En The Sacrifice el periodista Alexander se siente angustiado por la desoladora falta de espiritualidad que caracteriza al mundo contemporáneo. Sus peores temores se confirman cuando, durante su fiesta de cumpleaños, llega la noticia de un inminente conflicto nuclear: la Tercera Guerra Mundial. El final, definitivo e irreversible, está cerca. En ese momento están con él su angustiada esposa, sus dos hijos, un amigo médico y un peculiar cartero, que lo convence de que una de sus criadas es una bruja que tiene el poder de salvar al mundo mediante un último sacrificio.

Gran Premio del Jurado, Premio Jurado Ecuménico, FIPRESCI en el Festival de Cannes 1986
Mejor Película de habla no inglesa en los Premios BAFTA 1986
Espiga de Oro a la Mejor Película en Semana Internacional de Cine de Valladolid – Seminci 1986
Mejor Película y Actor en los Premios Guldbagge 1986

  • IMDb Rating: 7,9
  • RottenTomaotes: 86%

Película / Subítulos (Calidad 1080p)

 

Para alguien a quien le guste el cine, descubrir al realizador ruso Andrei Tarkovsky puede suponer un nuevo bautismo en el séptimo arte; como afirma Ángel Sobreviela, «se tiene la sensación de estar asistiendo al redescubrimiento del cine; como si la historia del cine pudiera comenzar de nuevo con películas como El espejo o The Sacrifice». Y es que, no en vano, las películas de Tarkovski han estado, hasta fechas muy recientes, al alcance de muy pocos. En cierto modo, The Sacrifice (Offret, 1986), su último largometraje, estrenado el mismo año de su muerte, supone una excepción, pero también una buena forma de descubrir toda su filmografía, que consta de ocho largometrajes, un documental y dos cortos. El de The Sacrifice es el único guion que Tarkovsky escribió sin la colaboración de otro coguionista, quizás porque se trataba de un proyecto personal largamente acariciado que finalmente pudo llevar a cabo en Suecia, en la isla de Gotland, en el mismo lugar donde Ingmar Bergman pasaba largas temporadas. Aunque no lo parezca, Sacrificio es una película sobre el fin del mundo, sobre cómo ese acontecimiento inesperado puede despertar la fe en un personaje como Alexander (Erland Josephson), antiguo actor convertido en intelectual y crítico de arte. Como bien señala Rafael Llano, «Tarkovsky evita toda distensión geográfica y temporal de la acción: en Sacrificio, todo sucede en apenas doce horas alrededor de una dacha a unos mismos personajes. La narración respeta escrupulosamente, según Tarkovsky, las leyes clásicas de la dramaturgia».

Toda la acción se enmarca en un mismo lugar, y el metraje empieza y acaba en un mismo espacio, junto al lago. Según la interpretación de Carlos Señor, la película se abre con un travelling lateral porque, en ese momento, predomina lo terrenal, mientras que, al final, en un largo plano secuencia, vemos cómo la cámara enfoca de cerca el mismo árbol que salía al principio y recorre su tronco y sus ramas secas hacia arriba, en un claro movimiento ascendente que enlaza con la dimensión espiritual del film. El descubrimiento de la fe es el tema principal de la película, algo que no debe extrañar, pues el cine de Tarkovsky es fundamentalmente religioso y espiritual, pero de una forma no excluyente, pues admite otras lecturas desde un perspectiva no creyente.

Nadie ha fotografiado la luz escandinava como Sven Nykvist, el director de fotografía de Bergman, que es capaz de captar las noches blancas como nadie, y que, en Sacrificio, ha logrado acompañar ese presagio del fin del mundo con una continua degradación del color, ausente casi por completo de algunos planos. Sin duda, el tándem Tarkovsky-Nykvist ha funcionado a la perfección en su única colaboración, y eso a pesar de que al director ruso le gusta mucho mirar directamente a través de la cámara, algo que a los directores de fotografía no les suele gustar.

En cierto modo, The Sacrifice, dedicada a su hijo, con el que, tras su exilio, únicamente pudo reencontrarse al final de su vida, es una suerte de legado espiritual, un auténtico testamento fílmico en el que Tarkovsky va recopilando elementos dispersos a lo largo de toda su filmografía: la música (The Steamroller and The Violin), la guerra (Ivan’s Childhood), los iconos (Andrei Rublev), otros mundos (Solaris), el desastre nuclear (Stalker), lo espiritual (Zerkalo) y la crisis de fe del mundo contemporáneo (Nostalghia).

The Sacrifice es una película sobre la ausencia de la espiritualidad en nuestro mundo, un largometraje lírico, una parábola poética en imágenes. Si Eisenstein, en Battleship Potemkin (1925), situaba al ser humano frente a la Historia, The Sacrifice lo sitúa ante Dios. Tarkovsky captura la vida como un reflejo, como un sueño. Como todas sus películas, The Sacrifice es una exploración sobre la conciencia humana, tal como afirma Carlos Tejeda en la monografía que le ha dedicado al director de Solaris. El suyo es un cine trascendente, filosófico, religioso en el sentido más amplio del término. Como afirma el propio Tarkovsky, «es imposible una película en la que en sus planos no se advirtiera el flujo del tiempo». Para conseguirlo, utiliza planos muy largos, en los que se nota fluir el tiempo, ya que los personajes desfilan por delante de la cámara, que se mueve con ellos, que los deja salir de plano, que se acerca, que se recrea, en fin, hasta lograr planos secuencia de más de diez minutos.

Todo el cine de Tarkovsky tiene que ver con esa idea de «escribir en el tiempo», de «esculpir en el tiempo», de crear el tiempo necesario sobre la pantalla: «El ritmo cinematográfico está determinado no por la duración de los planos montados, sino por la tensión del tiempo que transcurre en ellos». El sacrificio al que se refiere el título es el del propio protagonista, Alexander, que ofrece todo cuanto tiene a Dios, a un Dios al que ha hablado por vez primera. En ese fuego purificador que aparece al final arde toda su vida anterior, pero poco importa, pues el mundo vuelve a caminar y se ha salvado gracias a un solo hombre, que ahora, en consecuencia, debe cumplir la promesa hecha a Dios y renunciar a todo, incluso a su hijo.

Al cabo, eso es lo que encontramos en The Sacrifice, un viaje por el interior de un ser humano, por su espiritualidad recién descubierta. La última escena -el niño que recupera el habla, el árbol seco, el agua del lago, la luz del sol…- cierra una de las filmografías más insólitas de la historia del cine, pero, al mismo tiempo, más coherente e innovadora. (Joaquín Juan  Penalva – ElEspectadorImaginario.com)