En Wake in Fright John Grant, un excelente profesor que llega a una ciudad de mineros situada en un inhóspito desierto, decide pasar allí la noche antes de tomar un avión para Sydney. Pero pasan cinco noches y parece que Grant se está acercando poco a poco a la autodestrucción. Cuando los efectos del alcohol empiezan a distorsionar su percepción de las cosas, surgirá un aspecto de su personalidad muy poco agradable, que se traduce en un gran desprecio por sí mismo.
- IMDb Rating: 7,6
- RottenTomatoes: 83%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Cuando pensamos en cine australiano generalmente viene a la mente Crocodile Dundee (Peter Faiman, 1986) y sus muchas secuelas, o, si vamos de gane, The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert, de Stephan Elliott, Rabbit-Proof Fence, (Phillip Noyce, 2002) o Shine (Scott Hicks, 1996). Aunque la industria australiana del cine tiene una larga y rica historia, e incluso produjo el primer largometraje de la historia, The Story of the Kelly Gang (Charles Tait, 1906), permanece por lo general en la oscuridad y no se considera como parte del world cinema iniciático para los cinéfilos. Sin embargo, más allá de los productos que han logrado ser exportados a mercados internacionales, existen verdaderas joyas que sólo salen a relucir si uno se encuentra específicamente interesado en el cine aussie.
Una de estos tesoros ocultos es Wake in Fright, dirigida por Ted Kotcheff en 1971. Por años, el filme fue subestimado como un ejemplo del subgénero conocido como ozploitation (similar a otros como blaxploitation), películas por lo general de bajo presupuesto que se regodean en sexo y violencia. Sin embargo, Wake in Frigh es mucho más que eso. Es una radiografía de la psique y las verdades incómodas del espíritu australiano, tan atormentado por un pasado colonial violento donde los europeos se enfrentaron a un territorio inhóspito y los aborígenes fueron vejados.
Wake in Fright, cuyos rollos originales se perdieron por décadas y fueron recuperados recientemente, cuenta la historia de John Grant, un maestro de escuela en Tiboonda que se sumerge una vorágine de alcohol, apuestas y testosterona en el pueblo de paso de Bundanyabba. Esta localidad se encuentra en el outback australiano, un terreno estéril lacerado por una carretera de dos carriles y las vías del tren que se pierden en el horizonte. Hay algunos arbustos marchitos que rompen con la monotonía de la tierra roja que cubre al continente como un manto de sangre. Conocemos a Grant cuando se encuentra dando clases a un grupo de niños y adolescentes blancos. Los alumnos se notan abochornados, con una anatomía que no se encuentra preparada para el clima rapaz del continente. El verano australiano es un trasfondo casi cómico para el árbol de Navidad que adorna el salón de clases. Grant planea pasar una noche en Bundanyabba antes de tomar un avión a Sídney, la gran metrópoli de Nueva Gales del Sur, para encontrarse con su novia (en una foto en blanco y negro la vemos sosteniendo una tabla de surf, otro cliché australiano).
La noche tranquila que Grant planea pasar antes de su viaje se convierte en un viaje hacia las entrañas de la Australia salvaje. Una parada inocente en un bar se convierte en una noche incontrolable de juerga en que Kotcheff (Toronto, 1931) muestra elementos claves de la idiosincrasia australiana. De entrada, el bar se encuentra repleto de hombres que beben de a cerveza por minuto y se encuentran obsesionados por las apuestas de two up, una suerte de volado con dos monedas que es un ícono de la identidad australiana que era jugado por los mineros y soldados que se encargaron de la independencia simbólica del país. Las apuestas son un ingrediente clave de la identidad australiana, ya que los primeros colonos llegaron a una tierra inexplorada y fueron abandonados a la suerte. Australia es por algunos conocidos como The Lucky Country (el país con suerte) debido a la riqueza natural que contiene. Sin embargo, también es un territorio que fuera de las costas es árido y el aislamiento de aquellos que viven en poblaciones rurales hace que el aburrimiento se llene con apuestas, peligro y alcohol.
El que Kotcheff haya elegido a un maestro de escuela, ocupación noble donde la haya, como ejemplo del efecto corruptor que tiene la abundancia y la desidia, no es fortuito. Kotcheff hace que la sofisticación de Grant (quien estudió filosofía y literatura) se oponga a la sabiduría cotidiana de los habitantes del outback, hedonistas y despreocupados. El director utiliza el lenguaje audiovisual del cine de horror para documentar la transformación de Grant, quien, con las venas repletas de alcohol, se convierte en un ser incivilizado y en contacto con sus más bajos instintos. Contrario a otras cintas que han utilizado al outback como el monstruo que todo lo engulle (pensemos en el slasher Wolf Creek de 2005, dirigido por Greg McLean o en el clásico de Peter Weir Picnic at Hanging Rock, de 1975), aquí no hay elementos sobrenaturales o ímpetus asesinos. Lo que presenciamos es la vida cotidiana, lo que hace que el filme sea aun más aterrador para los australianos que no viven en estas condiciones, para los habitantes de las ciudades que ignoran la dura realidad rural, en donde las mujeres cumplen siempre un papel secundario. En una de las escenas más fuertes y controvertidas de Wake in Fright se muestra la caza de canguros por parte de Grant y sus nuevos amigos. La escena de esta masacre es brutal porque muestra el dominio del colono europeo sobre la tierra y los recursos naturales. Al ser canadiense, Kotcheff pudo ofrecer una mirada sorprendida ante los usos y costumbres, la brutalidad del outback.
Wake in Frigh es todo un clásico australiano digno de verse. Después de esta deslumbrante opera prima, Kotcheff tuvo una carrera exitosa en Hollywood. En su dirección de la primera cinta de la saga de Rambo (First Blood, 1982) podemos encontrar los mismos temas explorados en Hombre sin mañana: la masculinidad irracional, la civilización contra la naturaleza y la verdadera identidad de los territorios en su momento colonizados por el Imperio Británico, definidos por una violencia primigenia. (César Albarrán-Torres – RevistaIcónica.com)
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