En King and Country, un soldado británico, acusado de desertar durante la batalla, es juzgado, y sus superiores quieren imponerle un castigo ejemplar.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 86%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Existen algunas películas que han alcanzado la gloria cinematográfica, justamente por haber tocado la antítesis de dicho vocablo. Hablamos de aquellos filmes que han pasado a la historia por su alegato contra las guerras, contra las luchas violentas entre seres humanos. Unas contiendas de las que apenas se saben las razones de su inicio y, en numerosas ocasiones, hasta se olvidan las excusas esgrimidas apenas se alcanza la mitad del conflicto. Todas las conflagraciones bélicas, todas y cada una de ellas, resultan abominables y siempre prescindibles. Pero hay una, en particular, que ha pasado a la posteridad por su crueldad, por el número de víctimas, por las masacres que ocasionó. Hablamos de la Primera Guerra Mundial. Se usaron tanques por vez primera, también ametralladoras de gran potencia y aviones destinados al bombardeo. Ambos bandos utilizaron gases venenosos. Una “guerra total” en la que se vieron afectados tanto militares como civiles. El balance del conflicto, en número de pérdidas humanas, fue desolador.

La Gran Guerra ha sido retratada profusamente por la cinematografía mundial. Y como contienda de trincheras, resulta imprescindible recordar aquí algunas de las obras que la abordan. Por ejemplo, Paths of Glory, de Stanley Kubrick; All Quiet on the Western Front, de Lewis Milestone; o la reciente 1917, del británico Sam Mendes. Las tres consiguen reflejar, con mayor o menor acierto, la cruenta y larga monotonía que puede experimentarse en esos fosos mortales, mientras ensordecedores “fuegos artificiales” son capaces de provocar la locura en cualquiera. Y no coincidimos con los que pretenden ensombrecer a King and Country, el filme que analizamos, del realizador estadounidense Joseph Losey, por la película antes citada del también director estadounidense Stanley Kubrick. Entendemos que estamos ante dos obras maestras del género, la primera brillante en su naturalismo y Paths of Glory, en su recreación de repulsivas ambiciones desde un prisma efectista.

En King and Country nos situamos en 1917, concretamente, en octubre. El ejército inglés pretende seguir con el avance de sus tropas tras tres años acumulando muertos, destrozos físicos o sicológicos, miseria, mugre, piojos y muchas ratas. Los soldados ya ni se acuerdan de las razones por las que se encuentran en ese circo. Tampoco nuestro protagonista, Arthur Hamp, interpretado por Tom Courtenay. Se trata de un joven inglés que lleva en la contienda desde su inicio. En la vida civil era zapatero. Ha sobrevivido a la mayoría de sus compañeros, ha obedecido cuando y cuanto se le ha mandado y no ha destacado por nada, una virtud encomiable en esas circunstancias. Un día cualquiera, Arthur decide dar un paso atrás, luego otro y después otro… Los suficientes para que llegue a ser juzgado por deserción.

Tras el referido arranque, en un blanco y negro apabullante, nos adentraremos en las entrañas de lo más cutre, nos rebozaremos de barro y nos picarán los piojos. Joseph Losey borda una caracterización de lo absurdo. ¿Estamos estancados en las trincheras? Pues procedamos a fabricar simulacros de cárceles, de cuarteles para oficiales o de barracones infectos. Y junto a todo ello, se erige como eje central del filme la celebración de un juicio que se presupone con todas las garantías, con jueces, fiscales, hasta abogado defensor, testigos de ambas partes e incluso declaración del soldado juzgado. Una “real” parodia. El largometraje está basado en la obra teatral de John Wilson, Hamp, y en la narración, en Return to the Wood, de James Lonsdale Hodson.

Dirk Bogarde interpreta al abogado militar, al capitán Hargreaves, que se encargará de defender al pobre desgraciado de turno. Con una actuación sobria e intentándose alejar del tono teatral de origen de la obra, modela a un hombre, formado jurídicamente, que intenta por todos los medios realizar adecuadamente su cometido. Por su parte, Tom Courtenay hace estremecer con su interpretación de un soldado corriente, gris, vulgar, que no brilla en ninguna faceta, que parece moverse sin pensar, simplemente empujado por los acontecimientos o las personas, ya sean estas últimas familiares o militares. Un magnífico ejemplo que podría englobarse en la teoría de la banalidad del mal esgrimida por Hannah Arendt. Arthur Hamp, un hombre que hacía lo que le mandaban sin reflexionar en absoluto sobre lo que estaba haciendo. Hasta que un día se atrevió a moverse en sentido inverso.

¿Para subir la moral a la tropa es necesario ejecutar a alguno de ellos? ¿Para que todos los ciudadanos acudan a la contienda bélica con alegría y jolgorio hay que disfrazar el pastel en servicios para patria y rey? Sí, aunque para el pobre Arthur Hamp sean la mujer y la suegra las que hayan determinado el alistamiento. ¿Defender a un ser humano es un derecho, una obligación o un trámite sin trascendencia? Demasiadas preguntas con respuestas que parecen evidentes, pero no lo son tanto.

Estamos ante un nido de ratas que dan menos pavor que el cuerpo y la sangre de Cristo. El realizador nos acerca a un microcosmos de escepticismo generalizado que alcanza a pares y a nones, a generales y a soldados rasos. Y como único escape, ese alcohol conseguido, según instancias, por métodos digamos más o menos ilícitos. Bebida que aturde el raciocinio y aminora el sufrimiento momentáneamente, única vía de escape entre el sinsentido y la ausencia de albedrío para retroceder, retroceder y retroceder. Hasta desaparecer. ¿Será posible?

En realidad, el director Joseph Losey ha pretendido recrear, desde su extraordinario punto de vista, la batalla de Passchendaele. Los preparativos de la contienda comenzaron en junio de 1917 y su final se situó el 6 de noviembre de ese mismo año con la toma de la población citada, completamente en ruinas, por parte de tropas aliadas. En el intermedio, un horror de fango, cráteres sirviendo de cobijos y aguas encharcadas. Como resultado, la muerte de más de 500.000 seres humanos. Y todo ese esfuerzo y sufrimiento demencial para avanzar ocho kilómetros. ¿Hablábamos de sinsentido? Cinematográficamente, Losey consigue conformarlo sin salir de un estudio, sin escenas de lucha directa, sin que ni siquiera atisbemos a los enemigos.

Por último, queremos resaltar, como aguda y surrealista, esa parodia, intercalada en montaje paralelo al proceso contra Hamp, en la que los soldados se entretienen juzgando a una rata. O esa otra, casi antes de acabarse King and Country, con los fusiles apuntando al vacío. Y pasamos ya a un final que se concatena con el principio, con ese caballo, necesario para transportar la artillería pesada, carcomido por los roedores, destrozado por la codicia y reventado entre tanta miseria y tantos miserables. (Pilar Roldán Usó – ElEspectadorImaginario.com)