Le Scaphandre et le Papillon se inspira en la novela homónima escrita por Jean Dominique Bauby a causa de un accidente que sufrió en 1995 y que lo introdujo en el mundo del «Síndrome de Cautiverio» (encerrado en sí mismo). Totalmente paralizado, sin poder comer, hablar, ni respirar sin asistencia, el antiguo redactor jefe de la revista «Elle» dicta letra por letra, moviendo sólo el párpado izquierdo, una especie de viaje inmóvil.

Mejor Película Extranjera y Mejor Director (Premios Globo de Oro 2007)

Mejor Director y Premio Técnico (Festival de Cannes 2007)

Mejor Guion Adaptado (Premios BAFTA 2007)

Mejor Actor y Mejor Montaje (Premios César 2007)

Top 10 Mejores Películas del Año (American Film Institute 2007)

Mejor Película de Habla No Inglesa (National Board of Review 2007)

Mejor Director y Mejor Fotografía (Premios Independent Spirit 2007)

Mejor Película de Habla No Inglesa (Critics’ Choice Awards 2007)

  • IMDb Rating: 8,0
  • Rotten Tomatoes: 94%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Los críticos de cine (los seres humanos, bah) somos bastante prejuiciosos y muchas veces -más de las aconsejables- nos manejamos con preconceptos, reduccionismos o verdades terminantes que luego la realidad termina por desmentir.

Si bien la tarea del crítico es tener siempre la cabeza lo más abierta posible, la mente activa, la sensibilidad dispuesta como para poder disfrutar de todo tipo de películas, admito que muchas veces le doy demasiada importancia a antecedentes que luego pueden no ser determinantes.

Este preámbulo sirve como disparador para lo que me ocurrió antes de ver por primera vez Le Scaphandre et le Papillon en el marco de la competencia oficial de Cannes 2007. En un festival en el que cada año se exhiben varias joyas por día, no tenía demasiadas ganas de enfrentarme con una película que tenía casi todo en contra y sólo una cosa a favor: la presencia de quien para mí es, por lejos, el mejor actor francés en actividad. Me refiero a Mathieu Amalric. Pero incluso para eso tenía un atenuante, ya que Amalric también aparecía en otros dos films presentados de esa edición, como La cuestión humana y Actrices.

¿Qué era lo que tanto ruido me hacía, lo que desataba mis peores prejuicios? Repasemos:

1- Me causa escozor el subgénero de melodramas épicos, bienpensantes, políticamente correctos y universalmente celebrados sobre personajes (si existieron en la vida real, tanto mejor) con discapacidades; o sea, esas lecciones de vida de «hondo contenido humano» sobre seres excepcionales que se sobrepusieron a todo tipo de adversidades. Un subgénero en sí mismo en el que podría englobar (aunque los resultados son bastante disímiles) a títulos como Despertares, Rain Man, Mi pie izquierdo, Forrest Gump, Mentes que brillan o Mar adentro.

2- Su director, el neoyorquino Julian Schnabel, me parecía un «autor» decididamente sobrevalorado, uno de esos artistas multifacéticos y cosmopolitas tipo Mike Figgis que están en todas partes (un festival, una feria literaria, un museo de arte moderno), que tienen un aura de prestigio que nadie se atreve a cuestionar y que siempre están ligados a temas importantes o a reivindicar a antihéroes del arte como el rebelde y vanguardista Jean-Michel Basquiat en Basquiat o el perseguido poeta cubano Reynaldo Arenas en Antes que anochezca, dos film que me interesaron bien poco.

3- El guionista era el no menos prestigioso Ronald Harwood, colaborador en varios de los últimos trabajos de, por ejemplo, Roman Polanski o István Szabó. Una de esas «grandes» plumas también merecedoras de un, vaya a saber por qué, reconocimiento unánime. Su más reciente trabajo había sido la paupérrima transposición de El amor en los tiempos del cólera.

Con semejante «mochila» a cuestas ingresé a la sala y -para absoluta sorpresa- descubrí una gran película, una gran historia, un gran cineasta (pocos días después Schnabel terminaría ganando el premio al mejor director en Cannes), un gran guión y, por supuesto, la ratificación de un gran actor.

El film reconstruye el caso real de Jean-Dominique Bauby, editor en jefe de la revista Elle, un exitoso profesional y bon-vivant que en 1985, con apenas 43 años, sufrió un accidente cardiovascular que, después de un largo coma de tres semanas, lo dejó completamente paralítico pero al mismo tiempo consciente y pensante.

Basado en el relato autobiográfico que el propio protagonista dictó letra por letra (no podía hablar) y publicó con gran éxito en noviembre de 1997, pocos días antes de su muerte, el film resulta conmovedor sin por ello ceder a la moraleja aleccionadora, es sensible sin caer prácticamente nunca en el exceso de sentimentalismo ni en el golpe bajo lacrimógeno.

La primera mitad de Le Scaphandre et le Papillon es sencillamente excepcional, con una puesta en escena tan rigurosa y lograda que es digna de una verdadera obra maestra. Tras los créditos iniciales construidos con radiografías de un enfermo, la cámara simula la apertura de los párpados. Es el propio Bauby que despierta del coma en un hospital ubicado a metros de la costa de Calais y descubre que está incomunicado con el mundo. Escuchamos sus pensamientos (negros, irónicos, morbosos, despiadados, desesperados… y hasta erotizados) en una voz en off que Amalric se encarga de hacer siempre creíble. Y luego iremos conociendo a sus neurólogos (Patrick Chesnais y Jean-Philippe Écoffey), a su ex esposa (Emmanuelle Seigner) y a sus tres hijos, a las bellas encargadas de su rehabilitación (Marie-Josée Croze y Olatz Lopez Garmendia), a su asistente (Anne Consigny), a su padre (Max Von Sydow) y a sus amigos y conocidos (Niels Arestrup e Isaach de Bankolé).

Schnabel y el excepcional director de fotografía polaco Janusz Kaminski (habitual colaborador de Steven Spielberg) apelan durante esa primera mitad casi siempre a la cámara subjetiva; es decir, a la forma en que Bauby va conectándose con su nuevo mundo, y a todo tipo de filtros y desenfoques para exponer la mirada distorsionada del protagonista; mientras que unos pocos flashbacks van reconstruyendo aspectos esenciales de su vida y exaltan la capacidad de imaginación (simbolizada por la mariposa) como forma de salir de esa cárcel humillante a la que ha sido confinado (resumida en una pesada escafandra).

La segunda parte, es cierto, cede a algunas tentaciones más convencionales (los encuentros familiares, la relación con su padre, los llamados telefónicos, la épica literaria que encarna, algunas frases «célebres»), pero así y todo no hay lugar para demasiados desbordes, para facilismos ni demagogias. Hasta los habituales regodeos exhibicionistas de ese realizador artie que es Schnabel, la omnipresente banda sonora (U2, Tom Waits, Joe Strummer, Charles Trenet. Jean Constantin) o los homenajes cinéfilos (Los 400 golpes de Truffaut) resultan aquí funcionales, ya que lo que se está exaltando es precisamente la inspiración, la sugestión que encuentra el héroe a la hora de seguir viviendo y creando aún en las peores circunstancias corporales, emotivas y motrices.

Le Scaphandre et le Papillon es una historia llena de vida, de nobleza y de belleza que está narrada con todas las herramientas expresivas del cine contemporáneo. Es, también, un antídoto frente al cinismo y a la frialidad que definen a estos tiempos. Y es, en definitiva, un buen cachetazo para un crítico prejuicioso (pero que al menos tiene la dignidad de admitirlo) como el que acaba de escribir estas líneas. (Diego Batlle – otroscines.com)