En L’enfer Nelly y Paul son una pareja feliz. Mientras él dirige el bonito hotel que acaba de comprar en el campo, a orillas de un lago, ella cuida del hijo de ambos. Pero, como Nelly es muy hermosa y atrae a todos los clientes del hotel, Paul, dominado por unos celos incontrolados y obsesivos, llega a creer que su mujer se acuesta con todo el mundo.
- IMDb Rating: 7,0
- RottenTomatoes: 74%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Henri-Georges Clouzot, el mítico responsable de Le Corbeau, Quai des Orfèvres, Le Salaire de la Peur, Les Diaboliques, Le Mystère Picasso, entre otras obras maestras del cine francés, después de la estupenda La Vérité, se sumerge en la depresión debido primero a la muerte de su esposa de un ataque al corazón, Véra Gibson-Amado, actriz de Le Salaire de la Peur y de Les Diaboliques, y segundo al vilipendio al que era sometido a pura hipocresía por parte de algunos cineastas de la Nouvelle Vague de fines de los 50 y principios de los 60 porque lo relacionaban con ese cine del pasado con el que había que romper para modernizar el ámbito cultural galo, cuando al mismo tiempo alababan a artistas bien foráneos como Alfred Hitchcock que en esencia compartían todas las características autorales de Clouzot. El señor con el transcurso de los años terminaría casándose de nuevo, ahora con Inés de González, y concebiría un proyecto destinado a ganarle a los directores vanguardistas de entonces en su propio terreno, L’Enfer, un retrato alucinado de la locura y los celos que siente el dueño de un hotel, Marcel (Serge Reggiani), por su bella y más joven esposa, Odette (Romy Schneider), una propuesta que entre diversas referencias a En Busca del Tiempo Perdido, de Marcel Proust, y la Divina Comedia, de Dante Alighieri, combinaba la fotografía en blanco y negro, destinada a la realidad de la siempre tormentosa relación, y su homóloga pomposa en color, en este caso para explicitar las fantasías y los delirios exacerbados del hombre, hasta llegar a un clímax psicodélico hiper sesentoso vinculado a la tragedia por venir y sustentado en artilugios novedosos como lentes deformantes, dispositivos lumínicos giratorios y hasta juegos cromáticos que funcionarían como equivalentes ópticos de la esquizofrenia y de la psicopatía. El barco artístico comenzó a hundirse cuando Reggiani abandonó el set de filmación por una enfermedad enigmática, Jean-Louis Trintignant llegó como reemplazo pero el asunto no prosperó, un lago que sería una locación fundamental estaba a punto de ser vaciado y encima el propio Clouzot sufrió un repentino paro cardíaco, provocando que el rodaje se detuviese de manera ya definitiva, a posteriori de apenas tres semanas de haber comenzado, y desencadenando problemas profesionales futuros para el realizador en sí porque en adelante casi ningún productor y casi ninguna aseguradora se arriesgarían a trabajar con él a sabiendas de su cada vez más deteriorado estado de salud.
Más allá del hecho de que el director luego retomaría algunos elementos de L’enfert en la que sería su última película, La Prisonnière, de 1968, como por ejemplo el desenlace deslumbrante y la dialéctica de la sospecha, las humillaciones y el deterioro mental escalonado de nuestro antihéroe, el proyecto volvería a resucitar en dos ocasiones más, de manera bastante literal mediante L’Enfer d’Henri-Georges Clouzot, interesante documental de Serge Bromberg y Ruxandra Medrea que reconstruye la obra fallida y sus entretelones a partir del material que entregó la viuda a los realizadores y pudo rodarse aunque sin sonido, por ello se utilizó a los actores Bérénice Bejo y Jacques Gamblin en las escenas en las que eran necesarios los diálogos, y de modo ya más laxo y/ o heterodoxo a través de L’Enfer, exégesis de Claude Chabrol de la epopeya inconclusa basándose en nada más y nada menos que el guión original de Clouzot y su colaborador José-André Lacour, ese que Inés de González le vendió al amigo Claude porque sabía que le haría justicia gracias a una clara sensibilidad compartida con su marido, fallecido en 1977, lo que desde ya nos habla del carácter de “oveja negra” de Chabrol dentro de la Nouvelle Vague y en general los críticos de cine devenidos realizadores cercanos a la revista insignia del colectivo, Cahiers du Cinéma, ya que el susodicho no tenía problema alguno en mostrarse como un admirador del suspenso a la francesa de Henri-Georges y su estudio impiadoso de las miserias sociales europeas, el cotilleo, la frustración y aquella perfidia ultra fetichizada. Si pensamos a la película que nos ocupa desde el punto de vista de la carrera de Chabrol, éste estaba lejos de sus mejores épocas, léase la pentalogía del Ciclo de Hélène, La Femme Infidèle, en 1969, Que la Bête Meure, en 1969, Le Boucher, en 1970, La Rupture, también del mismo año, y Juste Avant la Nuit, de 1971; y venía de una meseta cualitativa algo preocupante durante la década del 80 que se estaba cortando poco a poco de la mano de propuestas cada vez más admirables como Une Affaire de Femmes, de 1988, Madame Bovary, en 1991, y Betty, en el 92′, basadas en trabajos literarios de Francis Szpiner, Gustave Flaubert y Georges Simenon, respectivamente, por lo que necesitaba de un proyecto bien robusto que le permitiese seguir brillando, expectativa ambiciosa que L’enfert no sólo satisface sino que excede ya que le dejaría todo servido para rodar luego la que sería su última gran obra maestra, La Cérémonie, protagonizada por unas en verdad gloriosas Sandrine Bonnaire e Isabelle Huppert.
En L’enfer de Chabrol la pareja protagónica está compuesta por Paul Prieur (el eficaz François Cluzet), un casi cuarentón y empresario incipiente que monta su propio hotel con ahorros propios, un dinero heredado de su madre y un jugoso préstamo bancario que lo acorrala en deudas, y Nelly (Emmanuelle Béart, bomba erótica inconmensurable), una veinteañera alegre y algo frívola a la que conoce por una amiga en común, Marylin (Nathalie Cardone), empleada de un típico videoclub de los 90 que es mucho más afín a la chica que al hombre. La pareja se enamora, contrae matrimonio, se dedica a administrar el hotel y sus empleados, entre los que sobresale la recepcionista Clotilde (Sophie Artur), y hasta tiene un hijo, el pequeño Vincent (Louis De Leotoing d’Anjony), no obstante las cosas comienzan a ennegrecerse debido al insomnio del hombre y su predisposición a escuchar voces en su cabeza que lo alertan sobre el comportamiento de su esposa, una ninfa muy bella codiciada por todos los machos de la región campestre paradisíaca en la que está asentado el hotel, muy cerca de la orilla de un lago. Al compararse con una pareja veterana que aún mantiene viva la llama de la pasión y se aloja habitualmente en el establecimiento de Prieur, el hilarante matrimonio Vernon (Jean-Pierre Cassel y Christiane Minazzoli), y con otro hotel cercano y más exitoso que asimismo recibe turistas de París que pretenden abandonar el bullicio metropolitano en pos de la tranquilidad del ámbito bucólico, como le comenta al médico del clan, el Doctor Arnoux (André Wilms), incluso diciéndole que la competencia le pasa una comisión a los chóferes de ómnibus para que les lleven contingentes, Paul no puede manejar la ansiedad y sus diversas preocupaciones económicas y laborales a pesar de la aparente felicidad con su mujer y vástago y así termina preso de una espiral de degradación psicológica que abarca llanto, desconfianza, paranoia, alcoholismo, desvaríos de infidelidad, acoso y seguimiento para con su mujer, alienación, golpes, soledad, calumnias varias, denigración, encierro y constantes interrogatorios en relación a su vínculo amistoso con un mecánico de la zona, Martineau (Marc Lavoine), con quien la muchacha participó en una sesión de esquí náutico que a su vez se transforma en núcleo de toda clase de maquinaciones por parte del varón. Haciendo el ridículo en público con sus escenas de celos y enajenándose a los Vernon y a otro huésped frecuente, Duhamel (Mario David, actor que tuvo un mínimo rol en el opus inconcluso), que desprecia el video y anda siempre con una cámara rodando en fílmico, el protagonista masculino se comporta ante Nelly como un psicópata imparable que pasa de insultarla y pedirle perdón a encerrarla en el cuarto compartido y atarla a la cama conyugal.
L’enfer de Chabrol es una película mucho más realista y prosaica que la que había planeado y empezado a filmar Clouzot, en cierto sentido más cerca de la neurosis, la experimentación y el éxtasis tanto creativo como lunático, sin embargo mantiene la estructura narrativa ideada por su colega, buena parte de los diálogos y desde ya las correlaciones simbólicas de los distintos actos en los que está dividido el relato a nivel macro, empezando por un prólogo que nos presenta el ámbito campestre celestial y avanza años en pocos minutos de metraje porque representa el paraíso de la etapa inicial de la pareja, esa del conocerse, casarse y engendrar al desdibujado Vincent, purrete que pasa sin más a un segundo plano ante los problemas matrimoniales, continuando por un nudo símil etapa intermedia o purgatorio invertido en el que la acción se concentra ya en el hotel y comienza a lentificarse pero aún conservando cortes abruptos entre las escenas para indicar la fragmentación psíquica de un Prieur que derrapa hacia la bebida blanca, la pérdida paulatina de memoria, los episodios de depresión aguda, el cuasi autismo y esa andanada de acusaciones desproporcionadas contra Nelly que dejan paso a pedidos de perdón y después a más y peores injurias y vejaciones, y finalizando con un remate, ya plenamente en el infierno del título y con los personajes sin poder sustraerse de una claustrofobia emocional simbolizada en la habitación de la pareja, que apuesta directamente a congelar la trama/ el tiempo vivenciado porque el hombre ya no puede distinguir entre la realidad y sus truculentas fantasías, esas que juegan con la idea del homicidio de Nelly debido a que nada de lo que el dúo pueda hacer en la praxis mundana le dará la anhelada paz mental con respecto a esa clásica inseguridad de la burguesía en relación a todo lo obtenido hasta el día de la fecha y los problemas que pueden esconderse sin ser nunca percibidos, una latencia de sabotaje bien paranoica que en vez de prevenir las catástrofes las termina provocando porque el sujeto se convence de que algo siempre tiene que estar mal o fuera de lugar en una coyuntura a simple vista perfecta. Esta lógica del individuo posmoderno de buscar los problemas en su pretensión de arreglar algo que no está roto, lo que por otro lado incluye la paradoja de dejar pasar sin solución inconvenientes y dilemas muy serios, está representada no sólo en la célebre placa de los últimos segundos, ese “sin final” con Nelly todavía atada y Paul delirando después de una breve secuencia pesadillesca más cerca de Brian De Palma, John Carpenter o quizás Dario Argento que del calidoscopio psicodélico de la versión primigenia de 1964 o su homólogo del desenlace de La Prisonnière, sino también en el cansancio de la chica y la amenaza de efectivamente serle infiel si no deja de molestarla con sus delirios, algo que ni siquiera hace porque no cuenta con los recursos económicos para abandonar a su pareja a posteriori de un hipotético affaire de castigo, esclavitud tácita monetaria/ de clase que constituye otra faceta de la sumisión de turno. Chabrol, de todos modos, juega con la ambigüedad suficiente como para que queden dudas acerca del catalizador de los disparates de Prieur, léase el vínculo sugerente de ella y Martineau, planteo retórico que trae a colación ese instinto posesivo de los machos y la predisposición al coqueteo voluntario/ involuntario de las hembras, aquí llevado al extremo porque él muta de un masoquista emocional a un sádico insoportable y la muchacha, por su parte, le echa gasolina al fuego psicológico con su costumbre de mentir por trivialidades, como por ejemplo la compra de un bolso con dinero ganado con apuestas, y el hecho de frecuentar a un evidente mujeriego como el mecánico, el cual no deja de desafiar a Paul con esa sutil soberbia de macho alfa en contraposición a la pusilanimidad del protagonista y su hábito de descargar su odio, obsesiones y múltiples miedos en la intimidad de la alcoba con su esposa. L’enfer incluye además mínimos detalles irónicos, en especial mediante la presencia de los mencionados Vernon y Duhamel, alegorías sobre el sustrato hedonista de la burguesía al igual que la Nelly reluciente y muy sensual del comienzo, y se burla de la inoperancia total de las instituciones públicas y los supuestos profesionales del rubro de la salud y zonas aledañas, todos representados en ese Doctor Arnoux que arranca el derrotero condenando con sensatez la espantosa rutina de los protagonistas de darle somníferos a su hijo, práctica muy habitual entre los europeos más egoístas que pretenden desembarazarse durante la noche de la responsabilidad paternal, y termina el periplo calificándola de “histérica” y pretendiendo que los dos vean a un psiquiatra, por más que resulta clarísimo que el chiflado peligroso es él porque viene de violarla y casi dejarla tullida por un desvarío relacionado con una orgía entre ella y todos los varones que se hospedan en el hotel. En última instancia la faena sopesa el costado mefistofélico del cariño y el prójimo, analizando su influencia disruptiva más que complementaria para con uno mismo, da vuelta el ardid habitual banal del séptimo arte en estos casos, eso de enumerar los sucesivos eslabones para alcanzar un estado de plenitud a partir de la crisis y la violencia, y empieza en la felicidad para pincharla y destruirla con paciencia con vistas a subrayar que la infelicidad también se construye y es potestad irrenunciable de los miembros de la pareja, de allí que a ojos de Clouzot y Chabrol no sea en verdad necesario mostrar una eventual separación definitiva o ese esperable asesinato a instancias del marido porque el fracaso romántico es irreversible y ya quedó más que reflejado en pantalla vía este doloroso carrusel de un suplicio repetitivo en el que cada sujeto, en suma, está dispuesto a autoinmolarse con tal de no dar el brazo a torcer, reconocer el punto muerto del vínculo en cuestión y alejarse en buenos términos… (Emiliano Fernández – MetaCultura.com.ar)
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