En The Naked Kiss Kelly es una prostituta que llega a la ciudad de Grantville huyendo de su pasado. Tras un primer encuentro con Griff, el capitán de la policía de la ciudad, consigue rehacer su vida trabajando como enfermera en un hospital para niños inválidos. Además, se enamora del hombre más bueno y rico de la ciudad; pero las cosas no son exactamente lo que parecen.

  • IMDb Rating: 7,2
  • RottenTomatoes: 79%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Qué difícil es empezar a hablar de The Naked Kiss sin comentar su impactante escena inicial. Haré un esfuerzo y lo dejaré para después. Empiezo con otro clásico de los comienzos de reseña, que es comentar el título: a primera vista traducir The Naked Kiss parece otro ejercicio psicotrópico de traslación por parte de quien se encargue de esas cosas -el oficio más misterioso del mundo del cine, junto al de best boy- pero, si se lo piensa uno después de ver la película, no parece tan desacertado. Primero porque el título original puede dar pistas sobre el tremebundo giro de guion que contiene el film y segundo porque, realmente, Una Luz en el Hampa (como se llama la película en España, en Latinoamérica lleva por título El Beso Amargo) resulta un buen título porque da protagonismo al personaje que lo merece, el de la inolvidable exprostituta empeñada en la redención que interpreta Constance Power.

Ella es Kelly, que tras el famoso prólogo y los créditos que acreditan que Samuel Fuller es el escritor, director y productor de esta serie b por supuesto cercenada contra su voluntad, llega a un pacífico pueblo con la intención de vender champán o venderse a ella misma usando el champán como excusa… No me queda muy claro si lo de ser viajante de espumoso es una artimaña o un intento de vivir decentemente, pero el caso es que da con un tipo que liga con ella y, de metáfora en metáfora, terminan descorchando una botella de espuma de ángel, que así se llama el champán, y se lo tragan todo y él paga por la muestra. Tras esta elaborada ocurrencia de guion para decirnos que se ha acostado con este tipo por 20 dólares, él le cuenta que es el jefe de policía. Es un personaje inculto, rudo y ramplón, como tendremos la oportunidad de constatar a lo largo del metraje en varias ocasiones. Un personaje idiota que Fuller no se preocupa de pulir y que por contraste hace que brille Kelly, nuestra hermosa protagonista, que cita a Goethe, que siente a Beethoven, y que con rudeza es instada por el policía a abandonar su ciudad, donde no quiere furcias como ella, y pasarse a la del otro lado del río, que pertenece a otro estado, y que allí hable con la madame del prostíbulo, amiga de él. Esta conversación adelanta una constante del film: la apabullante hipocresía de la que es víctima Kelly, a la vez deseada y repudiada, incluso cuando decide abandonar su anterior vida y entrar a trabajar en un hospital para niños discapacitados. Ella se gana la vida honradamente pero él no cree en su decencia. Algo más tarde llega de un viaje por Europa un joven ricachón dueño de todo el pueblo pero más majo que las pesetas, del que Kelly se enamora y viceversa, y entonces nos tememos que el policía idiota lo estropee todo sacando a relucir el antiguo oficio de Kelly. Aquí lo dejo, y queda mucho por saber.

El estilo de Fuller me asombra por varios motivos: el primero, quizá, porque es exactamente igual de tosco y poético en sus guiones que en su puesta en escena. Ese desacoplamiento que en otras películas de bajo presupuesto existe entre un guion torpe y poco repasado y una dirección brillante, como sucede en ocasiones, en el caso de Fuller no existe, sino que tenemos un estilo de dirección con exactamente los mismos defectos y virtudes del libreto. Por ejemplo: el uso brutal de las elipsis. Todo lo accesorio es eliminado, eso de las escenas de transición no cabe en la naturaleza del soldado Fuller, que da la sensación de que siempre que ataca una secuencia lo hace como el que atraviesa un campo minado: brincando a toda velocidad y deteniéndose tan solo en tierra firme, sin mirar atrás ni pensarse mucho el próximo paso. En The Naked Kiss nos encontramos en el mismo minuto con unas imágenes ñoñas no aptas para abuelas sensibles, de unos niños cojitos entonando canciones en primeros planos plañideros, y con un burdel donde las mujeres se venden prácticamente al peso. Kelly, nuestra protagonista, a la vez es tierna, culta, sensible a cosas elevadas que nadie a su alrededor alcanza…. Y sin embargo a lo largo del metraje calza unas cuantas hostias a unos y otras, todas justificables por cierto, y es a la vez dura y tierna, cercana y esquiva. Como el Fuller que la parió.

La impaciente cámara se recrea en ocasiones con cosas que, nos decimos, no vienen a cuento, pero que en un segundo visionado puede que nos hielen la sangre. En esto Fuller es muy moderno y es razonable que los jóvenes cahieristas le ensalzaran contra el criterio del público y la crítica norteamericanos: tras la aparente simpleza y desequilibrio de su planificación y montaje resulta que hay un plan para que luego, después del Fin, comprendamos por ejemplo a qué viene esa canción interminable de los pequeños piratas. Y es que, como dije, hay un giro de guion yo creo que totalmente inesperado del que no daré ni media pista, pero que una vez desvelado nos permite comprenderlo todo, a pesar de que todo eso que ahora comprendemos no lo hemos visto venir, precisamente por lo bien que ha sabido mantenerse la tensión en la línea narrativa principal, la relativa a la redención de Kelly y el miedo a que se descubra su pasado.

Ahora sí: el antológico comienzo del film consiste en que Kelly, dos años antes de la historia que sigue a los créditos iniciales, nos golpea una y otra vez a nosotros, espectadores, escondidos tras la cámara que capta el plano subjetivo de su chulo, que está borracho y es un cerdo. Ella está calva, humillada, y aprovecha su -nuestro- aturdimiento para quitarle el dinero que él le debe. Más tarde sabremos que no tiene pelo porque él se lo rapó mientras dormía para castigarla. Kelly nos pega a nosotros en esta memorable secuencia porque seguro que a Fuller le pareció un comienzo impactante, pero es muy posible también que él pensara que, a modo de ataque preventivo, estaría bien hacernos sentir heridos y culpables de la desgracia y la calvicie de esta mujer hermosa y digna, pues es la gente como nosotros la que hacía posible más en aquellos años, pero aún hoy en día, que las etiquetas, las apariencias y las malas decisiones pasadas cuenten más que los hechos y las acciones presentes. Kelly nos de hostias porque es la hipocresía de nosotros, los que por creernos decentes empatizaremos después con ella cuando sea heroína, la que ha convertido su vida en un laberinto del que, si logra salir, no será gracias a nuestra comprensión, sino a su decencia, su inteligencia y sus agallas. Así pues, qué buen final, tan fordiano, en el que se abre paso entre la multitud para irse por donde vino tras remover la mierda, hacer justicia y dejarnos con la duda de cómo puede ser que tachen de fascista al que ha concebido esta breve, y por ello doble, maravilla. (TrenDeSombras.es)