En Three Billboards Outside Ebbing Missouri, Mildred Hayes, una mujer de 50 años cuya hija ha sido asesinada, decide iniciar por su cuenta una guerra contra la policía de su pueblo al considerar que no hacen lo suficiente para resolver el caso y hacer justicia.

7 Nominaciones a los Premios Oscar 2018 incluyendo Mejor Película y Mejo Actriz
Mejor Guión en el Festival de Cine de Venecia 2017
Mejor Película Premio del Público en el Festival de Cine de Toronto 2017
Premio del Público en el Festival de Cine de San Sebastían 2017
Mejor Película Drama, Mejor Guión, Mejor Actriz y Mejor Actor Secundario en los Globos de Oro 2018

  • IMDb Rating: 8,3
  • RottenTomatoes: 93%

Película / Subtítulos

 

«Nos sorprendería si un poeta le pidiera al Estado el derecho de tener algunos burgueses en su caballeriza; mientras que si un burgués pidiera un poeta asado, lo encontraríamos natural». La frase es de Baudelaire y, a su manera, resume buena parte del ideario, a la vez cruel y profundamente lúcido, de Martin McDonagh. Él es el artista que se ofrece para ser devorado, después de dorado al horno, y sus personajes, en consecuencia, simplemente devuelven cada mordisco a dentelladas. Como no podía ser de otro modo.

Three Billboards Outside Ebbing Missouri es, si se quiere, la consecuencia lógica y más violenta de un periplo que ha llevado a su autor a recorrer el lado más humanamente desangelado (sin ángel) de todos nosotros. Sus películas, como antes y de forma más radical si cabe su teatro, son a la vez, que diría el poeta de antes, el cuchillo y la herida. Digamos que el responsable de Escondidos en Brujas y Siete Psicópatas completa ahora una trilogía virtuosa donde asuntos tales como la melancolía, el ridículo, la incompetencia y el más simple patetismo adquieren el tamaño de lo existencialmente relevante. Nótese que es ahora el momento. Todo está mal, todo es triste, pero lo peor está por llegar. Paciencia.

Una mujer decide tomarse la justicia por su mano. En realidad, se trata de un delirante y patético ajuste de cuentas con una policía incapaz de resolver la violación y asesinato de su hija. Decide emplear tres grandes vallas publicitarias en una carretera perdida para insultar al sheriff. Éste último, atención, padece un cáncer terminal. Hay más detalles escabrosos, o simplemente inútiles, pero tampoco conviene enseñar el precipicio entero. Ya caeremos. En cualquier caso, todo lo anterior no son más que puntos de partida. Lo que importa es la manera de caer, no de andar.

Desde aquí, McDonagh juega a trazar líneas desde las que acercarse o, mejor, desde las que leer el mundo. Three Billboards Outside Ebbing Missouri, si se aplica la voluntad adecuada, puede ser tomada como el retrato de una sociedad que se derrumba en el hastío profundo de una América profunda. También, por qué no, como el desesperado intento de entender la maternidad en su más radical violencia. Eso o como un dibujo preciso de la condición femenina siempre humillada (#MeToo). O quizá, por apurar, no se trata más que de un divertimento (sí, es comedia) con el que combatir el vértigo de todas las zanjas que nos rodean. Decía Mack Sennett, o eso decían que decía, que «una tragedia es que te salga un padrastro en un dedo. Una comedia, en cambio, es cuando te caes en una zanja y te mueres». Pues eso.

En realidad, Three Billboards Outside Ebbing Missouri simplemente se deja llevar por el caos no tanto de la situación como de la propia vida. Como decíamos, sólo aspira a ser cuchillo y, en su sangrante evidencia, herida. ¿Cómo ser piadoso en un mundo impío? Y así, poco a poco, todo se descubre vano, hiriente, brutal y profundamente cómico. Cada línea de guión es directamente una pedrada; cada aparición de Frances McDormand (en pie), una invitación no tanto al entusiasmo, que también, como a la ira. Su cabreo, en el fondo, es el nuestro: el de nosotros mujeres (sí, todos lo somos), el de nosotros votantes de Trump (sí, aunque sólo sea por dejación o incosciencia), el de nosotros conductores atrapados en la nieve de una AP-6 eterna… Eso sin contar el memorable diseccionado del sentido común ofrecido por un Sam Rockwell desmedido en la piel de un policía tan racista como tierno (todo a la vez). La cinta, en definitiva, avanza por la pantalla como lo haría un bulldozer por una piscina de natación sincronizada: sin atender a razones y perfectamente consciente de que ése no es su sitio.

El resultado, y no necesariamente por este orden, es: a) el título más absurdo (aunque descriptivo) de la temporada; b) la comedia (o algo parecido) mejor escrita en mucho tiempo; c) la reconsagración de Frances McDormand mucho más allá de Fargo como la actriz que de forma más precisa refleja nuestra más íntima amargura (o el simple odio que nos habita), y d) la revelación caníbal de que Martin McDonagh es el poeta que todo burgués preferiría meter en su horno. Cruel, lúcida y perfectamente antropófaga. Feliz indigestión de dramaturgo-cineasta asado. (Luis Martínez – ElMundo.es)