Suspiria trata sobre una joven que ingresa en una exclusiva academia de baile la misma noche en que asesinan a una de las alumnas. La subdirectora del centro es la amable Madame Blank, que brinda a la nueva alumna las comodidades y facilidades necesarias para su aprendizaje. Pero, poco a poco, una atmósfera malsana se va apoderando del lugar, y la estancia de la joven se va convirtiendo en una verdadera pesadilla.

  • IMDb Rating: 7,4
  • Rotten Tomatoes: 93%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

La trilogía de Las tres madres. Así se conoce a las tres obras que el realizador romano Dario Argento llevó a la gran pantalla basándose en los inicios del arte de la brujería del siglo XI y, más concretamente, el poema en prosa Levana y Nuestras Señoras del Dolor, extraído del libro Suspiria de Profundis, de Thomas de Quincey. En él se contaba la historia de tres hermanas de la costa del Mar Negro que, haciendo uso de la brujería, extendieron su reinado de terror alrededor del mundo, alcanzando gran poder a medida que dejaban un reguero de destrucción a su paso. En el siglo XIX, Mater Lechrymarum, la Señora de las Lágrimas; Mater Suspiriorum, la Señora de los Suspiros; y Mater Tenebrarum, Señora de las Tinieblas, como eran conocidas, ordenaron al arquitecto y alquimista Emilio Varelli la construcción de sus respectivas residencias, en Friburgo (Alemania), Nueva York (Estados Unidos) y Roma (Italia), desde donde controlarían la humanidad a través del dolor, las lágrimas y la oscuridad. Alrededor de la figura de la Señora de los Suspiros, Argento construyó una obra que, a día de hoy, es mucho más que un clásico del cine fantástico y de terror: Suspiria (1977). Se trataba de la quinta película del realizador, después de haberse labrado un nombre dentro del género gracias a su exitosa Trilogía de los Animales conformada por El pájaro de las plumas de cristal (1970) –su ópera prima–, El gato de las 9 colas (1971) y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971), títulos que expandieron los códigos visuales del giallo creado por Mario Bava más allá de las fronteras de Italia. Tras ellas, con el thriller Rojo oscuro (1975) se ganó el cineasta la admiración de los críticos (el mismísimo Hitchcock se deshizo en halagos hacia este trabajo), convirtiéndose en el punto más alto de su carrera. Sin embargo, Suspiria atesora un gran cúmulo de virtudes que la convierten en algo especial, una deliciosa rara avis cuya fascinación sobre el público permanece intacta casi 40 años después de su estreno, debido a ese carácter atemporal que tan solo poseen las grandes obras maestras.
Desde las primeras imágenes de Suspiria, Argento nos sumerge de lleno en un cuento (más de brujas que de hadas) retorcido y cruel, potenciando al máximo uno de sus puntos fuertes en aquellos años: la creación de atmósferas. Con su desembarco en el aeropuerto de Friburgo, en una noche especialmente tormentosa, la estadounidense Suzy Bannion, al igual que la protagonista de Blancanieves de los siete enanitos –otra confesa fuente de inspiración para el maestro, junto a las inquietantes experiencias personales de la madre de Daria Nicolodi (co-guionista y pareja sentimental de Argento en aquellos años), que pasó su infancia en un internado que guardaba relación con una secta ocultista– , se ve inmersa en una especie de realidad alternativa en donde las leyes de la lógica parecen no existir, a la vez que fuerzas sobrenaturales parecen guiar cada uno de sus pasos, convirtiendo lo que debería ser una tranquila estancia en la prestigiosa Academia Tanz, donde cursaría sus estudios de ballet, en una continua pesadilla. El destino quiere que en el mismo instante en que Suzy llega a la escuela, ésta se cruce con Pat, una chica que huye despavorida tras haber sido expulsada y a la que, en medio del estruendo de los truenos, llega a oír algunas palabras inconexas que, con el transcurrir de los acontecimientos, funcionarán como piezas claves en la resolución del misterio que se esconde tras las cuatro paredes de aquel enigmático edificio. Jessica Harper, actriz conocida por títulos como El fantasma del paraíso (Brian de Palma, 1974) o Recuerdos (Woody Allen, 1980), es la encargada de dar vida a nuestra heroína, una especie de princesa de cuento moderna amenazada por las fuerzas del mal (no faltan encantamientos, secretos aquelarres de brujas y brutales crímenes) que acechan en todas y cada una de las estancias de una academia cuya fachada es una réplica del Haus zum Walfich, un edificio emblemático de Friburgo.
La pintoresca fauna de personajes que rodean a Suzy en su nuevo hogar despiertan, desde luego, las mayores sospechas, empezando por la subdirectora Madame Blanc –último papel de la mítica Joan Bennett, toda una femme fatale en obras maestras como La mujer del cuadro (1944) y Perversidad (1945), ambas dirigidas por Fritz Lang– y la estricta instructora de danza Miss Tanner –otra veterana, la croata Alida Valli, recordada por clásicos del calibre de El tercer hombre (Carol Reed, 1949) o Senso (Luchino Visconti, 1954)– y acabando por las compañeras de aula, en especial la poco amigable Olga (Barbara Magnolfi), que le alquila una habitación en su casa. Otros extraños personajes que pululan por el lugar son Daniel, ese pianista ciego al que acompaña su perro lazarillo; un criado rumano y mudo al que se dedican a humillar por su deformidad; un silencioso niño de cabellos rubios y ropajes antiguos, sobrino de la directora; o unas orondas cocineras de la Europa del este. Hasta el siempre ambiguo Miguel Bosé se calza las zapatillas de ballet en un papel poco menos que testimonial. Entre semejante compañía, Suzy encuentra la amistad en Sara (Stefania Casini), otra estudiante que parece tener pruebas acerca de la aterradora realidad que rodea a las misteriosas muertes de varias chicas, así como de una supuesta conspiración diabólica que tendría a las dirigentes del lugar como protagonistas. Dario Argento sabe cómo conseguir incomodar al espectador a través de su portentosa puesta en escena, con unos decorados interiores de los estudios de Cineccità que recrean una Academia Tanz en la que cada habitación, cada salón o cada pasillo parecen sacados de las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, creando una angustiosa sensación de estar dentro de un mal sueño. Una decoración recargada y excéntrica, con numerosos detalles de animales –atención a la figura del pavo real que preside la habitación de la monstruosa Helena Markos, claro guiño a El pájaro de las plumas de cristal– y plantas en las paredes y espejos, así como numerosos toques modernistas. Ese barroquismo en la escenografía, tan deudor del expresionismo alemán del que Argento se consideraba admirador, unido a la fantasmagórica fotografía de Luciano Tovoli, que jugó con las luces y las sombras, así como con el casi extinto por aquellos años Technicolor, le dan a Suspiria un acabado visual maravilloso y único, con los colores rojo, azul y verde apoderándose de casi la totalidad de sus poderosas imágenes.
Pese a la constante reverberación del giallo que caracterizó su filmografía, Suspiria se desmarca de lo que había ofrecido hasta ese momento, para entrar en unos terrenos esotéricos y más cercanos al cine fantástico que al policíaco, que también le traerían excelentes resultados en la magnífica Phenomena (1985). Siguen presentes, no obstante, las muertes presentadas de forma creativa e impactante –las víctimas atraviesan ventanas y son apuñaladas con salvajismo pero tanta violencia gráfica (cayendo en el gore, incluso) queda plasmada con un exquisito gusto estético–, la cámara subjetiva que muestra la perspectiva del asesino, el plano detalle imposible (ese cuchillo penetrando en el corazón repetidamente) y esos movimientos de cámara tan elegantes que convirtieron al Argento de sus primeros años en un verdadero poeta del suspense. La presencia de los animales como amenaza es también muy notoria, con un murciélago atacando a Suzy en una escena que parece homenajear al gran Hitchcock de Los pájaros (1963), o una apocalíptica plaga de gusanos que no se sabe muy bien de dónde proviene y que hace que cunda el pánico entre las chicas del internado. Pero si hay una escena para el recuerdo, en este sentido, es la de la muerte de Daniel, devorado por su, hasta entonces, fiel perro. Un intervalo de gran tensión, rodado en la mítica Königsplatz de Munich, y potenciado por la perturbadora música del grupo de rock progresivo Goblin, pieza clave en el ambiente onírico del relato. Estamos ante una obra de culto que antepone sus aparatosas formas al fondo –lo que viene a ser un ejercicio de estilo en toda regla–, siendo su historia lo suficientemente sencilla como para haber acabado siendo una cinta de terror del montón, de haber caído en las manos de cualquier otro realizador con menos personalidad. No cabe duda de que Suspiria, además de ser una firme fuente de inspiración para nombres tan prestigiosos como John Carpenter o Brian De Palma, ocupa un lugar de honor dentro del mejor cine de género europeo. Personalísima e inclasificable, hermosa y truculenta, onírica y espeluznante, su visionado hoy provoca el mismo desasosiego que el día de su estreno. Argento completaría su trilogía con la excelente Inferno (1980) y la tardía (y muy menor) La terza madre (2007), rodada en una etapa de declive artístico de un director que parece haber tocado fondo en los últimos años con desaguisados tales como Giallo (2009) o Drácula (2012), en donde sus antiguos golpes de genio han quedado reducidos a una triste caricatura de sí mismo. (José Martín León – elantepenultimomohicano.com)