En American History X, Derek, un joven «skin head» californiano de ideología neonazi, es encarcelado por asesinar a un negro que pretendía robarle su furgoneta. Cuando sale de prisión y regresa a su barrio dispuesto a alejarse del mundo de la violencia, se encuentra con que su hermano pequeño, para quien Derek es el modelo a seguir, sigue el mismo camino que a él lo condujo a la cárcel.

Nominado al Mejor Actor (Premios Oscar 1998)

  • IMDB Rating: 8,5
  • Rottentomatoes: 83%

Película / Subtítulos

Asumir el riesgo de introducir al espectador en el submundo de los grupos racistas radicales americanos, los miembros de las bandas supremacistas blancas, skinheads y neonazis varios, resulta ya de por sí meritorio. Si, además, se hace superando los prejuicios irracionales y hasta banales que han hecho del tema un tópico, para ahondar en sus raíces sociales, familiares y reales, hay que quitarse el sombrero (con cuidado de no mostrar el cráneo rasurado).

Tony Kaye y el guionista David McKenna se han empeñado en evitar esos tópicos que bordean el ridículo, cuando no caen de lleno en él. Siguiendo el ejemplo de unos cuantos documentales americanos que han indagado en el origen de la subcultura skinhead, lo que American History X nos muestra es, simplemente, otro ejemplo más de la desesperación que la pobreza y la violencia racial, ambas inseparables, generan en las junglas de suburbia. Los protagonistas de esta historia no son más que chicos blancos pobres encerrados en un callejón sin salida, que encuentran en las respuestas simples y brutales del racismo y el nacionalismo una forma de liberar su furia. En ello, las bandas neonazis no se diferencian de otras bandas, simplemente reciclan la pseudofilosofía y la parafernalia nazi, sirviendo a veces involuntariamente a intereses políticos (ese perverso Stacy Keach) que, en realidad, les ignoran.

American History X es una película de actores, montada con inteligencia y aire arfy (cambios de texturas, paso del blanco y negro al color, etc.), servida por dos actores jóvenes de tamaño ya casi colosal como son el tierno Edward Furlong, víctima anunciada del sacrificio retributivo final, y Edward Norton, que es ya Robert De Niro en lugar de Robert De Niro. Historia de violencia a ritmo mesurado y semidocumental, con secunda ríos de lujo (mata, malísima y calentísima Fairuza Balk) y escena de violación en las duchas incluida, solo cabe reprocharle un defecto relativo a esta lección de historia americana; su previsibilidad y excesiva familiaridad, que a veces ablanda el tono realista y documental aproximándola a la típica película de bandas juveniles bienintencionada (tipo Mentes peligrosas) o a la clásica true storyfamiliar de sobremesa. Lo que, bien mirado, tampoco es tan malo. (Jesús Palacios –fotogramas.es)