En Alice Doesn’t Live Here Anymore, una mujer casada y madre de un rebelde hijo de once años, lleva una vida mediocre en Socorro, Nuevo México. Un día, conversando con su confidente y vecina, recibe la noticia de que su marido ha fallecido en un accidente de tráfico. A partir de ese instante se plantea cambiar totalmente de vida y, tras vender sus escasas pertenencias, ella y su hijo se dirigen a Monterrey, su ciudad natal y el único lugar donde Alice cree que podrá hacer realidad el sueño de su vida: cantar.

Mejor Actriz en los Premios Oscars 1974
Mejor Película, Mejor Actriz, Mejor Guión y Mejor Actriz Secundaria en los Premios BAFTA 1974

  • IMDb Rating: 7,3
  • RottenTomatoes: 87%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Una de las cosas que más me gustan de estos «especiales» es la posibilidad de reencontrarme con películas que he olvidado, o que quizás no he visto, y que además ponen en perspectiva a todos los involucrados en ellas y a la evolución de sus miradas. Pero también nos ponen en perspectiva a nosotros en tanto espectadores, porque es difícil apartarse de una mirada del presente a la hora de leer o mirar estos textos que hablan del pasado.

Cuenta la leyenda que más o menos a mediados de los 70 Ellen Burstyn buscaba un joven director con una mirada fresca e ideas novedosas y personales para su proyecto: el guion de Robert Getchell del que tenía la certeza de que sería una buena película. Fue entonces que Francis Ford Coppola la convenció de que Martin Scorsese tenía el perfil del cineasta que ella buscaba, y así se produjo el encuentro. El resultado fue Alice Doesn’t Live Here Anymore, una película que claramente se desmarca de lo que el mismo Scorsese había filmado y filmaría después, y es, también, una obra injustamente infravalorada con una riqueza argumental que permite analizarla desde varios aspectos.

I. Desde los títulos con que inicia el film Scorsese homenajea, lúdicamente, a los clásicos del cine de Hollywood (Vidor, Flemming, Kazan, Hawks, entre otros). La tela sedosa en la que se apoyan los créditos en una inevitable cursiva inglesa opera como una marca, y después el prólogo que nos muestra la infancia de Alicia, la granja familiar, la silueta de los padres en armoniosa y doméstica cotidianidad, todo teñido de rojo y filmado en formato 1:1:33 (que se ve como un cuadrado) es casi una declaración de principios que remite inmediatamente a El mago de Oz (Víctor Fleming, 1939) y también al cine de Vincente Minnelli, autor confesamente admirado por el director. Pero los homenajes no son solo declaraciones de amor sino que, a medida que avanza el relato, el contraste parece decir que el cine ha cambiado y que, a pesar de la nostalgia, ya no es posible -y eso es saludable- filmar así.

II. De la niña en la granja que se promete cantar “You´ll Never Know” mejor que Alice Faye nos vamos al tórrido presente doméstico de Alicia casada y madre de Tommy (el debutante Alfred Lutter) de 12 años, viviendo en Socorro, Nuevo México, una ciudad a la que, literalmente, odia. Mientras fantasea con su amiga y vecina sobre la posibilidad de vivir (¿sobrevivir?) sin un hombre, como una profecía autocumplida Alice enviuda y con cierta candidez se lanza a buscar su vida allí donde la dejó. El viaje a Monterrey, donde volverá a ganarse la vida como cantante, es la posibilidad de recuperar un pasado suavemente glorioso en el que, esencialmente, fue feliz.

Hacia allí parte nuestra heroína con su hijo y así el relato se convierte en una especie de road movie que, en sus paradas, pinta un retrato de la América profunda, pueblos desérticos, pequeñas ciudades y sus habitantes. Pero el camino al sueño tiene sus contratiempos: hay que conseguir dinero para vivir durante la travesía y parece que el resto del paisaje no es muy diferente a Socorro, aunque con voluntad inquebrantable Alicia se reinventa (o al menos lo intenta con dedicación) y consigue trabajo de cantante. También aparece un hombre (Harvey Keitel) y los halagos, el romance, los problemas y la violencia, y todo se desvanece. Sin embargo, estamos en la ruta y volvemos a ella. Otro pueblo en el que ya no hay trabajo de cantante así que, con cierta tristeza, encuentra un trabajo de camarera (la realidad, esa maldita bruja, siempre imponiendo sus condiciones). Llegan los reclamos de un hijo pequeño que se aburre y que parece no comprender del todo qué es este viaje, y se rebela. Y aparece otro hombre (Kris Kristofferson), uno bueno y hasta una nueva amiga (Diane Ladd), y el tiempo pasa y Monterrey no está más cerca y ya no es cantante pero aún la sostiene la fuga hacia el futuro (aunque ese futuro se encuentre en el pasado). Pero a pesar de las búsquedas serán los hombres los que marquen los tiempos y las decisiones de Alicia que, al fin y al cabo, es un producto de su tiempo.

III. Ellen Burstyn construye un personaje maravilloso. Su Alice Hyatt es, quizás, la mejor interpretación de toda su carrera (de hecho en 1975 ganó el Oscar a la mejor actriz por este papel) y es, también, en el contexto de la filmografía de Scorsese uno de los personajes femeninos más complejos y luminosos, apoyado en gran medida en la presencia de Alfred Lutter, ese hijo a veces exasperante con una gran personalidad que completa y hace brillar aún más a la protagonista. El resto del elenco no destaca con la misma intensidad a pesar de que, en algunos casos como el de Diane Ladd protagonice junto a la Burstyn una de las escenas más hermosas de la película en la que Alicia confesará que parte de su cansancio nace de tratar de conformar a su marido, ese hombre que la sedujo por su firmeza, que le brindó la sensación de sentirse «protegida», al que «le tenía tanto miedo». En este rubro Scorsese se afirma como un gran director de actores (fama que sigue cultivando hasta el presente) y el total compromiso con la historia lo muestra como un exhaustivo lector de guiones.

IV. Podemos pensar a Alice Doesn’t Live Here Anymore como una película de caminos, sin ser estrictamente una road movie. Y también como un melodrama que, en cierto modo, rinde un cariñoso homenaje al cine de los años cuarenta y cincuenta en los que en director, lejos de repetir los códigos del género, les da una vuelta de tuerca sin llegar a una ruptura en lo formal, esencialmente porque desde el prólogo deja bien en claro que es una concepción del cine que ya no tiene sentido en el escenario actual ya que no sólo el cine ha cambiado sino que los Estados Unidos que retrata también. Esto se traduce en la forma en la que evita caer en los lugares comunes del género. La fluidez de las imágenes, el uso de la cámara como una herramienta expresiva al servicio de las miradas, los silencios, los gestos y una amplia gama de tensiones y reacciones internas y externas de los personajes, sumado a una puesta en escena sumamente original dan a la película una personalidad propia. Y, como siempre en el universo Scorsese, se hace evidente el uso de la música (la otra gran protagonista) con un repertorio variadísimo que va desde clásicos del cine como «Cuddle Up A Little Closer, Lovey Mine» de la película Coney Island (Walter Lang, 1943), interpretada por Betty Grable, hasta la contemporánea «Daniel» de Elton John, que aparecen como fuera de contexto y que no hacen otra cosa que resignificar las imágenes.

Martin Scorsese se apoya en la concepción del cine como un medio dinámico, histórico y en constante evolución (es, de hecho, uno de los realizadores responsables del crecimiento narrativo del cine estadounidense) y, producto de esa historicidad, es imposible realizar narraciones cinematográficas como las de la «época de oro» de Hollywood, como tampoco son posibles los finales felices en los que todos los sueños se concretan.

Y es así como Alice Doesn’t Live Here Anymore cierra el relato, sin tristeza pero con mucha ironía. Alicia y su hijo llegan a Monterrey, al restaurant Monterrey de Tucson, porque a esta altura «para cantar lo mismo da una ciudad que otra»… (Gabriela Lopez Zubiría – HacerseLaCrítica.com)