The Duellists sucede a principios del XIX, durante las guerras napoleónicas. Un teniente de húsares del ejército francés, el aristócrata Armand D’Hubert, recibe la orden de arrestar al teniente Feraud por haber participado en un duelo. Feraud, encolerizado, desafíará una y otra vez a D’Hubert durante quince años.

Cámara de Oro a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Cannes 1977

  • IMDb Rating: 7,4
  • RottenTomatoes: 92%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

De ayudante en la BBC a uno de los cineastas más influyentes en el género de ciencia-ficción. De ese chaval de veintitantos años que tenía un talento inigualable para el diseño de producción a ser considerado por la prensa británica como «el director más grande de la publicidad moderna». De mero empleado de la televisión pública inglesa a propietario de RSA Films, uno de los mayores emporios publicitarios que podemos encontrar hoy en día a escala mundial. Esos son algunos de los datos tempranos que comienzan a arrojar algo de luz sobre este británico llamado Ridley Scott nacido allá por 1937 en South Shields, una pequeña localidad costera del noroeste de Inglaterra.

Tras labrarse una carrera fulgurante en el mundo de la publicidad y conseguir una solidez a prueba de bombas en un campo en el que compitió codo con codo con nombres como los de Alan Parker o Adrian Lynne, el temprano prurito de llegar a dirigir algún día un largometraje para la gran pantalla era algo que, a principios de los setenta, ocupaba buena parte de la actividad mental de un artista que buscaba denodadamente poder aumentar la grata experiencia que, en su momento, había supuesto el rodaje de Boy and Bicicle (1967), un cortometraje protagonizado por su hermano Tony que le granjeó no pocos halagos en el momento de su difusión.

Determinado a que su puesta de largo en el cine fuera un western, la oportunidad de comenzar una carrera que ya alcanza los 37 años, le llegaría a Scott mientras leía ávido cualquier guión que caía en sus manos, cualquier novela, libro o relato con el potencial visual suficiente como para poder servir a sus ansias de plasmar en celuloide las muchas ideas estilísticas que le bullían en su inagotable mente creativa. Con sus miras fijadas en un momento dado en obras que estuvieran libres de derechos para que así la adaptación no comportara dineros extra con los que probablemente no iba a poder contar, Scott terminó llegando a la bibliografía de Joseph Conrad y, por ende, a ese pequeño relato titulado The Duellists que estaba llamado a convertirse en su ópera prima.

Una primera incursión en el séptimo arte que, tras la intención primigenia de ser rodada para emitirla en televisión de forma directa, terminaría llevando a Scott a las puertas de la Paramount, los estudios que finalmente, 900.000 dólares mediante, financiarían un filme que veían como una empresa pequeña, un filme de segunda fila con el que contentar a un insistente cineasta en ciernes que se expresaba con vehemencia y no se dejaba amilanar fácilmente. Poco podían imaginar los ejecutivos del estudio que aquél insistente británico que comenzaría el rodaje sólo dos meses después de la luz verde terminaría revolucionando el séptimo arte.

El filme es una adaptación precisa del pequeño relato de Conrad, que el escritor basó en los hechos reales que llevaron a dos húsares del ejército Napoleónico a batirse en todo tipo de duelos a lo largo de diecinueve años hasta que uno de ellos consiguió la suficiente ventaja como para por dar zanjada una disputa que nadie recordaba ya cómo había comenzado. Ésta era la simple guía con la que Scott y Gerald Vaughan-Hughes contaban para poner en pie las dos horas de metraje de que consta The Duellists, un filme que bebe de fuentes muy claras —de hecho, tal vez habría que hablar de fuente en singular— y que es temprano aunque perfecto ejemplo de la principal virtud y el más llamativo desinterés que casi siempre ha arrastrado a Scott a lo largo de toda su trayectoria.

Derivado de su carrera como publicista, pero con raíces que se hunden en su más temprana formación y en la extrema filia que el realizador siempre ha sentido por la belleza plástica de la imagen y lo que puede llegar a conseguirse mediante el contrastado uso de la luz —un uso que ha comportado capital relevancia en la completa totalidad de su filmografía y con el que Scott ha conseguido esculpir imágenes bellísimas a 24 fotogramas por segundo—, creo que es de recibo aseverar que, ya en esta primera muestra de su cine, el preciosismo del que hace gala el tratamiento de la imagen dado por Scott y el director de fotografía Frank Taddy a The Duellists es de una entidad lo suficientemente sólida como para poder ser considerado como una de las más valiosas bazas del filme.

Cuidada ya con el mismo esmero que, dos años más tarde, podrá refrendar con autoridad por los oscuros y asfixiantes pasillos de la Nostromo, la forma en que la luz juega un papel determinante en la concreción de la belleza plástica del filme puede apreciarse a lo largo y ancho de un filme que queda marcado por la voluntad de Scott de acercar este fresco histórico a los postulados que Kubrick había cubierto en Barry Lyndon (1975), en palabras del británico «una de las películas más bellas que nunca había visto».

Forjada a través de estampas que, de similar manera a lo planteado por ese genio que fue el director de Spartacus (1968), están extraídas de ciertas obras pictóricas de la época —en el caso que nos ocupa, podrían verse referencias a Gericault, aunque nada desdeñables son las influencias de Turner y los románticos—, las naturalezas vivas y muertas que Scott va dibujando a lo largo de la cinta concretan, en conjunción con la correcta labor que efectúan sus dos intérpretes principales —ni Carradine ni Keitel pasan de eso, de la mera corrección— y una dirección que es enérgica cuando asi lo requiere la historia —espléndidos los duelos— y a la que, no obstante, cabría calificar de contemplativa en su inmensa mayoría, los tres pilares básicos sobre los que descansa la firme creencia del que esto suscribe de estar ante uno de los mejores filmes del cineasta.

Pero cuidado, maticemos tal aserción, ya que si hay algo que debería dejar claro desde este primer momento es que, salvo casos muy puntuales —como los dos próximos que cubrirá este especial dedicado al cineasta— cuando hablamos del cine de Scott podemos, y hasta diría que debemos, hacerlo en términos de separación entre lo que el cineasta oferta en lo visual y aquello que de la cinta llega o no a dimanar en términos de historia. En el discurso de esa búsqueda insaciable de la imagen por la imagen, del bello plano y poesía desaforada de la secuencia —ese minuto final de metraje es sublime—, es inevitable atisbar el favoritismo del director por el continente en detrimento del contenido, que en muchas ocasiones no pasará de ser una breve nota al pie al servicio de una fascinante puesta en escena, algo sobre lo que volveremos constantemente a lo largo de este especial.

Y en esa ambivalencia, The Duellists navega sin arredros, mostrando sus muchas virtudes plásticas —aunque en ciertos momentos, y por mucho bagaje publicitario que arrastrara, Scott no pueda esconder su bisoñez cinematográfica— y haciendo descansar en la poca o mucha tolerancia del espectador hacia el lento desmadejado de la breve trama el peso de un visionado que, como decía un poco más arriba, siempre me ha embelesado, más aún teniendo en cuenta lo bien que la cinta ha sabido tolerar el paso de un tiempo que se ha cebado de forma cruenta en otras producciones suyas más recientes y con muchos más medios. (Sergio Benítez – Espinof.com)