En The Night Visitor y tras ser injustamente acusado de un asesinato que no ha cometido, Salem es recluido en un sanatorio mental. Tratará de fugarse y llevar a cabo una cruel venganza contra los que han arruinado su vida.
- IMDb Rating: 6,7
- RottenTomatoes: 51%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Uno nunca sabe a ciencia cierta pero quizás exista, perdida por ahí en lo inescrutable del cosmos, una dimensión paralela en la que The Night Visitor, sea una película conocida y alabada como se merece, lo mismo podría decirse de la gloriosa actuación de Max von Sydow en la piel de ese señor acechante del título, no obstante en nuestra patética realidad prácticamente nadie vio el film del húngaro László Benedek y ello siempre será motivo de una sutil indignación. La larguísima carrera de Benedek, artista en esencia más interesado en la televisión porque ésta a mediados del Siglo XX ofrecía una mayor estabilidad laboral que el séptimo arte, se remonta a los años 20 y a una infinidad de oficios colaterales que le permitieron llegar a la realización de películas, como por ejemplo los roles de montajista, director de fotografía, guionista, asistente de dirección, productor asociado, encargado del casting, supervisor de faenas animadas varias, etc. Si bien su rango estilístico, como en el caso de gran parte de los artesanos y pioneros en general, fue muy amplio y abarcó géneros tan contrastantes como las obras musicales, los melodramas, las propuestas bélicas, la comedia, la propaganda antinazi, el western, el film noir, el romance, la tragedia tradicional, las aventuras, las épicas históricas, el espionaje y los productos para la familia menuda, hoy por hoy se lo recuerda sobre todo por haber dirigido The Wild One (1953), odisea que popularizó tanto a las pandillas de motociclistas y la cultura rebelde juvenil -en su versión hollywoodense bastante naif, claro está- como a un Marlon Brando que estaba atravesando su período de despegue profesional gracias a The Men (1950), de Fred Zinnemann, Julius Caesar (1953) de Joseph L. Mankiewicz, y esa trilogía de colaboraciones con Elia Kazan, hablamos de las recordadas A Streetcar Named Desire, ¡Viva Zapata! y On the Waterfront, siendo su Johnny Strabler de The Wild One un claro modelo para los adolescentes más aguerridos e inconformistas de aquella etapa histórica.
Las otras dos películas de Benedek que sobrevivieron al impiadoso paso del tiempo son la presente y Death of a Salesman (1951), propuesta maravillosa protagonizada por Fredric March como el mítico William “Willy” Loman, el vendedor ambulante del título, y primera adaptación de la célebre puesta teatral de 1949 de Arthur Miller, una entre muchas -a veces televisivas, en otras ocasiones para la gran pantalla- de países tan diversos como Argentina, Alemania, Portugal, Holanda, Italia, Finlandia, Suecia y el Reino Unido, en sí situándose la versión del húngaro como la mejor del lote junto a la mucho más moderna del germano Volker Schlöndorff, también rodada en yanquilandia aunque en esta oportunidad con Dustin Hoffman en el papel del sufrido Loman. The Night Visitor fue por un lado producida por Mel Ferrer, intérprete que asimismo se dedicó a estos menesteres en ocasión de Wait Until Dark, genial epopeya de Terence Young con la ex esposa de Ferrer, Audrey Hepburn, y por el otro lado escrita por Guy Elmes a partir de una historia original del ignoto Samuel Roeca, un profesional mayormente televisivo que contrasta con Elmes, éste responsable de productos variopintos que van desde Serious Charge, de Young, y El Greco, dirigida por Luciano Salce y protagonizada y producida por Ferrer, hasta The Invincible Six, anteúltimo opus de Jean Negulesco, y Zanna Bianca, del tremendo Lucio Fulci. El núcleo de la trama, por suerte, aparece de modo vedado mediante diálogos contradictorios en la tradición del suspenso de antaño que no caía en las redundancias del cine actual, ahora con un borrachín que administra una granja, Salem (Max von Sydow), siendo acusado de un crimen que no cometió por su hermana, Ester Jenks (Liv Ullmann), y su marido, el Dr. Anton Jenks (Per Oscarsson), conspiración respaldada por la pasividad de Emmie (Hanne Borchsenius), otra hermana del clan, y Britt Torens (Lotte Freddie), la amante de Salem.
Respondiendo a un esquema retórico de tres partes más que evidentes, la primera centrada en dos asesinatos, la segunda en un escape de un manicomio/ prisión y la tercera en otros dos homicidios, la historia está sustentada en la sensacional música de Henry Mancini y es una de las más sencillas y eficaces de los thrillers de los 60 y 70: en el inicio del film vemos corriendo en paños menores a Salem, quien acaba de escaparse de una cárcel psiquiátrica símil fortaleza medieval, y dirigiéndose en medio de un paisaje nevado hacia la propiedad bucólica donde vivía con sus hermanas y el médico, al cual le roba una corbata de seda, una aguja hipodérmica y tres ampollas de morfina y le mete su colección de corbatas dentro del maletín, preámbulo para primero estrangular a Torens en su cama y después regresar a la granja y romperle el cráneo a golpes a Emmie con un pisapapeles, también propiedad del Dr. Jenks, lo que pone a trabajar a un inspector de policía sin nombre conocido (Trevor Howard) y su joven ayudante, Carl (Jim Kennedy), quienes intentan averiguar si los dichos del matasanos, supuesto delirante que alega haber visto al paciente fugado, son ciertos, algo que no logran y por ello nosotros como espectadores pronto descubrimos el mecanismo detrás de la evasión y vuelta a la mazmorra para la reglamentaria coartada, ese que empieza utilizando la ingenuidad del avejentado guardia, Pop (Arthur Hewlett), para abrir la puerta de la celda y continúa con sogas hechas de ropa y sábanas para trepar a un entretecho y desde allí columpiarse hasta una pared intermedia que permite esquivar la vasta altura de los muros del presidio, de esta manera Salem finiquita su proyecto de venganza cargándose al abogado corrupto que por unos morlacos de más cambió en el juicio su declaración de inocente a culpable por demencia, Clemens (Rupert Davies), al cual le inyecta la sobredosis de morfina aprovechando que está en su cama al borde de la neumonía, y a posteriori a la hermana restante, Ester, con la que parece haber algún tipo de fijación incestuosa porque la mujer por poco huye de su destino, hacha de por medio, seduciéndolo vía dulzura y poder.
Como aseverábamos con anterioridad, el MacGuffin principal es simple, apenas un intento de dos años atrás de incendiar la granja por parte de Jenks y su esposa que fue interrumpido por un peón del lugar, ganándose que el matrimonio lo asesine y de paso queden pegados Emmie, a nombre de quien estaba el seguro en cuestión, y Torens, con la que Salem estaba intimando al momento del homicidio y mientras que su hermana y cuñado hacían todo lo posible para culpabilizarlo por su insistente negativa a vender la granja y repartir el dinero entre los hermanos, sin embargo el tono quirúrgico e hipnótico de Benedek, por momentos hasta cercano al Robert Bresson de Un Condenado a Muerte se Escapa (1956), construye el misterio de fondo con un ascetismo gélido muy extraño -para una propuesta hablada en inglés y destinada al mercado internacional- que se acopla al excelente uso de los paisajes helados de Dinamarca y Suecia, naciones donde fue rodado el film aunque sin referencias explícitas en pantalla al lugar exacto de los acontecimientos, y al desempeño de un elenco lleno de secundarios estupendos, como Howard, Oscarsson, Davies y Hewlett, y encabezado por dos bestias sagradas del cine, Max von Sydow y Liv Ullmann, dupla que venía de tres colaboraciones con Ingmar Bergman, léase Vargtimmen, Skammen y En Passion. La película, en una jugada inusual tratándose de un convite de índole más europea que norteamericana, incluso evita la impunidad de la revancha haciendo que el inspector atrape a Salem en el último minuto mediante el ardid del relato del gracioso lorito escondido en un abrigo que el verdugo se trajo desde la granja a su celda, aquel que grita “Salem, ven a cenar”, no sólo una estupenda alegoría sobre la inexistencia de los crímenes perfectos sino también un buen ejemplo de las ironías de la vida ya que el animal, con ese cerebro del tamaño de una nuez, le arruina todo el plan a un genio que es demonizado y tomado por loco por la sociedad… (Emiliano Fernández – MetaCultura.com.ar)