En Nuit et Brouillard, doce años después de la Liberación y del descubrimiento de los campos de concentración nazis, Alain Resnais entra en el desierto y siniestro campo de Auschwitz. Lentos travellings en color sobre la arquitectura despoblada, donde la hierba crece de nuevo, alternan con imágenes de archivo (en blanco y negro, rodadas en 1944) que reconstruyen la inimaginable tragedia que sufrieron los prisioneros así como las causas y las consecuencias de esa tragedia: desde el advenimiento del nazismo y la deportación de los judíos hasta el juicio de Nuremberg.

Gran Premio de la Academia Francesa (Premios Jean Vigo 1956)

  • IMDb Rating: 8,6
  • Rotten Tomatoes: 100%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Diez años después de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, el 27 de enero de 1945, Alain Resnais regresa al escenario del horror para intentar captar los vestigios de uno de los episodios de mayor ignominia de la historia contemporánea. “Incluso un paisaje tranquilo, incluso una pradera con cuervos volando (…) puede convertirse en un campo de concentración”. La bucólica imagen de un campo entre brumas con que se abre este auténtico poema de la barbarie se ve rápidamente violentada por el movimiento de cámara en descenso para encuadrar las siniestras formas de las alambradas que separaban el mundo exterior del infierno en forma de barracones (“El mundo real se podía ver no muy lejos. Para los deportados era solo una ilusión”).

Pero la misión de filmar el horror en Nuit et Brouillard se presenta muy pronto como tarea imposible (“¿Qué esperanza tenemos de capturar esa realidad? De este dormitorio de ladrillo y esos sueños atormentados podemos tan solo mostraros el caparazón exterior, la superficie”), y Resnais recurre a las imágenes documentales para dejar que éstas hablen por sí solas. Escenas que se inician no sin ciertas dosis de amarga ironía que ponen en evidencia la normalidad con que se gestaba la barbarie (“Un campo de concentración se construye como un estadio o un gran hotel. Con empresarios, estimaciones de competencia y sin duda alguna algún que otro soborno. No hay ningún estilo específico, se deja a la imaginación: estilo alpino, estilo garaje, estilo japonés,… sin estilo”, señala la voz en of mientras vemos las imágenes de diferentes campos de concentración), y que prosiguen con las filmaciones de los deportados subiendo dócilmente a los trenes de la muerte (la imagen de uno de los presos conversando casi amigablemente con un oficial de las SS justo antes de que éste cierre la compuerta del vagón en el que se encuentra confinado es, para quien esto escribe, una de las más dramáticas escenas de toda la película por su capacidad de mostrar el Mal en una de sus manifestaciones más absurdas a la vez que frías y premeditadas).

Una vez en los campos, la sinfonía de la crueldad alcanza cotas difícilmente soportables: desde la deshumanización de los deportados a su llegada (“Baños y desinfección. Bajo el pretexto de la higiene, la desnudez despoja de orgullo a los presos ya humillados”) hasta el exterminio físico de unos cuerpos previamente vaciados de vida interior (“Al final cada preso se parece al siguiente: un cuerpo con edad indeterminada que muere con los ojos muy abiertos”). El infierno, desatado, cobra forma en una minúscula estancia quirúrgica en la que los presos, convertidos en conejillos de indias de las grandes industrias farmacéuticas, son sometidos a “operaciones inútiles, amputaciones, mutilaciones experimentales”. Los que tienen mejor suerte, acabarán suministrando mano de obra abundante y barata para la industria pesada alemana: Steyer, Krupp, Heinckel, I.G.Farben, Siemens, Herman Goering…

Y Resnais alterna en Nuit et Brouillard las imágenes documentales (de una brutalidad in crescendo hasta el paroxismo) con interminables travellings por los escenarios en la actualidad que, acompañados de una suave melodía que opera como dramático contrapunto, confrontan la apacible imagen de los exteriores (“Un crematorio desde el exterior puede parecer una postal”) con las estremecedoras huellas de la atrocidad todavía visibles en los interiores (“El único signo que se debe reconocer son los arañazos en el techo. Incluso el hormigón era rascado”).

“Todo se recuperaba”. La amarga ironía se transforma definitivamente en estupor e indignación ante el testimonio cada vez más salvaje de las imágenes: “Con el cabello de las mujeres hacían tejidos, a 15 pfennigs el kilo. Con los huesos, fertilizantes. Al menos lo intentaron… Con los cuerpos… ¿lo podremos decir? Con los cuerpos hacían jabón”.

Tras las imágenes de la liberación, y con el espectador en estado de shock por este recorrido por las tinieblas del alma humana, una advertencia en forma de inquietante y amenazadora pregunta: “Nueve millones de muertos en este paisaje. ¿Quién entre nosotros vigila desde esta extraña atalaya para advertirnos de la llegada de nuevos verdugos? Hacemos la vista gorda a lo que nos rodea y oídos sordos al llanto interminable” (David Vericat – cinemaesencial.com)