En The Man Without a Past, un hombre que ha perdido completamente la memoria debe reiniciar su vida en una zona marginal, junto a seres humanos apartados de la sociedad.

Gran Premio del Jurado y Mejor Actriz en el Festival de Cannes 2002
Premio FIPRESCI: Mejor Película del Año en el Festival de San Sebastián 2002
Mejor Película Extranjera en los Premios Guldbagge 2002
  • IMDb Rating: 7,7
  • RottenTomatoes: 98%

Película / Subtítulo

 

En el mundo del cine, una de las frases más típicas es: “los grandes directores siempre hacen la misma película”. Esto dice relación, lógicamente, no con la reiteración literal del trabajo de un autor, si no con la expresión constante del artista que, obra tras obra, va trazando las ideas y obsesiones que desea reflejar en pantalla. En el caso del finés Aki Kaurismäki, estas ideas las podríamos resumir como una consecuencia a toda prueba hacia el reconocimiento de la marginalidad, no sólo la referente a la pobreza y desarraigo social en que viven tantas personas en Finlandia –y el resto del mundo-, sino también la que concierne a la marginalidad del alma, esa que todos sufrimos y no advertimos, la que hace seguir un camino dentro de la sociedad casi siempre impuesto, y que ciega de alguna forma nuestras actitudes y necesidades más humanas para con los que nos rodean.

La anécdota en que se basa The Man Without a Past es, a primera vista, bastante simple: Un hombre baja de un tren en Helsinki, se duerme en la banca de un parque donde es asaltado y brutalmente golpeado. Debido a las lesiones es dado por muerto en el hospital, pero al instante “resucita” con una pérdida total de memoria. Posteriormente, es recogido mal herido a la orilla de un río por una familia de muy bajo estrato social, la cual le proporcionará el amparo necesario. Este es el punto de partida con que Kaurismäki nos adentra hacia un mundo, aunque personalísimo –a veces rozando el absurdo- y plagado de metáforas –como todo su cine-, tan real como entrañable. Cada plano de The Man Without a Past, es una muestra del respeto y cariño que siente el autor hacia las clases más desfavorecidas, donde a pesar de la dureza de una forma de vida para la cual no se vislumbra, en primera instancia, salida alguna, existe espacio para sentimientos tan básicos como solidaridad, enseñanza, amistad y amor.

Es en la plasmación de la pobreza donde el realismo de la historia alcanza sus puntos más álgidos, como cuando el protagonista (Markku Peltola) regala un cigarro al lugareño que vive dentro de un container de basura, o el momento en que comparte una patata de su siembra con Nieminen (Juhani Niemelä), quien lo acogió en el hogar para cuidar de sus heridas junto a su esposa e hijos. Es precisamente Nieminen el que hará las veces de “padre” de “M”  –nombre que se le da en los créditos al protagonista, pero con el que nadie lo llama en toda la cinta-, y quien le ha de enseñar los pasos hacia el sustento propio y la independencia, como si se le enseñara a un niño el paso a la adultez; poco a poco “M” se irá abriendo a esta nueva realidad, a esta única realidad que se le presenta debido a la ausencia total de recuerdos, salvo algún destello ocasional, que sólo sirve para evidenciar las trabas que presenta la reinserción a una sociedad omnipotente, y a la vez muy distante de ser única o ideal.

La opresión social a que el capitalismo somete a los individuos rodea toda la obra de Aki Kaurismäki, y en The Man Without a Past queda de manifiesto en la imposibilidad de “M” para lograr un trabajo al no tener una identidad o un número que lo identifique, sea éste de seguridad social o de cuenta bancaria. Desde ahora es un ser inexistente, sólo es alguien en el seno de la comunidad que lo acogió, que le ha enseñado una nueva vida y a la que él aprende a retribuir de distintas formas: su entrega en el trabajo, ayudando a la creatividad musical de una banda del ejército de salvación –lo cual supone una crítica bastante explícita a la austeridad y rigidez de la caridad en el mundo actual; con la nueva música ésta se convierte, además, en algo festivo-, o con la expresión sincera de su amor incondicional hacia una trabajadora local (Kati Outinen, imprescindible). A fin de cuentas, retribuye con la pureza de quien recién comienza a vivir la vida, y que guarda mucho en común con quienes ahora le rodean.

The Man Without a Past es deudora tanto de las epifanías de Dreyer, el ascetismo de Bresson y Melville, o el surrealista humor de los Monthy Python; pero sobre todo es deudora del propio Kaurismäki, quien sigue propinando innegables dosis de fidelidad a su estilo. Aquí condensa gran parte del oficio que ha venido mostrando a lo largo de su carrera, ya sea en la vida marginal traducida en tierna inexpresividad de los sentimientos con Shadows in Paradise (1986), la austeridad y desilusión de I Hired a Contract Killer (1990), o la solidaridad ante al infortunio del presente en Drifting Clouds (1996); matizando con su particular humor negro una crítica social algo soterrada por lo íntimo del conjunto, igualmente logra penetrar con enérgica lucidez la, aún, dormida conciencia del espectador.