En Le Gamin au Velo, Cyril, un niño de once años, se escapa del hogar, donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. Lo que Cyril se propone es encontrarlo. Después de llamar en vano a la puerta del apartamento donde vivían, para eludir la persecución del personal del hospicio, se refugia en un gabinete médico y se echa en brazos de una joven sentada en la sala de espera. Así es como, por pura casualidad, conoce a Samantha, una peluquera que le permite quedarse con ella los fines de semana.
Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Cannes 2011
Mejor Guión en los Premios del Cine Europeo 2011
  • IMDb Rating: 7,4
  • RottenTomatoes: 96%

Película / Subtítulos

Cuando se habla de cine combativo, comprometido y reivindicativo salen a la palestra una plétora de autores (no sólo) europeos que a lo largo de su filmografía abordaron distintos conflictos sociales. Ken Loach, Robert Guédiguian, Constantin Costa-Gavras, Fernando León de Aranoa y, cómo no, los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne son algunos de ellos. Cada uno con su estilo, cada uno centrado en sus parcelas de interés. Unos comprometidos con las condiciones de vida de los trabajadores, con los sectores más marginales de la sociedad y otros con los avatares políticos. Los hermanos Dardenne, que son los que nos ocupan, han desarrollado más de dos décadas de cine social, sin ánimo alguno de encasillarlos con etiquetas. Una filmografía reconocible. Con denominación de origen. Sus películas son retratos enérgicos, repletos de personajes, preferiblemente jóvenes, marginales y excluidos. Con un estilo formal y narrativo muy diáfanos. Filmes en los que forma y fondo van de la mano. Un universo cinematográfico que ha contado con el reconocimiento de una Espiga de Oro como Mejor película en la Seminci de Valladolid –La promesa (1996) con la que obtuvieron, por primera vez, el beneplácito de la crítica internacional y consolidaron un estilo propio–, dos Palmas de Oro en Cannes –Rosetta (1999) y El niño (2005)– y un Gran premio del jurado, también en el Festival de Cannes –Le Gamin au Velo (2011)–. Hasta la última La Fille Inconnue.

Con Le Gamin au Velo, los hermanos Dardenne, continuistas en esencia, rompieron con algunas de las premisas de su cine para contar, citando sus propias palabras, «un cuento de hadas». El protagonista es un crío, Cyril, que se encuentra en un hogar de acogida. Su padre lo abandonó con la promesa de regresar pasado un tiempo. Su mayor fijación es recuperar su bicicleta negra y emprender la búsqueda de su progenitor. En medio de esa pesquisa, en pos de su pequeño tesoro de dos ruedas, conoce por casualidad a Samantha, una peluquera del barrio. Ella, en un acto de altruismo bellísimo, decide acogerlo durante los fines de semana. Este es el punto de partida de la historia más conmovedora, que no sentimentalista, de la filmografía de los belgas. No sé si su mejor película, pero posiblemente la más brillante, en todos los sentidos. Adolece de ciertos recursos manidos, faltos de originalidad. Más bien redundantes a lo largo de su obra –como esos padres desmesuradamente fríos y distantes, capaces de abandonar a sus hijos por un futuro mejor o un puñado de euros, sin derramar una mísera lágrima–. También hay alguna que otro disyuntiva desatinadamente previsible y maniquea. Incluso un joven camello excesivamente caricaturesco y parodiable, en el que Cyril busca un sucedáneo paternal. Hasta aquí, lo más negativo.

¿Por qué, entonces, la más brillante? Sin atender a valoraciones subjetivas, es una evidencia que Le Gamin au Velo es más luminosa que sus películas anteriores. No existe esa atmósfera gris, apagada, deprimente. La fotografía es muy alegre. Ambos directores rodaron en verano con el objetivo de hacer un filme con más brillo, con más colorido. En consonancia con una visión menos pesimista de la realidad. Acorde con el mensaje de amor, bondad y solidaridad latente. Buscando imágenes menos sórdidas, enriqueciendo las escenas con una mayor carga expresiva a través de la música, algo prácticamente ausente en sus piezas anteriores. Hay también en Le Gamin au Velo, algunas variaciones técnicas, si bien es cierto que siguen abundando los primeros planos del protagonista, no existe esa suerte de cámara persecutoria de Rosetta o El hijo. Las escenas, a su vez, están rodadas a una altura diferente de lo que es habitual, con ángulos bajos; debido al simple deseo por parte de los realizadores de adoptar el punto de vista del niño. Todo está enfocado, sin una ternura azucarada, al optimismo –de ahí el personaje de Samantha, posiblemente el más bondadoso de cuantos hayan creado–. El mérito de la jugada, el secreto de su brillantez, reside en el no abandono de su universo descarnadamente realista –apunte subjetivo–. Enriquecieron su paleta de grises con tonos más cálidos. Un giro que sus fieles, y no tan fieles, agradecerán.

La historia es un peregrinaje cuya meta es el amor. Cyril anhela el regreso de su figura paterna y ante los múltiples desengaños picará de flor en flor en busca de reciprocidad afectiva. Desde su conflictividad inicial hasta la canalización de su ira. La acción se desarrolla prácticamente en tres espacios, la ciudad donde Cyril vivía con su padre, y con la peluquera más tarde; el bosque donde se encuentran los múltiples peligros; y la gasolinera, lugar de transición entre una etapa evolutiva y otra. Escenarios de un viaje plagado de obstáculos, donde la criatura sólo encuentra el manto protector de su hada madrina –Samantha–. Los hermanos Dardenne hablan, por primera vez, de la devoción afectiva como realidad latente. La filman. Desde la inocencia de un niño se dibuja la ética del desinterés. Una película pequeña que se agiganta a su fin por su carácter humano. Sin caer en la empalagoso ni en lo melodramático. Tan descriptiva como sus filmes anteriores, pero mucho más expresiva. Menos voraz. Tan espontánea como una sonrisa. Mérito no sólo de la pareja realizadora, también de los dos protagonistas. La naturalidad exhibida por Thomas Doret roza la epopeya. Un ejercicio de realismo con dos caras, el lado áspero y el lado tierno. Una historia demoledora pero con margen para la redención. Quizás Le Gamin au Velo, no sea la mejor, pero sí la más bonita (Andrés Tallón Castro, ElAntepenúltimoMohicano.com)