En Whisky, Jacobo Köller, el dueño de una modesta fábrica de calcetines, arrastra una vida gris y de una monotonía asfixiante. Su relación con Marta, su empleada de confianza, es estrictamente laboral y está marcada por el silencio y la rutina. Esta monotonía se ve súbitamente amenazada por el anuncio de la inesperada visita de Herman, el hermano de Jacobo, que vive en el extranjero, y con el que ha perdido contacto desde hace años. Es entonces cuando Jacobo le pide ayuda a Marta para afrontar una situación tan incómoda. Tres personalidades aparentemente inofensivas: tres clases de soledad.

Premio al Mejor Guión Latinoamericano en el Festival de Sundance 2004
Mejor Película Extranjera de Habla Hispana en los Premios Goya 2004
Mejor Película Iberoamericana en los Premios Ariel 2004
Mejor Película en el Festival de Tokyo 2004
  • IMDb Rating: 7,1
  • RottenTomatoes: 100%

Película (Calidad 1080p)

En el argot cinematográfico común a críticos y cinéfilos, una «pequeña película» suele designar un producto carente de actores importantes, sin efectos especiales ni grandiosidad de ningún tipo (es decir, en la que no ha habido una gran inversión económica), pero tocada por ese intangible artístico que es la inspiración. En ocasiones, las pequeñas películas se revisten de una forma poco estridente para contar una historia que parece meramente anecdótica, pero tras la cual palpita nada más y nada menos que la vida. El caso que nos ocupa es de ésos, agrandado, además, porque el origen del filme es tan exótico como Uruguay (tan sólo En la puta calle, de Beatriz Flores, coproducida con España, se estrenó aquí), un país que cuenta sólo por unas pocas docenas el número de títulos que ha sido capaz de producir en casi un siglo.
Pero a decir verdad, Whisky, una película que es también coproducción con España, viene de atrás, concretamente de una aún más modesta producción llamada 25 Watts que, vía festivales, ya puso en antecedentes sobre la existencia de dos jóvenes creadores, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, que apuntaban algo más que maneras. Un cine de jóvenes y para jóvenes parecía aquél, que hablaba de hastío, del día a día en un país en crisis, de la falta de oportunidades. Y que lo hacía con un sentido del humor soterrado y sutil, como no queriendo incomodar a nadie, pero logrando justamente lo contrario: incomodar, y mucho, a unos cuantos.

Los personajes de Rebella y Stoll han crecido en éste, su segundo largometraje. A decir verdad, andan ya en la cincuentena, han sido y son bastante maltratados por la vida y se aferran, como sin querer, a una cotidianidad hecha de rutinas, de hábitos mecánicos, de sentimientos cuidadosamente ocultos tras el áspero disfraz del día a día. Hay en el filme dos niveles cuidadosa, delicadamente intercomunicados. Uno es en el que se mueven sus tres protagonistas, dos hermanos judío-uruguayos, Jacobo y Herman, que hace años no se ven porque el segundo vive en Brasil, y la empleada de confianza de Jacobo, a la que éste convence sin dificultad alguna para que se preste a interpretar, por unos días, la comedia de que es su esposa.

En el otro nivel está el resto: la mirada elíptica, pero no menos punzante, sobre una realidad gris, de inmensa chatura y mecánica consistencia, que se manifiesta tanto en las relaciones entre las (pocas) empleadas del taller de Jacobo y de éste con sus clientes, como en los gestos rutinarios que repiten de día en día, hasta en las acciones que postergan casi sin darse cuenta; en ese balneario, Piriápolis, en el que transcurre un miniviaje de los hermanos y la supuesta cuñada, y en ese karaoke que visitan, tan desangelado, tan vitriólicamente cómico como corroído por el deterioro del tiempo, tanto como todos los paisajes de ese Montevideo otoñal en el que transcurre la acción del filme.

Pero Whisky no sería la extraordinaria, inteligente película que es sin el humor finísimo que se filtra entre sus fotogramas. Toda la crítica, sin excepción, ha apuntado ya que el filme se parece extrañamente al cine de Aki Kaurismäki con esos personajes aparentemente impasibles a los que les ocurren las mayores atrocidades. Y como el finlandés, los autores uruguayos observan a los suyos desde una distancia que les permite una mirada a un tiempo inquisidora y respetuosa, reveladora de sus fracasos, de sus sueños gastados, de su porvenir sin salidas. Y quieren a sus personajes, y los respetan; y lo que emerge de las poderosas imágenes de esta película a la que no sobra un solo plano es un inmenso retrato de fracasados hecho con humor, con ternura, con sabiduría: una película, lo adivinó ya el lector, de visión sencillamente imprescindible para cualquier persona sensata. (Casimiro Torreiro – Diario El País)