María, llena eres de gracia cuenta la historia de María, una joven de 17 años, que vive con su familia en una pequeña población al norte de Bogotá. Ella y Blanca, su mejor amiga, trabajan en una gran plantación de rosas preparando las flores para la exportación. La única distracción de María son los bailes a los que acude cada fin de semana con su novio Juan. Un día, para sorpresa de su familia, abandona su trabajo y decide irse a Bogotá. Lo que nadie sospecha es que María está embarazada. Durante el viaje, se encuentra con un conocido que le habla de su lucrativo trabajo como correo en el tráfico de drogas y la convence para que ella y su amiga Blanca se unan a la banda. Después de un corto periodo de preparación, las dos amigas suben a un avión con destino a Estados Unidos: María lleva 62 paquetitos de heroína en el estómago.
Premio Alfed Bauer y Oso de Plata a la Mejor Actriz (Festival de Berlín 2004)
Mejor Ópera Prima (Círculo de Críticos de Nueva York 2004)
Premio del Público (Festival de Sundance 2004)
Top 10 Mejores Películas del Año (American Film Institute 2004)
Latinoamérica for export, uso excesivo de los primeros planos, sentimentalismo facilista. Todas estas acusaciones pueden cruzarse como efímeras hipótesis a la hora de enfrentarse con las imágenes de María, llena eres de gracia. Todas, también, chocan con la verdad de sus emociones. Esquemas reiterados, fórmulas elitistas, presunción cinematográfica; ninguno de estos lugares comunes puede surgir más que de una teoría prefabricada de lo-que-debe-ser-y-lo-que-no, siempre en términos de contenido. Es que la breve sinopsis de «una joven colombiana que cruza drogas a los Estados Unidos haciendo de mula se enfrenta a diversos obstáculos» podría generar a priori el rechazo de muchos (incluyéndome; cómo me molesta, en algunas ocasiones); pero la contundencia empírica de sus fotogramas se presenta como ineludible.
María, llena eres de gracias no tiene extensos planos secuencia, no apunta al vértigo tarantinesco, no aborda temáticas sofisticadas ni propone una trama entreverada. Lo que propone es, en cambio, bien simple: la historia de una joven pueblerina colombiana, la necesidad material que la lleva al negocio (a sus ojos, fetichizado) del narcotráfico, su humanidad enfrentando los conflictos que de este breve viaje se desprenden. Joshua Marston (guionista, director) escribió con simpleza lo que cuenta en un registro de un realismo implacable: los episodios se concatenan linealmente y con breves (casi nulos) saltos temporales, el montaje se limita a lo indispensable, las situaciones viven sin extenderse o precipitarse. Los encuadren se (re)componen continuamente desde una cámara generalmente en mano que abandona pocas veces a su protagonista: la realidad (dada siempre desde el cuadrilátero de la pantalla) no es nunca estable en la película de Marston. Como en el género documental, la cámara se mete, es-entre-los-personajes; los mira de cerca, los observa gesto a gesto, los va descubriendo. Y la linealidad del relato tiene que ver con este ir-siendo del film, con este avanzar no errático pero sí espontáneo de la historia: la historia contada por Marston avanza a los golpes. Nuevamente, a primera (y esquemática) vista podría parecer que se trata de una serie de episodios traumáticos elegidos para martirizar a la protagonista: es verdad, le ocurre todo lo que podría ocurrirle a alguien que se involucra en tal chanchullo. Pero estos episodios se presentan gradualmente como siendo convocados por su antecesor y dando lugar al inexorable eslabón adyacente: la espontaneidad del relato se funda en una progresiva causalidad que nunca es forzada; en su avanzar, es María la que va a los acontecimientos y no a la inversa. Nunca (o casi nunca) se tiene la sensación de que el guión espera al personaje, sino más bien de que la protagonista escribe su guión en tiempo presente.
Este desenvolvimiento paulatino se plasma entonces en una cámara que es siempre dinámica, siempre en búsqueda de. Y, lo que busca, la cámara lo encuentra. Encuentra –lo hace en planos que nunca se abren demasiado– gestos y diálogos de personajes que laten: poco sería María, llena eres de gracia sin la verdad de sus actuaciones y la vitalidad de sus diálogos. Allí están María (Catalina Sandino Moreno) y Blanca (Yenny Paola Vega), más personas que personajes: sus diálogos parecen desplegarse en vivo entre dos adolescentes que hoy todavía existen, sus actuaciones nunca revelan su carácter de intérpretes, cada una de sus palabras transpira presente. Debo decirlo: si hay un elemento que evita que la película caiga por momentos en la sensiblería efectista, se trata entonces de uno de carne y hueso: Sandino Moreno llena los encuadres (casi todos) con una autenticidad nunca demasiado estridente. Sus expresiones inundan la emocionalidad del film.
¿Y qué hay de la ideología de María, llena eres de gracia? Poco se puede afirmar con certeza: se trata de una María (bíblica, el título lo señala) que decide finalmente tener su hijo en los Estados Unidos de América. ¿Se trata de martillar –filtrándola– con la idealización de la tierra de Lincoln? ¿En María… todo futuro, todo bienestar posible tiene el sello norteamericano? Pero antes que nada: ¿a qué se debe la referencia bíblica?; María no es ni pura ni excesivamente bondadosa, y hasta se la presenta como contestataria. ¿Por qué María, por qué llena de gracia? María, se sabe, como la más madre de las madres. Nuestra María colombiana deja su pasado, su tierra colombiana, para quedarse en el turno seguro de la clínica primermundista, para darle un futuro seguro a los latidos que allí escucha. Pero esta no es una decisión alegre: se trata del sacrificio por el bienestar ajeno; de su hijo, de –lo dice Carla, la otra colombiana expatriada– su familia pueblerina. Hay mucho de melancolía en el travelling final, mucho de determinación a futuro, de trago-amargo-necesario. En el fondo que enmarca esta caminata final se lee una publicidad anglosajona: «It´s what’s inside that counts» («Lo que importa es lo que está adentro»). ¿Las pepas? ¿El hijo? Me juego por lo segundo: es en inglés que se conjuga la decisión, es en inglés que vivirá su hijo. «Aquí termina todo lo que fui» nos dice la última canción en los títulos; eso parecen decirse las dos amigas en sus últimas miradas. Ni propaganda pro-americana ni panfleto globalifóbico; un retrato del expatriado forzado por las circunstancias: María avanza por el aeropuerto al borde del llanto.
Marston retrata con fidelidad. Elude las caracterizaciones de frigorífico, esquiva siempre la demagogia del color local, nunca cae en el dramatismo innecesariamente subrayado ni en la denuncia de caricatura (los agentes de aduana la rozan, pero no terminan de caer). Su afán antropológico se vuelca en imágenes que observan y dejan ser a su protagonista. Uno de los taglines de María, llena eres de gracia sugiere: «basada en mil historias reales». Marston parece no acordarse demasiado de esta afirmación en la hora cuarenta en la que persigue a su hermosísima protagonista. Quizás la individualidad del relato sea lo que lo hace tan accesible, tan verdadero, lo que lo proyecta a esos miles de casos. (Tomás Binder – cinesmo.com)
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