En The Killing of a Sacred Deer, Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo.
Mejor Guión en el Festival de Cannes 2017 (ex aequo)Premio de la Crítica en el Festival de Cine Fantástico de Sitges 2017 (ex aequo)
- IMDb Rating: 7,7
- RottenTomatoes: 79
El discurso freudiano referente al trauma señala al esfuerzo consciente y antinatural de interiorizar la tristeza como la principal causa de la manifestación posterior del odio y el rencor malsano. El momento traumático original quedará desdibujado y reducido a una serie de vagos recuerdos y recreaciones residuales imprecisas que, debido a la inicial represión emocional y al forzado interés de hacer olvidar el origen del dolor, terminará por reaparecer magnificado en un episodio de violencia autodestructiva o dirigida. The Killing of a Sacred Deer funciona como un relato acerca de la venganza, estéticamente sublime y desgarradoramente violento. La trama gira en torno a un neurólogo que observa desesperado cómo sus hijos contraen una enfermedad que él es incapaz de explicar. Pronto entenderemos que esta dolencia parece ser el resultado de una de las explosiones vengativas que comentábamos, siendo el neurólogo el objeto traumático inicial. La primera de las incógnitas será averiguar el tipo de relación que el protagonista tiene con un adolescente, Martin, cuyo extraño vínculo supondrá el primero de los golpes caricaturescos del filme.
The Killing of a Sacred Deer va dejando pistas sobre el proceso mutable al que el protagonista está sujeto. Se aprecia un arrepentimiento en algunas de sus acciones; como la abstención al alcohol o el fraternal amparo de Martin. Una oscura personalidad, evidente en sus enfermizos gustos sexuales, parece contenida bajo una apariencia idealizada. El espectador dilucidará entonces que fue, justamente, la intoxicación etílica la causante de ese suceso penoso, transformado ahora en una respuesta retributiva muy fiel al código de Hammurabi. Yorgos Lanthimos compone una historia de venganza retorcida y, como hiciera Park Chan-wook con su obra maestra: Oldboy, su intención reside en la justificación definitiva de una violencia que inicialmente condenábamos de manera taxativa. Recurriendo a una sucesión de planos abigarrados y delirantes diálogos, a partir de una solemnidad escénica de gran dramatismo y complejidad, el director plantea un acercamiento al absurdo y lo aleatorio —algo que cobrará una importancia primordial en el desenlace—. El guion juega a confundir al espectador de forma constante con respecto a las intenciones del protagonista y su protegido. En un principio todo parece indicar que Martin no busca sino una figura paterna con la que compensar su falta de cariño y protección, pero con el transcurso del metraje y la actitud cada vez más obsesiva del muchacho, nos daremos cuenta de que la intencionalidad es muy diferente de lo que parecía a simple vista.
El desmesurado ritmo y volumen musical, la brusquedad de los movimientos de cámara, o la exagerada gesticulación de los personajes completarán el resto de indicadores satíricos de un relato que, por momentos, empieza a tomar el camino de lo fantástico y lo paranormal. Cuando el protagonista descubre el que parece el único remedio posible para la salvación de su familia, basado en una condición que poco tiene que ver con la práctica médica —vemos el concepto del perdedor derrotado en su propio terreno—, The Killing of a Sacred Deer se adentrará en una trama cabalística de difícil explicación, aunque no imposible, si bien podemos aceptar la aparición de síntomas como una respuesta psicológica del organismo, algo parecido a un síndrome de Munchausen extremo. En cualquier caso, el daño ya estará hecho en la desfragmentación del núcleo familiar, que trae como respuesta estremecedora la reacción fría y egoísta de una madre hacia sus propios hijos. (★★★★) (Alberto Sáez Villarino – ElAntepenúltimoMohicano.com)
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