En Fallen Leaves Ansa es soltera y vive en Helsinki. Trabaja con un contrato de cero horas en un supermercado, abasteciendo los estantes; luego clasifica el plástico reciclable. Una noche se encuentra accidentalmente con el igualmente solitario trabajador Holappa, un alcohólico. Contra todo pronóstico y malentendidos, intentan construir una relación. Como resultado, Holappa logra controlar su adicción al alcohol.

Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2023
Mejor Película de habla no inglesa 2023 para National Society of Film Critics (NSFC)
  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 98%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

De ambición pequeña entre gigantes, de trama anticipable dentro de tanta ansia por sorprender, de base moderna entre imágenes presentistas, la nueva película de Aki Kaurismäki, quien ganara el Gran Premio del Jurado en Cannes por The Man Without a Past (2002), salta cual simpático salmón por las corrientes de la Sección Oficial. El mayor logro del finlandés se sostiene en la integridad de quien tiene clarísimo qué quiere contar y qué forma debe darle. En este caso, mirará a los acercamientos románticos entre Ansa (Alma Poysti) y Holappa (Jussi Vatanen), dos corazones dolidos por una timidez y la pobreza crónica. Un día, Ansa y Holappa se enamoran, dan unos primeros pasitos en una relación y, de repente, tienen algo que perder.

Ella es reponedora en un supermercado, él trabaja en la construcción. Tanto él como ella son despedides más veces de las que cuenta una mano, aunque por la película apenas nos demos cuenta. Más atención presta Kaurismäki a la amabilidad tras el gesto de ella, que compra expresamente un plato y unos cubiertos para acoger a su enamorado a cenar, que procura tener una botellita de champán sobre la mesa para cuando él llegue y que seguramente haya preparado esta noche tanta buena comida como para toda una semana de tuppers. No alimentará la desgracia la película del finlandés, aunque no se la ahorre: es un compañero agente de seguridad quien provoca que despidan a Ansa de su primer trabajo, por coger comida caducada, y a diario oiremos por la radio implacables noticias de la guerra en Ucrania. El mundo es agrio, pero ello no determina nuestra relación para con él. Las noticias, de hecho, acaban por unir a los dos personajes, por montaje, bajo un mismo horizonte oscuro. Y son las compañeras de Ansa quienes deciden despedirse ellas mismas del trabajo. La insolidaridad, en Fallen Leaves, se elige.

Hacedor de terreno neutro, Kaurismäki concibe todo el andamiaje de su planificación con el término de lo justo por centro y medida, como si proclamara que esto va sobre Ansa y Holappa, y ya está. No es nuevo pero sí notorio que, en un cuadro de líneas muy pautadas, nunca sobre ni falte aire por encima de la cabeza de ningune de les dos. Al cuidado que el cineasta pone al mirar bien aquello que entra en plano (una actitud que de todas formas sobrepasa cualquier perspectiva histórica), se le suma la confianza plena en la autosuficiencia de la puesta en escena. En el universo del finlandés hay dos tipos de pareja: las que se sientan de cara y las que se sientan de espaldas a los grupos que tocan en un local. Lo primero que veremos del súper de Ansa serán unas bolsas de carne envasada al vacío, vueltas moradas por los fluorescentes. Al mismo tiempo, en el océano de azules y verdes de Fallen Leaves los perros dan color y dinamismo, alegría visual… Se vive mejor con ellos. En hora y veinte minutos, la película de Kaurismäki perfila constelaciones estéticas con una claridad a la que sólo aspiran algunas de sus competidoras, torres de tres horas o más. Será porque el cine del finlandés se ha construido de forma autónoma y con los ojos puestos en los maestros del mudo. Es decir, quizás es porque no son películas cinéfilas.

Atención, ni una cinta plagada de alusiones y referencias a un cine de autor de línea dura (desde Journal d’un Curé de Campagne a Le Mépris) no tiene por qué ser estrictamente cinéfila. Puede ser celebratoria –que lo es–, pero no cinéfila, porque no bebe de las imágenes de otres para construirse, como sí lo hacen otras grandes filmografías posmodernas (Tarantino sería el referente fácil). Si a alguien se refiere Kaurismäki es, en todo caso, a sí mismo. En Fallen Leaves juega en casa, rodando en exactamente el mismo analógico deslucido pero vibrante y con la paleta de amarillos y azules que ha hecho icónico a su director de fotografía, Timo Salminen, el mismo desde que empezara a trabajar hace ya sesenta años. El finlandés está mayor y se reconoce alegremente inmutable en sus propias decisiones estéticas: guarda así el fuerte para un humor al margen, una alternativa permanente. Un verdadero happy place. (Mariona Borrull Zapara – ElAntepenúltimoMohicano.com)