En We are the Best!, tres chicas de entre 12 y 13 años de edad deciden formar un grupo de punk en el Estocolmo de 1982.

Mejor Película en el Festival de Tokio 2013

  • IMDb Rating: 7,2
  • RottenTomatoes: 97%

Película / Subtítulo  (Calidad 720p)

 

Desde que We are the Best! comienza y la cámara nerviosa sigue a una joven por una fiesta de aspecto liberal, un par de cosas están claras. Lukas Moodyson vuelve al género adolescente, y lo hace con mucho acierto. Esta fresca y enérgica propuesta, adaptación del cómic de su pareja Coco Moodysson, nos lleva al Estocolmo de 1982. Bobo y Klara son dos jóvenes inadaptadas que pasan sus días extrañadas ante el mundo que les rodea. Moodyson se pone de su parte desde el comienzo y de forma limpia, haciendo que el entorno sea tan marciano para los espectadores como para ellas. Su aspecto es andrógino y usan la cultura como descacharrante arma arrojadiza, citando cosas sin tener ni idea de lo que están diciendo. Son adorables. We are the Best! transmite con admirable pericia esa sensación adolescente de molestia por todo, de que cada acción tiene una importancia tremenda y de vergüenza máxima por los tuyos. Hasta sus últimas consecuencias. No cuenta nada especialmente novedoso, ni quiere hacerlo, pero es una propuesta irresistible.
La historia dará pronto un pequeño giro, perfectamente integrado, que la llevará a otra situación, inesperada. La pareja protagonista improvisa la formación de una banda para fastidiar a unos veinteañeros rockeros que se meten con ellas. Lo que empieza como una broma les acabará dando la oportunidad perfecta de expresarse y ampliar su grupo de amistades con la inclusión de Hedvig, la única con talento musical. Una chica cristiana que toca la guitarra y canta muy bien. Las jóvenes Mira Barkhammar, Mira Grosin y Liv LeMoyne están estupendas, naturales ante la cámara y dialogando con soltura un guión hilarante, insolente y escrito con conocimiento de causa. Moodysson acierta con la puesta en escena, funcional y neutra, y con las decisiones artísticas que toma para crear el acertado clima de la etapa que están viviendo las chicas protagonistas. A través de pequeñas pinceladas se reflejan sus ambientes familiares, convenientemente distintos, y que ayudan a configurar sus personalidades. Son chicas que se adaptan con facilidad a las circunstancias. La época y el lugar están definidos a la perfección y sin enfatizar más de lo necesario. No parece tampoco un catálogo de puntos a tratar en la convulsa edad de las protagonistas, sino una historia factible en todo momento.
Una serie de momentos álgidos (la actuación de las compañeras de clase, la fiesta del hermano de Klara, con la primera borrachera de las chicas, o la ardua escritura de la canción para su banda) puntúan la mayor parte del metraje, que discurre con agilidad. La película nunca se hace pesada, y la diversión constante que surge de juntar a las chicas en pantalla dibuja una sonrisa en la audiencia en todo momento. Moodysson toma una decisión algo más discutible en el último tramo de la cinta, cuando decide dinamitar un poco la amistad de forma simplona. El trío protagonista decide conocer a una banda de adolescentes rockeros para comparar maneras de entender el mundo, así que llaman por teléfono a uno de ellos y arreglan un encuentro. La inclusión de un chico en su universo pondrá a prueba la relación de Klara y Bobo, con Hedvig de árbitra neutral. We are the Best! se torna previsible en este segmento, ya que la tentación es en exceso sencilla. Y demasiado débil para quebrar de forma creíble el poderoso nexo entre las crías. Es una moraleja facilona que empaña la fuerza del relato y que ya hemos visto en otras ocasiones.  
Moodysson retoma el primer rumbo de su carrera con esta historia juvenil. La crónica de una amistad entre desarraigadas que buscan su rumbo fuera de lo convencional. Sin paternalismos ni condescendencias, el sueco hace un retrato certero de una edad muy difícil. Y lo hace de forma no estridente y con verismo. Que la actuación musical en el desenlace de la cinta salga como sale prueba que la mirada detrás de las cámaras es sabia. Y festivamente cachonda. Si sólo hubiera podido hacerlo también con la desprejuiciada mirada de su espléndido debut, la operación sería redonda. (Adrián González Viña – ElAntepenúltimoMohicano.com)