En Mon Oncle, el señor Hulot no tiene trabajo, ocupándose de llevar a su sobrino Gérard a la escuela y traerlo después a la ultramoderna casa de su hermana, casada con el señor Arpel, quien intenta ocupar a su cuñado en la empresa de fabricación de tubos de plástico en la que trabaja.

Mejor Película Extranjera (Premios Oscar 1958)

Mejor Película Extranjera (Círculo de Críticos de Nueva York 1958)

Premio del Jurado (Festival de Cannes 1958)

  • IMDB Rating: 7,9
  • Rottentomatoes: 92%

Película / Subtítulo

El cine ofrece una gran oportunidad para examinar divertidamente la vida. Jacques Tatischeff (Jacques Tati) es considerado uno de los grandes del cine cómico. Fue un personaje de vida variada. De origen ruso, se desempeñó como artista de cabaret, atleta, jugador de rugby, guionista, actor, empresario y director de cine. Además de tener una vida tan rica, fue capaz de reírse del mundo y de sí mismo, asumiendo el papel de Monsieur Hulot, un personaje de gabardina, pipa y paraguas, lloviese o brillara el sol, que llevó al cine en cuatro películas. El espectador puede identificarse con Monsieur Hulot y disfrutar de sus ocurrencias o sufrir los efectos de las mismas, riéndose también de la vida, aprendiendo y disfrutando divertidamente de las extrañas situaciones cotidianas que se aprecian cuando las personas exageran sus posturas, sus creencias o sus costumbres.

En Mon Oncle, Tati nos entretiene con una historia decididamente urbana, en la cual hay al menos cuatro narraciones anidadas: la de una pareja ya madura, atrapada en las rutinas de una relación regida por el diseño, tanto de los actos que hacen, como del ambiente ultramoderno en el cual viven, como si se tratara de divertidas marionetas movidas por sus propias fijaciones mentales; la de una fábrica de plástico, cuyo ambiente es igualmente plástico y artificial; la del ambiente de un barrio adornado con pandillas de pillos infantiles y de perros callejeros y la de la vida de Monsieur Hulot, que transcurre entre su modesta casa de barrio humilde y las visitas y contactos con su sobrino, que vive con sus padres, la pareja ya mencionada de hogar ultramoderno, en la Villa Arpel.

En Mon Oncle las acciones ocurren sin demasiado diálogo, basadas en movimientos alrededor de los ambientes mencionados. Tati se detiene obsesivamente en los distintos detalles, especialmente los de tipo arquitectónico, generando lo que podríamos denominar el ridículo y la exageración espacial. Los personajes centran sus movimientos de marioneta, gobernados por las formas de sus espacios vitales, de sus zonas de circulación. Unos niños, escondidos tras los matorrales de una pequeña colina, asustan a los peatones que cruzan por el camino adyacente, con un silbido inesperado, con la intención de hacerlos golpearse contra un poste que no habían visto y que se atraviesa súbitamente; acá, el ridículo surge cuando advertimos que la gente apenas si observa las cosas que los rodean, tan absortos van en sus propios pensamientos. En otra variación del mismo tema, los pequeños pillos disfrutan de los distraídos conductores que se paran enfilados, haciéndoles creer, súbitamente, que han recibido un golpe del carro que espera en su parte trasera, con lo cual proceden a discutir airadamente entre sí, sin observar lo que realmente sucede.

Pero el protagonismo mayor lo tiene la casa del cuñado y de la hermana de M. Hulot. Es una vivienda ultramoderna, dotada de todo tipo de dispositivos automáticos, con un diseño de jardines y de espacios absolutamente geométrico y artificial. En ella hay tres ambientes que Tati usa con maestría para generar un humor lento e inteligente, no basado en risas o en dichos, sino en acciones ridículas por lo artificiosas, por rutinarias y por pedantes. La puerta automática que se abre y que se cierra a las órdenes de la hermana de Hulot, siempre pendiente de encender, ajustar y apagar, al mismo tiempo, una fuente en la cual un pez arroja un chorro de agua; la cocina automática, que produce y engulle alimentos en forma robótica, con espíritu de inteligencia artificial autónoma, más allá del alcance de los humanos; la nueva puerta del garaje, dotada de sensores que advierten al paso del conductor para abrirse y cerrarse, como símbolo de que todo será automático en los tiempos que se avecinan. En Mon Oncle, Tati repite una y otra vez las escenas en las que los personajes se ven esclavizados por los dispositivos de la vida moderna, sin que ello realmente agregue mayor valor agregado a sus momentos cotidianos, no importa que celebren reuniones, movimientos e intercambios para ponerlos en marcha, exhibirlos y mejorarlos.  Con todo esto Tati predice bastante bien la tendencia de la sociedad moderna a enredarse y a confiar en aparatos, y eso sin que haya advertido el impacto del mundo digital en todo lo relacionado con la virtualidad y la información.

En medio de este ambiente de modernismo extremo, es evidente que no se logra la felicidad, al menos para el hijo de la moderna pareja, quien realmente disfruta de la vida con sus compañeros de pandilla infantil (quienes definitivamente no son bienvenidos a su casa) o con las visitas de su tío, quien es admitido en la Villa merced a la resignación tolerante de su exitoso cuñado, quien se preocupa de su hijo, pero solamente en cuanto a lo material. Es decir, según el mensaje de Tati, este ambiente ultramoderno engaña a las personas y las aísla, matando las posibilidades de la amistad cercana y duradera. En cambio, el sencillo interés mutuo humaniza y genera espacios divertidos e inteligentes.

Cabe resaltar que esta película es bien típica de lo que se podría denominar el cine de Tati, caracterizada por varios puntos: aunque sea sonora, tiene claras insinuaciones de cine mudo, ya que los escasos diálogos no son esenciales, siendo de mayor significación los gestos y las situaciones. En estas, se advierte la comicidad, no a base de movimientos de los personajes, sino del automatismo y la falta de conciencia que se advierte, además del manejo de los espacios y de los diseños, ricos en exageraciones y mensajes subliminales satíricos (pero no demasiado hirientes ni serios, sino divertidos y tolerantes). Sus tomas se recrean en el impacto espacial, siendo notables en Mon Oncle las escenas en las cuales M. Hulot entra y sale de su casa, atravesando a la vista del espectador una serie de escaleras y de vericuetos, en un ambiente de inquilinato; en cambio la mansión de la Villa Arpel es un paradigma de privacidad y de riqueza. En estos impactos hay una crítica mordaz a la  vida, al urbanismo y al diseño moderno, que aparecen impersonales, fríos y casi antiestéticos.

No dejan de tener actualidad las situaciones pintadas por Tati en Mon Oncle. La modernidad sigue su marcha imparable y atractiva, invadiendo los espacios urbanos y comunitarios con todo tipo de dispositivos, sin los cuales no se puede vivir. Las comunicaciones y la amistad entre las personas están en abierta competencia con todos estos medios y automatismos, y pueden perder vigencia personajes como M. Hulot, con su naturalidad y sentido del humor, con su cercanía a los niños, sean estos sobrinos, vecinos o pequeños e inofensivos pandilleros. Quizás el cine podría ser una especie de tío inteligente, que nos ayude a navegar por la indiferencia urbana, hacia la amistad divertida con la vida y hacia un ambiente más humano. (Enrique Posada – elespectadorimaginario.com)