En The Killers, dos asesinos reciben el encargo de acabar con la vida de un antiguo piloto de carreras. Ejecutado el trabajo, uno de ellos, intrigado, decide averiguar por qué la víctima ni siquiera intentó defenderse o huir. La investigación lo lleva hasta uno de los jefes del crimen organizado. Ésta es la segunda adaptación del relato corto The Killers de Ernest Hemingway.

  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 80%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

«La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.»

Así empieza The Killers, cuento muy corto -apenas 12 páginas-, conciso (los snobs le dicen minimalista); directo. Como un trago de whisky turbado que entra de golpe a la garganta, sin apenas pestañear. Eso y mucho más es The Killers, escrito por Ernest Hemingway, con una abundancia de diálogos y unas connotaciones implícitas (fundamentalmente porque el espectador debe imaginar el pasado de los protagonistas, tanto de los verdugos como de la víctima) en la historia, que lo hacía ideal como punto de partida para ser adaptado al cine. Su sequedad, su ausencia de lirismo, la cotidianeidad descriptiva en el hecho de asesinar porque hay que hacerlo, porque toca, porque alguien lo ha ordenado, lo hacen perfecto para el medio cinematográfico, ontológicamente realista. Este brillante texto fue publicado en 1927 dentro del libro de relatos “Hombres sin mujeres” (Men Without Women), años antes de que Hemingway fue un literato de prestigio. Años más tarde Universal Pictures se haría con los derechos cinematográficos, hasta que en 1946 Anthony Veiller (1903-1965) consiguió que su guión adaptado viese la luz, de la mano de Robert Siodmak: The Killers, de 1946, pieza magistral del clásico film noir. Por esa misma época Anthony Veiller colaboró en otro guión de una película imprescindible, The Stranger, una de las obras más minusvaloradas de aquel genio metido a cineasta llamado Orson Welles. Cabe señalar que el guión de The Killers de Veiller, antes de ser rodado por Siodmak fue revisado y rescrito en algunos puntos por el novelista y cineasta Richard Brooks y también por John Huston. Sus talentos se hacen notar en el resultado final filmado con pulso por Siodmak. Algunas fuentes incluso dudan que Veiller escribiese una sola línea, apenas firmó el guión. Para esas mismas fuentes la autoría guionística sería exclusiva de Brooks y Huston. Dieciocho años más tarde la Universal decidió recuperar para la televisión los derechos de la historia, a través del productor y director Don Siegel. El guión de Gene L. Coon fusionaría elementos tanto del relato de Hemingway como del film de Siodmak. El resultado fue The Killers, un telefilm tan importante que fue estrenado en salas de cine como una película más de los estudios. Aunque el formato de la realización estaba pensado su emisión por televisión, la calidad del resultado fue de tal nivel que alcanzó el medio cinematográfico. Hecho insólito.

El paso de The Killers de la televisión al cine fue posible, fundamentalmente, gracias al talento narrativo de Don Siegel, cineasta tradicionalmente menospreciado por la crítica seria, especialmente por la francesa y la anglosajona. Pero si hay un género que Siegel dominó siempre, ése es el thriller. Podrá achacársele el que no triunfó en otros géneros, su ausencia de lirismo y falta de alcance social, pero los códigos narrativos del thriller le iban como anillo al dedo con su forma de narrar, con su sentido de la puesta en escena, su dominio del montaje, en definitiva, su estilo. Un estilo ágil, directo, en ocaciones ampuloso pero sin llegar al manierismo barroco de otros autores –Welles, Von Stenberg, etc.-; así, Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon escriben de él: “[…] Y aunque no logre captar lo que subyace en una historia, lo que en realidad la hace importante, sí consigue, en el mejor de los casos, describir actos individuales con mecánica precisión. Está por tanto más dotado para el thriller, género en que su sentido de la narración elíptica logra maravillas, que para el western o el film de aventuras.” Pareciera que en lugar de hablar de toda su carrera los críticos franceses se refiriesen en concreto a The Killers pues, en efecto, el describir actos individuales con mecánica precisión y su sentido de la narración elíptica son las dos grandes bazas de esta película. Los actos individuales son, por lo general, violentos; violencia explícita en el caso de los matones o violencia implícita, caso de los cruces de miradas entre Johnny North y Sheila Farr tras la ruptura, entre ésta y Earl Sylvester, así como entre Jack Browning y el mismo Johnny North. La bofetada que Ronald Reagan le da a Angie Dickinson forma ya parte de los anales del cine post-noir y nos retrotrae, en sentido inverso, a la famosa bofetada de Rita Hayworth a Glenn Ford en la obra maestra Gilda (1946, Charles Vidor). La crispación de la puesta en escena en The Killers viene dada por el contenido violento de las escenas, pero también, uno esta tentado a decir sobre todo, por la elección de los encuadres, cada vez más oblicuos y fragmentados a medida que la tensión argumental aumenta, componiendo los planos más pensando en puntos de fuga que forman triángulos o trapecios que rectángulos. Estamos aquí en las antípodas del formato panorámico, del scope. La mecánica precisión descriptiva viene dada por la facilidad para formar el carácter de un personaje con apenas un detalle, un movimiento, un gesto, así como por la descripción física de las acciones, tendiente al detalle y al mismo tiempo a la concisión (algo que puede sonar contradictorio pero que es complementario, tal y como apreciamos en la secuencia de preparación del robo del camión blindado y en el robo mismo. El sentido de la narración elíptica está dado aquí mejor que en casi ningún otro film de Siegel, las acciones se suceden con rapidez, los saltos temporales se presentan rápidamente, sin emplear elementos de transición entre las escenas. Diríase que Siegel tiene prisa en contar la historia –y la tiene, la duración del formato televisivo le obliga a ello- pero también cabe señalar que eso le permite jugar con la elipsis, acelerando o desacelerando la acción a su antojo, en un ejercicio narrativo muy propio de los años sesenta. La frenética música de John Williams -que aquí plagia descaradamente al Henri Mancini de Touch of Evil, de Orson Welles– le ayuda a Siegel en su propósito de enganchar al espectador desde el minuto uno de película y no soltarlo hasta el trágico e inevitable final. (Diego Moldes.com)