En Summer with Monika, Harry Lund, de 19 años, trabaja en un almacén de vidrio y porcelana. Cerca de ahí trabaja Mónika en un almacén de vegetales, una chica de 17 años alegre y feliz. Ella empieza una conversación con él al verlo en un café. Después de un tiempo se enamoran. Los dos son hostigados en su empleo por su edad. Mónika abandona su casa después de una discusión con su padre y Harry deja su trabajo después de una discusión con su jefe. Sin nada que los ate a la ciudad, toman el pequeño bote de Harry al archipiélago para pasar unas semanas a solas

  • IMDb Rating: 7,6
  • RotenTomatoes: 100%

Película (El archivo contiene subtítulos en español)

Cerca del final de Summer with Monika, Monika, la adolescente vivaracha y atrevida que saca de su apesadumbrada rutina de clase obrera al joven Harry, voltea hacia la cámara, mirando directo a la audiencia en un faux pas deliberado que se siente como la primera toma icónica de Bergman, un momento de transgresión augurio del estridente modernismo de Persona, una cápsula dentro de la película que nos obliga a darnos cuenta de que lo que estamos viendo es quizá más que una historia puritana contra los impulsos de la juventud.

Summer with Monika es la doceava película del director sueco Ingmar Bergman y una adaptación de la novela del mismo nombre de Per Anders Fogelström. La historia toma lugar en Estocolmo, con una pareja de adolescentes —Harry (Lars Ekborg) y Monika (Harriet Andersson, en el papel que la haría famosa)— escapando de sus realidades y hacia el archipiélago local, haciendo uso del bote del enfermizo padre del primero. Harry se siente solo viviendo con su tía —quien es más una señora del aseo que una compañía para él— y es tratado con suma condescendencia en su empleo. Monika, por el otro lado, está en un lugar tan pequeño, atiborrado y disfuncional, que parece que su interés por quedarse en casa de Harry es más debido a buscar paz que un encuentro sexual.

Oh, y vaya que estos ocurren, aunque no se muestren en pantalla. La pareja emprende el viaje hacia las islas, primero con miedo por las consecuencias de la vida y responsabilidades que dejan atrás, para luego soltarse por completo en una idilia, una fantasía de escape a la naturaleza, de libertad, con las cadenas sociales luciendo banales e innecesarias a la distancia. Este tipo de historias nos gustan ya que el prospecto es inherentemente seductor para cualquier ser humano que no viva en una cueva, y vaya que estas secuencias son disfrutables. Destacan también por moderados desnudos de Andersson que en su momento fueron muy controversiales, y hasta llevaron al filme a ser publicitado como una sexploitation —gracias al productor Kroger Babb—.  Si algo bueno surgió de todo la polémica sobre el nudismo, fue que logró que Woody Allen viera su primera Bergman.

El tercer acto de Summer with Monika cuenta con dos jóvenes que apenas si pasan de la mayoría de edad teniendo los mismos problemas que los miserables padres de Monika al principio. Todo el velo mágico de romanticismo se ha ido, y nos hemos quedado con la inevitable comprensión de que no podemos escapar. Al menos no por mucho tiempo antes de que ocurra un desastre. El como estos dos adolescentes viven un resumen alegórico de los problemas de toda una vida en pareja en cuestión de un verano es sorpresivamente penetrante para una película que, basado en la sola premisa, cualquiera podría pensar que es un mero cuento para fomentar la abstinencia.

Lo cual nos lleva a la toma de la que hablaba al principio. La realidad de Summer with Monika parece quebrarse un momento, el fondo se torna completamente oscuro, Harriet Andersson nos mira a los ojos. ¿Qué nos querrá decir? ¿Es una complicidad con el espectador? ¿Una explicación velada de sus actos que, a todas luces bajo un análisis más “actualizado”, parecen ponernos del lado del inocente hombre trabajador (que incluso termina siendo engañado)? El hecho de que tantas preguntas surjan de un momento que, tradicionalmente, no tendría que haber tenido ninguna añadidura poética —y que nos hacen ser más conscientes de la sustancia del filme— es, en efecto, una señal de que el mejor Bergman está por venir.