFICI sino en su historia. Definible vagamente como una película porno lésbico, es en realidad una mezcla de road movie feminista, celebración del deseo y el placer, y el manifiesto político más potente del festival.
Tras Cuatreros, Carri tira –literalmente– toda la carne al asador para contar una historia pansexual de cuerpos, besos, caricias, masturbaciones, peleas, fugas, comidas, encuentros, reflexiones, cine y más sexo (de a dos, de a tres, de a cinco, de a siete) que arranca en Tierra del Fuego y avanza, casi como movimiento político que suma seguidores a su paso, hacia otras zonas de la Patagonia acumulando más chicas en un recorrido que deviene territorio de exploración sexual y amorosa.
Con algunas reflexiones en la voz en off de la propia Carri, la película empieza con la relación de pareja entre una chica, cineasta, que viene de la Antartida y otra, experta nadadora, que la espera en Tierra del Fuego. En un bar se meten en una pelea con unos tipos que las tratan de “tortas” y allí conocen a una tercera, experta en box. Así es que, entre francas escenas de sexo entre dos o tres (y también individuales con o sin todo tipo de objetos), empieza una suerte de fuga a lo Thelma & Louise que va acumulando gente en el camino, liberando a otras de maridos violentos o situaciones desagradables en un paso militante que se lleva por delante cualquier tipo de opresión de género.
Seguramente Las Hijas de Fuego llamará la atención por sus muchas y diferentes escenas de sexo entre las chicas (la larga masturbación que cierra la película es un plano en el que el placer personal toma carácter de manifiesto), pero lo que el filme logra es insertar esa suerte de orgiástico recorrido en un análisis sobre la mirada femenina, el sexo y el cine. Es un filme más político que polémico (salvo que alguno se ofenda por un threesome de chicas en una iglesia, digamos) y que funciona a modo de declaración de principios. Un intento de tomar las riendas en un cine –y en una sociedad– en las que el sexo sigue siendo un tema complicado y problemático. Aquí funciona como un manual de felicidad y como máquina de matar fascistas. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)
El porno como forma de representación. El porno como género audiovisual. Dos descripciones y discusiones teóricas dispares pero, al mismo tiempo, íntimamente ligadas. Las Hijas del Fuego, la nueva película de Albertina Carri –ganadora del premio mayor en la competencia argentina del último Bafici– puede ser definida de muchas maneras pero, en esencia, es una película política. Como, de manera diferente, lo era la anterior Cuatreros. “El problema nunca es la representación de los cuerpos. El problema es cómo esos cuerpos se vuelven territorio y paisaje frente a la cámara”, afirma la voz en off de una de las protagonistas, cineasta como Carri y, por esa misma razón, posible alter ego de la realizadora. El encuentro de ese personaje con otra joven, habitante transitoria de Tierra del Fuego, se produce al comienzo mismo del relato y lo que se desliza a continuación es una declaración tanto física como intelectual: el deseo de estar y de permanecer juntas. Hace tres o cuatro años que ambas están “en pareja”, aunque sólo se le ocurrirá a alguien hablar de algo parecido al noviazgo cuando surja la posibilidad de visitar a la madre de una de ellas. Compartimientos, lugares establecidos, rótulos, que la película pondrá en constante desequilibrio e intentará destruir desde sus cimientos para poder así, con las piezas resultantes, construir otra cosa.
Y, desde luego, ahí están la genitalidad y el sexo –que Carri pone en pantalla a los pocos minutos de comenzada la proyección–, alejados tanto de la simulación del cine convencional como del formateo del hardcore comercial, en particular de ese “lesbianismo” heteronormativo de fácil consumo y digestión. Carri anticipa lo que vendrá: un dildo de dos puntas penetra a ambas y el movimiento sincrónico lo transforma en una extensión de sus propios deseos. La chica afirma que su próximo proyecto es “una porno” y, a partir de ese momento, esa película imaginada dentro de la película real se convierte en espejo. Poco después, una pelea en un bar con un grupo de muchachos dispuestos a la discriminación y la ofensa automática transformará a la pareja en un trío, que de allí en más no hará más que sumar nuevas órbitas hasta transformarse en grupo, en sistema (el colectivo de mujeres encargadas de darles vida incluye actrices no profesionales y otras con extensa experiencia teatral). “Hay algo del goce que es irrepresentable”, afirmará la voz, y Las hijas del fuego –título tomado del libro de cuentos de Gérard de Nerval, que uno de los personajes lee atentamente– se hace cargo de esa imposibilidad, al tiempo que intenta contradecirla, dialéctica formal que hace latir a la película en su totalidad.
Más allá de cualquier teorización sobre acto y representación, fondo y forma, la de Carri es también una particular road movie que le guiña el ojo tanto a Thelma y Louise como a Baise-moi, de Virginie Despentes, aunque sin las marcas convencionales de la primera ni la pulsión trash de la segunda. ¿Es la secuencia de sexo al aire libre, con fondo de montañas nevadas e iluminación sólida y pareja, una parodia de tantos polvos reales cimentados por el porno con el correr de las décadas? ¿O, por el contrario, la película se termina haciendo cargo de una tradición heredada? Difícilmente puedan discutirse en los mismos términos las dos escenas de sexo que le siguen, ambas deslizadas hacia el territorio de la fantasía: una pequeña orgía en plena nave de una iglesia, con traje de neopreno apretando la carne y música de Ennio Morricone, y un segmento onírico que va del blanco y negro al color, del found footage a los bigotes postizos.
Las hijas del fuego construye algunas trampas con las cuales termina tropezando, como la figura de la “invitada estelar”: tanto Erica Rivas como Cristina Banegas y Sofía Gala interpretan breves papeles, a su vez representativos de ciertos tipos femeninos, que más allá de sus aportes puntuales se sienten como desvíos un tanto innecesarios. La poesía formal le cede finalmente el terreno a la poesía cinematográfica: un complejo y bellísimo plano-secuencia pone en escena un posible paraíso terrenal, fantasía y utopía, seguido por el registro sin pausas ni cortes de una masturbación. En ese plano casi fijo de varios minutos, heredero indirecto del cine de los hermanos Lumière, Carri cierra magistralmente su ensayo cinematográfico: una paja es apenas una paja, pero también puede ser mucho más. La potencia de esa imagen radica, precisamente, en su duración, que logra devolverle al contenido toda su naturalidad, su normalidad. Alterando las palabras del título del film de Rosa von Praunheim, “no es perversa la imagen, perversos son el contexto y la mirada”. (Diego Brodersen – Página12.com.ar)
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