En Matar a un Hombre, a Jorge, un padre de familia corriente, lo asalta un conocido delincuente del barrio al regresar a casa después del trabajo. Su hijo decide encararse con el ladrón para recuperar lo robado, pero este reacciona violentamente y le dispara dejándolo gravemente herido. El delincuente, que es condenado a una irrisoria pena de prisión, al salir empieza a amenazar y acosar a Jorge y a su familia sin que la policía tome medidas para protegerles.

Mejor película en la Sección World Cinema en el Festival de Sundance 2014
Premios FIPRESCI en el Festival de La Habana 2014
  • IMDb Rating: 6,4
  • FilmAffinity: 6,1

Película

En lo que representa un cambio bastante notable en relación a sus dos filmes previos de características más “observacionales” (Huacho y Aquí no ha Pasado Nada), el realizador chileno Alejandro Fernández Almendras (más conocido como AFA y, en su rol de talentoso crítico, alguna vez colaborador de este blog) construyó en Matar a un Hombre un oscuro thriller acerca de un hombre que, empujado por las circunstancias, se ve forzado a tomar una decisión brutal que ya está anunciada en el título. En cierto sentido, la película no utiliza ese drama como disparador sino que pone el acento en lo difícil y complejo que resulta la tarea, en su lado práctico y, especialmente, en su costado ético/moral.

Sencilla en su desarrollo narrativo pero complicada en sus vericuetos morales, la película toma como punto de partida las constantes humillaciones que sufre Jorge, un trabajador que vive con su mujer y sus hijos y que es constantemente atormentado, humillado y violentado por unas bandas criminales de la zona. El asunto se oscurece cuando a Jorge le roban sus cosas y a su hijo le disparan cuando intenta recuperarlas, dejándolo gravemente herido. El lider de la banda, el temible Kalule, es condenado por el crimen pero a los dos años es liberado y sale con deseos de venganza.

Para ese entonces, Jorge se ha separado de su familia (también como consecuencia del incidente), pero Kalule se ocupa de “reunirlos” atormentándolos de todas las maneras posibles –molestando sexualmente a la hija en la calle, llamando por teléfono y dejando amenazas, lanzando objetos a la casa–, sin que ellos puedan evitarlo. De hecho, no parece haber recurso legal posible para subsanar la situación: ni la policía ni la justicia parecen tener los recursos suficientes para detener a este hombre y a su bandita. ¿Qué hace Jorge entonces? Compra una escopeta y se decide a tomar cartas en el asunto.

Matar a un Hombre es, a partir de entonces, una película acerca de esa batalla personal, de los detalles específicos que harán de esa tarea una verdadera odisea (no es sencillo matar a un hombre, parece, pero sí es narrativamente atrapante) y de las consecuencias que empieza eso a tener para el protagonista: en lo personal y en lo familiar. En su segunda parte es un filme con muy pocas palabras y una constante tensión nacida de las propias dificultades específicas del caso, pero lo que sube siempre la apuesta es la sensación que el espectador tiene de ir perdiendo su grado de identificación con el protagonista, quien casi sin darse cuenta al principio (a la manera de un Walter White trasandino) se va convirtiendo de héroe en villano.

A la vez de ser intensa y angustiante, Matar a un Hombre pone en juego algunos debates sobre la sociedad chilena: la falta de un sistema legal que ayude a personas como Jorge (y a sus familias) y los conflictos de clase que existen en ese país. En ese sentido es un filme complicado que puede ser leído como un reclamo de “mano dura” policial, severidad que seguramente podría haber evitado las acciones en las que se termina viendo involucrado Jorge. Esa lectura –acaso involuntaria del filme, conociendo las simpatías políticas progresistas del realizador– resulta un tanto incómoda, lo mismo que ciertos momentos de excesiva crueldad que, tomando en cuenta la preferencia por la sugestión y el fuera de campo del realizador, son claramente innecesarias. Comparativamente, una larga escena que transcurre dentro y fuera de una especie de camioneta refrigerada, es de una impecable sugestión aún siendo infinitamente más violenta.

El filme de Almendras tiene como objetivo que el espectador vaya identificándose con un personaje que, de a poco, metido en el subidón emocional de la venganza, va perdiendo los estribos hasta ya no saber muy bien qué hace ni porqué lo hace. Ese eje –que convierte al justiciero en un villano– se juega en un límite excesivamente ajustado, ya que el director no busca jamás que ese “despegue” sea fácil de hacer por parte del espectador. Por el contrario, si uno se mete en la lógica interna del personaje, puede claramente ponerse de su lado aún ante las circunstancias más absurdas o aberrantes. La mejor opción en esos casos es la de tomar cierta distancia de los actos de los personajes, pero la persuasión narrativa del filme es tan potente que es difícil hacerlo. En ese sentido es un filme sobre la inutilidad de la venganza que parece tomarse bastante placer es describir esa misma venganza, lo cual lo vuelve un poco complicado de analizar.

Pero más allá de ciertas dudas de corte, si se quiere, ético, Matar a un Hombre funciona a la perfección a la manera de ciertos thrillers norteamericanos de los ’70 (el clásico Deliverance, de John Boorman, me viene a la mente como referencia o, más cerca, A Simple Plan, de Sam Raimi) y Almendras tiene un control notable de la tensión narrativa manejándose casi siempre con planos bastante largos y en muchos casos generales. A eso hay que agregarle una fotografía del notable Inti Briones que apuesta a darle aún más oscuridad a las situaciones, al borde de volverla una película de terror o una fábula de características pesadillescas, especialmente en las largas secuencias en las que el filme transcurre en una zona de bosques.

Precandidata chilena al Oscar, Matar a un Hombre en cierta manera tiene puntos en contacto con la representante argentina, Relatos Salvajes ya que ambas narran historias en las que hombres humillados se ven llevados a partir de violentas circunstancias a responder de una manera que iguala o supera esa violencia inicial. No es lugar éste para hacer análisis sociológicos acerca de la realidad latinoamericana –ni mucho menos equiparar a dos cineastas muy distintos como AFA y Szifrón– pero sí es cierto que ambas reflejan una tensión social evidente en esta zona del mundo. De maneras narrativas muy distintas, claro, ambas trabajan una idea, una pregunta, en común: “¿Hasta donde estarías dispuesto a llegar?” En este filme hay, si se quiere, una segunda pregunta que la continúa y complejiza: “¿Y, después de eso, qué?” (Diego Lerer – Micropsia.com)