The King of Comedy es una amarga comedia que narra la historia de Rupert Pupkin, un cómico obsesionado con convertirse en el mejor en su campo. Un día Rupert conoce a su ídolo, Jerry Langford, y le suplica la oportunidad de aparecer en su show, pero éste se la niega. Sin embargo no cesará en su empeño, acechando a Jerry hasta que consiga lo que quiere. Finalmente y con la ayuda de su amiga Masha secuestrarán a Langford para poder conseguir sus propósitos.

  • IMDB Rating: 7,8
  • RottemTomatoes: 90%

Mejor Guión Original Premios BAFTA 1983

Película / Subtítulo

Esta especie de reverso oscuro y satírico de All About Eve, (Joseph L. Mankiewicz, 1950), es muy posible que The King of Comedy sea una de las comedias preferidas de los hermanos Coen. Y es posible porque pocas veces nos han contado una historia de imbéciles, y de bochornosas barrabasadas, tan moralmente resbaladiza y visualmente ingeniosa como esta. Un prodigioso Robert De Niro, en una de sus más brillantes y olvidadas interpretaciones, da vida a Rupert Pupkin, aspirante a cómico capaz de cualquier cosa para que le den una oportunidad. Su ídolo, por supuesto, es Jerry Langford, el presentador de un famoso show televisivo en el cual Pupkin estaría más que encantado de demostrar sus (cuestionables) dotes cómicas. En su carácter obsesivo y en sus egoístas impulsos radica gran parte del ideario que ha convertido a los personajes scorsesianos en algo tan identificable. Pupkin es un ser patético cuya miserable vida le lleva a imaginar un mundo que no es real, y en virtud del cual hará lo impensable para que sus sueños se conviertan en realidad.

En la búsqueda de la confirmación de una verdad alternativa por parte de Pupkin, Scorsese indaga además en algunos de los fantasmas de la América actual y en muchos de los defectos de la cultura de masas, sobre todo la televisiva. Y lo hace con singular lucidez. Personajes grotescos que se hacen famosos de la noche a la mañana y cuya mayor virtud consiste en ser despreciables, vulgares, sin el menor talento artístico y ávidos de esa tenebrosa felicidad que debe otorgar la idolatría basada en la ignorancia, en el aburrimiento, en la estulticia. En el momento de su estreno, no fueron pocas las voces críticas, sobre todo en norteamérica, que expresaron su desagrado o su incomprensión del espejo que proponía The King of Comedy. Ahora dudo mucho que esos críticos no sean capaces de constatar la feroz y despiadada metáfora de un mundo en el que triunfan los idiotas, en el que las tragedias íntimas son tomadas a broma, en el que hacer público las miserias cotidianas es motivo de celebración y de chanza. Scorsese no muestra compasión, ni por unos showman capaces de vender su alma al diablo, ni por un público ávido de sensaciones fuertes, ni por una sociedad que primero te alaba para luego echársete al cuello.

Suele considerarse la puesta en escena de The King of Comedy como una de las más ortodoxas y convencionales de su director, en aras de una mayor penetración psicológica de los diversos idiotas que pueblan la historia. Aunque en apariencia la planificación, el marcaje de los actores y el uso de la cámara pueden ser calificados de clásicos, se esconde en cada plano, en cada gesto de los personajes, en cada línea de diálogo, muchas y muy potentes cargas de profundidad que erosionan el tejido supuestamente clásico de la narración. No lo vemos, pero sentimos que esta historia no podía haberse contado antes así. Hasta un convencional plano-contraplano está dotado de algún detalle extraño, tenso o decididamente gamberro. Es impresionante la cantidad de ideas ingeniosas que podemos rastrear con un poco de atención. Es cierto que la cámara es más invisible que en otros títulos de su autor, pero secuencias como las de las fantasías de un chalado Pupkin están resueltas con una ambiguedad en el montaje y en la mera representación visual, que no dejan lugar a dudas de la sutileza y la brillantez de la propuesta.