En Too Old to Die Young la vida de Martin Jones, un ayudante de sheriff del condado de Los Ángeles, salta por los aires y se ve obligado a entrar en un mundo clandestino y letal de soldados del cártel, asesinos yakuza y justicieros misteriosos. No tardará en verse inmerso en una odisea surrealista de asesinato, misticismo y venganza mientras le acechan sus antiguos pecados.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 63%

Temporada 1 / Subtítulos (Calidad 720p)

 

A estas alturas del cuento, el fenómeno cultural casi mainstream que supuso Drive (2011) se ha disipado los vaivenes que el cine de Nicolas Winding Refn ha ido tomando a lo largo de la década. Con parte de su mojo recuperado en The Neon Demon (2016), el director ha ido redireccionando, perfeccionando y puliendo su estilo visual definitorio sin importarle quedar aparcado del gran radar de la pantalla grande.

Parte de sus pecados fue entregarse a su cinefilia de tal forma que empezó a doblegar su narrativa hacia un estilo contemplativo, latente, plagado de luces de neón de colores vivos, como una reintepretación tangible de los juegos de luces del cine italiano de terror clásico. A modo de trituradora postmoderna, salpicada de momentos de violencia y diálogos parsimoniosos, en la que jugar a desarrollar historias sórdidas de crimen bajo una óptica tan mítica como desmitificadora.

Tal es su ambición que Too Old to Die Young no es sino una inmersión de cabeza en todas sus obsesiones recientes, estilizadas hasta la desesperación y forzando el desenfreno y la pantomima hasta límites que hasta el más devoto de su obra verá puesta a prueba su paciencia. Son 13 horas completas, divididas en diez episodios de desigual duración, en las que lo que se cuenta no importa tanto como el cómo se cuenta. Una receta ideal para sus detractores con ganas de desollar su trabajo.

Refn viene acompañado por Ed Brubaker, uno de los creadores más populares de cómics noir como Criminal, The Fade Out o Fatale, que recientemente ha probado suerte en el mundo de la televisión, trabajando en la primera temporada de Westworld. Hay que decir que la combinación les sienta estupendamente a nivel narrativo, de tal forma que el guionista da una dimensión más sólida a la propuesta formal que NWR había probado en la fallida Only God Forgives (2012)

Son muchos los paralelismos los que se pueden establecer a nivel temático y visual, pero mientras que aquella no lograba elevar su dinámica contemplativa en algo que realmente trascendiera más allá de su indulgencia, en Too Old to Die Young se establece una sinergia entre su ritmo silencioso, flemático, y sus escenas clave en cada capítulo, ya sean exabruptos de violencia o absorbentes introspecciones con música y diseño de producción. En muchos aspectos, la serie es un éxito absoluto a nivel artístico. Y es que, las obsesiones referenciales de NWR, con Kenneth Anger, De Palma, Argento, Nicolas Roeg o Cronenberg en cabeza, cuajan de forma casi instantánea con el particular universo de género negro que maneja Brubaker, en el que entran Dashiell Hammett, Sampayo o Frank Miller. En ocasiones parece que estamos asistiendo a una resurrección de la saga Sin City (2005) en color y con una perspectiva millenial. Policías corruptos, bajos fondos, mercenarios, prostitución y asesinatos, mafia e inframafia, vengadores y vigilantes de moral turbia en busca de pederastas…

No hay nada que no quepa en los diez episodios de Too Old to Die Young, un compendio de temas de cine negro actualizados con un glamour decadente que tiene mucho de generacional. Al fin y al cabo, NWR ha sido uno de los detonantes de ese cine post crisis que frivoliza con la vanidad dentro del vertedero. Cine que aboga por un nihilismo juvenil anoréxico, narcotizado e iluminado con fluorescentes que, en cierta forma ha sido el emblema encriptado de una década que ha explorado el desencanto a base de cinismo, indolencia y narcisismo kamikaze.

Para tirar del hilo de esta encrucijada criminal, seguimos principalmente a un personaje gris y turbio, Martin Jones (Miles Teller, de Whiplash y War Dogs), un policía corrupto a cuyo compañero asesina un criminal por venganza. Conforme nos vamos adentrando en la serie, vemos el trabajo de Martin como detective en Los Ángeles hasta que entra en la órbita de Viggo (John Hawkes, de The Sessions), un expolicía moribundo que mata a los peores criminales de L.A. bajo la guía de una vidente llamada Diana (Jena Malone), que se alía con él para acabar con una red de pedofilia.

Sin embargo, Martin es un joven de ética distraída, especialmente cuando tiene una relación con Janey (Nell Tiger Free), una adolescente de 17 años, con quien comenzó a salir cuando ella tenía 16. Esto nos da una idea del material del que disponen los responsables del oscuro mundo de Too Old to Die Young. Al estilo de Gosling en anteriores filmes, Teller compone a un personaje de pocas palabras que se dedica a mirar impertérrito al espectador durante minutos y escupir, hasta que alguien se le pone a tiro.

La cara de Teller va como un guante para este policía venido a sicario que parece haber nacido para interpretar. Ya no queda mucho de ese joven que podría hacer de recurso humorístico en una película de adolescentes salidos, en Too Old to Die Young abraza su perfil de reverso estropeado de un joven Brando, aceptando que lo suyo es caer mal y al mismo tiempo atraer irremediablemente a su halo de oscuridad, cubierta de la sobriedad estoica de un antihéroe puro.

Por otro lado, hay una historia paralela centrada en Jesús (Augusto Aguilera), el hombre que venga a su madre Magdalena en el primer episodio. Jesús va a México para hacerse cargo del negocio familiar, encontrando a Yaritza (Cristina Rodlo), una asesina que va liberando a mujeres subyugadas del cártel, refiriéndose a sí misma como «La Suma Sacerdotisa de la Muerte». Ambas líneas se entrecruzan, más o menos durante el octavo episodio pero mi consejo es no esperar que la trama sea el motor por el que guiarse en el viaje.

NWR y Brubaker se toman su tiempo. Se puede decir que hay una especie de inicio, nudo y desenlace, pero básicamente, la historia se concentra en los episodios centrales. Siendo casi más los tres primeros una especie de prólogo y el resto un epílogo, aunque no hay nada que haga pensar que lo que cuenta tiene algún sentido, más allá de los significados encriptados en sus piezas finales, un tanto irrelevantes —cuando no decepcionantes— dado el potencial que se ha ido abriendo episodio a episodio.

Too Old to Die Young no es una película larga, aunque tampoco es una serie tradicional. Tras sus declaraciones en el Festival de Cannes —en donde tan solo se pasó un montaje de los episodios 4 y 5—, en las que asegura que se puede ver cualquier episodio en el orden que a uno le apetezca, Nicolas Winding Refn muestra un deslumbramiento por el concepto de streaming que le ha llevado a experimentar con la estructura, de modo que el todo depende de lo que picotees primero, porque los jóvenes ahora ven las series sin seguir un orden. Estas declaraciones denotan un interés en el futuro del consumo, pero plantear o supeditar el sentido narrativo de la obra a la manera en la que uno cree que llega al consumidor es, cuanto menos, torpe. Y por ello algunos episodios sufren de una falta de foco importante, que se suman a la voluntad libertina del director tras la cámara.

Hace lo que quiere, como quiere y según le llegan las ideas y, de nuevo, el conjunto sufre de una volatilidad que hace perder la fe por momentos, pese a la constante fascinación que provoca. Mientras el ritmo es moroso, asfixiante y en ocasiones insoportable, el poder hipnótico de su fotografía, su esquema de colores y la composición de los planos resulta adictiva, gloriosa y epatante hasta el punto de que lo que ocurre no es tan importante como observarlo.

Además el propio tempo articula una atmósfera propicia para que las ideas de contraluces, siluetas y otras ocurrencias de NWR lleguen como fin y no como herramienta, así como los estallidos de violencia, que impactan como una locomotora en medio de una plácida pradera.

El lado negativo es que hay otros momentos en los que no acaba de llegar y ni llevar a ningún sitio concreto y deja a la vista el carácter de experimento de rumbo despistado de todo el proyecto. Casi como si fuera una primera versión con ideas aún sin prender en el molde, da la impresión de que cuando ocurre cierto punto de no retorno del final, el dúo creativo se queda sin ideas y cierra, más o menos, con algunas líneas argumentales dibujadas y otras no tanto. Cuando menos convincente resulta, la autoindulgencia musical muestra la fragilidad del cierre.

El problema es que, si en The Neon Demon se aceptaban ciertos anticlímax gratuitos, en Too Old to Die Young pillan al espectador agotado y sin muchas ganas de ensayos a esas alturas de la fiesta. Hemos pillado que la inconcreción es parte del formato, pero por mucho jugar al despiste no va a ser esa abulia la que desencripte una filosofía a base de deslocalizar el foco de atención y el diálogo con el espectador a niveles casi meta. Hay parte de parodia, hay parte de épica, hay surrealismo que funciona, otro que se queda en el chascarrillo caprichoso. Cuando más interesante resulta Too Old to Die Young deja ver que, tras su mundo de violadores, pandilleros y pedófilos, hay un discurso sobre la decadencia moderna.

Sus personajes sin alma reflejan no solo lo peor de la humanidad, sino una sociedad que permite sus impulsos, acomodada y gangrenada por la vanidad y la avaricia que se ha acomodado como forma de vida. Como en The Neon Demon, no ofrece ningún elemento de redención, tan solo cierto espíritu de la justicia que acaba desmitificado en no pocos momentos.

Los 754 tediosos minutos de Too Old to Die Young serían básicamente una tortura si dentro de su lógica laxa no se creara una termodinámica que atrae y fascina hacia su retórica de la oscuridad, su noir esotérico empapado de Jodorowsky. En sus mejores momentos, lo nuevo de Nicolas Winding Refn recuerda a Seijun Suzuki o Shunya Ito, pero cuando se sale del patrón exploitation y busca al David Lynch de Twin Peaks: The Return y su medido juego provocador, demuestra que hay mucha diferencia entre la expresión orgánica y la emulación de referentes, por muy extraños que estos sean. (Jorge Loser – Espinof.com)