En La Cérémonie Sophie, una mujer eficiente pero fría y calculadora, entra a trabajar como ama de llaves para la exigente señora Lelièvre. Un día, conoce a Jeanne, una empleada muy fisgona del servicio de Correos de Saint-Maló, y entre ambas se establece una relación muy especial.

Mejor Interpretación Femenina en el Festival de Cine de Venecia 1995
Mejor Actriz en los Premios Cesar 1995
Mejor Película Extranjera 1995 para la Asociación de Críticos de Los Angeles

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 87%

Película / Subtítulos (Calidad 1080)

 

Claude Chabrol fue uno de los tantos cineastas pertenecientes a la nouvelle vague, uno que destacó por, parafraseándolo, preferir las tramas concisas con personajes complejos. Era minucioso y siempre estaba calibrando el ritmo y las señales de sus obras al milímetro para que el espectador pudiese anticipar lo que estaba por venir, y también era un devoto fan de Hitchcock, a quien llegó a dedicarle un extenso artículo en una época en la que su cine no estaba tan reconocido como ahora.

Para él lo importante era hacer películas, daba igual de qué tipo, por lo que nunca le tuvo aversión al calificativo “comercial” que recibieron algunas de sus obras y que muchos de sus contemporáneos (Godard, ejem, ejem) veían como algo negativo. A lo largo de su obra, Chabrol se dedicó a diseccionar a la burguesía y a dejar al descubierto sus trapos sucios, alcanzando en La Cérémonie (1995) una de las cumbres de toda su carrera.

A partir de aquí hay spoilers en el texto, por si queréis ver la película antes de seguir leyendo.

La Cérémonie, aparte de ganar algunos premios, le valió varios galardones por mejor actriz a Isabelle Huppert, quien interpreta a Jeanne, una empleada de correos independiente, mentirosa e impulsiva que traba amistad con Sophie, la nueva empleada del hogar de la acomodada familia Lelièvre, que se introducirá en un mundo ajeno y casi extraterrestre para ella.

Chabrol pone en marcha un argumento de suspense que se mueve lento pero que tiene la mirada fija en un baño de sangre final que está grabado en piedra desde el inicio de la película, como una revolución contra la autoridad ya anunciada. Y lo desenvuelve a través de los ojos de Sophie, un personaje frío que se ve arrastrado por las circunstancias y que adquiere un rol casi de observador. Ya desde la escena en la estación de tren al principio nos pone sobre aviso de que hay algo que no encaja en este personaje para más tarde descubrir su oscuro pasado.

El suspense surge a partir de situaciones aparentemente mundanas pero que para Sophie son estresantes, ya que es iletrada, algo que le causa mucha inseguridad y vergüenza. Algo tan simple como leer la lista de la compra que le ha dejado la familia, revisar las tareas diarias o firmar un pedido son situaciones generadoras de una tensión que se va acumulando sobre Sophie, haciéndola más abierta a las sugerencias de Jeanne de enfrentar a la familia que la emplea.

El realizador es inteligente al evitar caer en el aleccionamiento, algo que habría sido muy sencillo y que habría desestimado en gran parte el comentario social que tiene La Cérémonie. Decide enseñar lo justo y dar la información necesaria para que cada espectador saque sus propias conclusiones sobre el enfrentamiento de clases que se presenta. Por otra parte, esto también puede jugar en contra de la cinta, ya que es muy fácil hacer una lectura superficial (y totalmente lícita) y resumir el argumento en “ricos se encuentran con dos desequilibradas mentales y son asesinados sin muchos motivos”.

Sin muchos motivos porque, aparentemente, no se nos dan causas para odiar o sentir aversión hacia la anodina familia. Son los pequeños detalles, que se manifiestan verticalmente, de arriba abajo, los que van resquebrajando el cristal protector alrededor de Sophie y los que hacen que me cuestione hasta qué punto tenemos ciertos roles y tratos condescendientes interiorizados. Por ejemplo, en un punto de la cinta, la hija de los Lelièvre ayuda a Jeanne a arreglar un problema del coche y le pide un pañuelo para limpiarse las manos de aceite. Ha prestado su ayuda sin esperar nada a cambio y blandiendo una sonrisa, pero después de limpiarse le tira el pañuelo sucio a Jeanne sin siquiera dar las gracias y se va con prisa a seguir su camino, gesto que deja claro el clasismo con el que trata al personaje encarnado por Huppert, a la que ha ayudado porque estaba necesitada para después dejar de ser su problema, resaltando la burbuja paternalista en la que vive esta gente.

Una situación muy similar se da cuando la misma hija se entera de que Sophie no sabe leer y se ofrece de inmediato a enseñarla, ¿es un acto de bondad o es un papel de salvadora que adopta porque es lo que corresponde a su posición privilegiada? Esta confusión entre sentir empatía o lástima, una inhabilidad de socializar correctamente de esta élite, deja claro el abismo que separa a la familia de Sophie, y Chabrol se encarga de resaltar este espacio, y de dejar claro que no se puede cruzar así como así, a lo largo de toda la película.

La deshumanización de ambas protagonistas es una constante a lo largo de la obra y es otro detonante que llevará a la violencia final, porque, parece que deja caer Chabrol, cuando nos quitan el componente humano, lo único que queda son los impulsos animales presentes en todo ser humano que no requieren para su activación más que unas circunstancias concretas y la pulsación de la tecla adecuada. Recuerda esto a la reflexión que se hace anteriormente en Straw Dogs (Sam Peckinpah, 1971).

Como no podía ser de otro modo en una película francesa, en La Cérémonie la cultura es una parte fundamental del argumento y en este caso está al servicio de resaltar ese espacio ya mencionado. En lugar de elevar a los personajes como los culturetas definitivos, el hecho de que Sophie no sepa leer ni escribir, que se mantenga lejos de los libros de la casa (que son unos cuantos, tienen biblioteca propia), que encuentre refugio en la televisión de su cuarto (viendo telenovelas mientras sus empleadores ven una ópera) o que el asesinato final se produzca con una ópera de fondo y la familia vestida de etiqueta, no hacen sino agravar la opresión que siente la protagonista estando en un ambiente hostil para ella. La cultura como alienante, indicador de clase y una forma, directa o indirecta, de opresión. No por nada Sophie destruye los libros a escopetazo limpio al final de La Cérémonie, como si eso le permitiese liberarse de una condición de inferioridad que le ha sido impuesta desde siempre.

Estando así las cosas, no puedo culpar a Sophie por sentirse atraída hacia el caos que genera Jeanne, en la que ve una figura de poder y control (y por la que quizá siente otro tipo de atracción), que, por otra parte, no deja de ser manipuladora. Una figura que le permite salvar esa distancia entre dos mundos opuestos, distancia que se cimenta en la falta de oportunidades (la educación de Sophie) y no tanto en el odio por el odio a las clases altas.

Chabrol presenta la ceremonia final como una respuesta extrema de la clase trabajadora y deja en el aire si ese es el camino a seguir en el momento en que la radio delata a las amigas. La Cérémonie es una película más interesada en poner el foco en lo interiorizado de algunos comportamientos y reglas no escritas que en la resolución del conflicto de clases y es una obra que, en un mundo en el que un hombre blanco millonario ha podido pagarse un viaje al espacio, sigue vigente más que nunca. (Sergio González – MilanaCine.es)