En American Splendor Harvey trabaja en un hospital de Cleveland. Su única vía de escape frente a la rutina diaria es discutir sobre todo lo divino y lo humano con sus compañeros de trabajo. Casualmente conoce a Robert Crumb, un diseñador de postales amante de la música que, años después se hace famoso gracias a sus cómics underground. La idea de que el cómic es una forma de arte para adultos lleva a Harvey a hacer una tira cómica, «American Splendor», que es un retrato irónico del estilo de vida de la clase obrera americana. Publicado por primera vez en 1976, el cómic «American Splendor» convirtió a Harvey en un autor de culto durante los años 80.

Mejor Película en el Festival de Sundance 2003
Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes 2003
Top 10 – Mejores películas del año para la American Film Institute

  • IMdb Rating: 7,4
  • RottenTomatoes: 86%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Las palabras y los dibujos podrían

ser más que una forma artística.

Ya sabes, como las películas

francesas o las de De Sica en Italia.

Harvey Pekar

El cómic ha corrido con bastante mala suerte desde que los superhéroes aparecieron antes de mediados del siglo XX, desde ese entonces la historieta ha sido reducida a un género –por lo menos así lo ve la mayoría de gente– que desconoce otro tipo de historias y narraciones dentro de una manifestación artística tan dinámica y efectiva como el cine. Es como si la gente de a pie sólo reconociera el cine por un solo género (supongamos, la comedia) desconociendo la inmensa diversidad de géneros, subgéneros y cine de autor que se pueden encontrar en todo el acervo cinematográfico. Como si fuera poco que la historieta estuviera reducida a las ya trilladas temáticas de superhéroes, otros factores han contribuido a reducir la posibilidad de que el público abra su visión a todas las opciones que ha ofrecido y ofrece la historieta, uno de esos factores reduccionistas fue la autocensura de los cómics[1], a partir de la década de los cincuentas en Norteamérica, que impidió la divulgación de historias más atrevidas y más allá de la obtusa mentalidad del establishment; otro factor fue el estilo camp, tan popularizado por la serie de televisión de la década de los sesenta Batman, que se asoció al cómic de manera no muy favorable pues redujo también la posibilidad de ver la historieta fuera de esa pantomima o suerte de estilo circense, poco serio y siempre para un público infantil o adolescente –que además se sumó al ya clásico gag fácil, repetido desde los cómics de finales del siglo XIX–. Afortunadamente, los autores de verdad, los testarudos, los que siguen sus propios caminos, han permitido que el cómic siga renovándose en sus narraciones y estéticas hasta nuestros días, aunque en este caso se trate de una dinámica de renovación en el subterráneo, en el underground y lejos de la oficialidad (bueno, en realidad toda renovación está lejos del mainstream). Esos autores partieron de la censura de los cincuenta, se alimentaron del librepensamiento y las convulsiones sociales de los sesentas, maduraron en los setentas e influyeron a otros en las décadas de los ochentas y noventas. American Splendor, el cómic autobiográfico de Harvey Pekar, está influenciado por autores del underground norteamericano de la década de los sesenta como Robert Crumb, Gilbert Shelton, Spain o Harvey Kutzman, pero sobre todo por un autor que ha trabajado al mismo tiempo en el mainstream y lejos de la oficialidad: Will Eisner.

Contrato con Dios, de Will Eisner, inauguró la llamada novela gráfica, una historia de largo aliento (como si se tratada de una novela en literatura) hecha en historieta. Además, Eisner introdujo la autobiografía[2] en un cómic serio y para adultos, que trata sobre la condición humana, acerca de su naturaleza dentro de la civilización del siglo XX. A mediados de lo setenta la novela gráfica de Eisner, que contaba su infancia marcada por la tradición judía de sus ancestros, vio la luz e influenció a un sinnúmero de obras similares en forma o formato –desafortunadamente, ahora ya todo cómic con más de cien páginas lleva el sello de novela gráfica–. Una de esas obras fue la ya anotada American Splendor que, si bien es editada en formato de comic book, se trata de una historieta basada en la vida y milagros de su creador, es decir, de una autobiografía.

Desde finales de la década de los setenta, Harvey Pekar publicó su vida en cómics, ayudado por varias plumas que fungen como ilustradores de sus increíbles aventuras reales, que a decir verdad no tiene nada de inverosímiles pero que son fantásticas porque Pekar logra lo que muchos en otras manifestaciones: hacer sublime lo aparentemente trivial, descubrir lo que está oculto debajo de una vida normal, revelar que en lo cotidiano está lo maravilloso de la vida, que el hombre común también tiene una historia que contar y que esa historia llega a ser tan sorprendente como la del prohombre, el magnate, el prócer o el superhéroe.

Las vivencias de Pekar en historietas recorren todos los ochenta y parte de los noventa, American Splendor se inscribe, pues, dentro del llamado cómic independiente norteamericano, con figuras tan sobresalientes como los chicanos hermanos Hernández, el meticuloso Chris Ware, el muy lúcido Daniel Clowes, el estridente Peter Bagge, el sesudo e intelectual Art Spiegelman o el bizarro y muy fascinante Charles Burns. El cómic de Pekar cala dentro de la pulpa más valiosa de la sociedad norteamericana y gana un sitial de privilegio dentro de lo más nutrido de su cultura popular. Por eso no es de extrañar que, en medio de tanta adaptación de cómics al cine, en lo que podríamos llamar desde ahora comic exploitation, la obra de Harvey Pekar haya sido llevada a la pantalla gigante en un film que no podía llamarse de otro modo que American Splendor (Dir: Shari Springer Berman y Robert Pulcini, 2003).

El film, como ya hemos dicho arriba, es una adaptación de la historieta de Pekar y a diferencia de casi todo el actual comic exploitation es una obra brillante, en parte porque viene de un cómic con grandes cuotas de calidad –cosa que no funciona en la mayoría de adaptaciones que se hacen a partir de historietas mediocres–, además porque la propuesta del film juega con algo con lo que el cómic inspirador coquetea: la continua simbiosis entre ficción y realidad. De esa forma, el film está montado con secuencias de lo que podríamos llamar “ficción”, que es cuando Harvey Pekar vive su vida personificado por el actor Paul Giamatti, salpicadas de intervenciones “reales” del Harvey Pekar de carne y hueso. Lo mismo sucede con algunos de los personajes que están alrededor de la vida de Pekar, como cuando aparece su verdadera esposa Joyce Brabner dando entrevista y en las secuencias de “ficción” actúa, bajo su nombre, Hope Davis; o su amigo nerd Toby Radloff que en el recuento de la vida de Pekar (léase, si se quiere, “ficción”) es personificado por Judah Friedlander. El film está construido entonces a base de segmentos, de trozos significativos de la vida de Harvey Pekar, complementados con el comentario del sujeto en cuestión, esto nos da la sensación de que asistimos a un documental pero en realidad lo que hacen Shari Springer Berman y Robert Pulcini es reproducir al Pekar de la historieta y llevarlo al celuloide, como no tienen al protagonista en la década de los ochenta o noventa lo recrean con la ayuda de Giamatti y al verdadero lo ubican frente a la cámara porque de eso precisamente se trata la historieta de American Splendor, pues es autobiografía, es acerca de la vida de Harvey Pekar.

Al igual que el coqueteo entre realidad y ficción, la historieta está cimentada en un importante concepto: el hombre de a pie y la vida real son más fascinantes que cualquier fantasía, la gente común es bastante compleja. Esto último es precisamente lo que el personaje de Harvey Pekar le dice a Robert Crumb (interpretado por James Urbaniak) cuando le entrega un primer guión, en muñequitos de “palo”, para ver si Crumb está interesado en dibujarlo. Es Harvey Pekar un superhéroe de la vida real, un hombre de carne y hueso que se ha convertido en un adalid en su propia historieta, alza la cabeza e hincha el pecho en su propio cómic demostrando que un oficinista como él, un simple empleado de archivos en un hospital, coleccionista de discos y de cómics, con dos divorcios encima y una actitud irritada e irritante puede tener cosas interesantes que decir a propósito de su propia vida, de su experiencia como uno más del montón que, cosa paradójica, por ser consciente de ello e iniciar un proceso creativo sale de esa masa y se convierte en Harvey Pekar.

¿Pero quién es Harvey Pekar? Se pregunta Paul Giamatti interpretando a nuestro hombre, quien después de escribir sobre él mismo, a lo largo de más de dos décadas, aún se desconoce (o quizás se desconoce precisamente porque ya se ha desarmado y vuelvo a armar tanto en sus propias historietas). Este es el cenit en American Splendor, el momento en que el personaje se pregunta sobre sí mismo a pesar de que lleva un largo viaje escribiendo sobre su propia existencia. En momentos como ese; o cuando se cuenta como Pekar conoce a Crumb, en una venta de garaje por allá en los sesenta; o la atípica primera cita de Joyce y Harvey; o el periplo de Pekar por el show de David Letterman, hasta el desastre final en vivo y en directo es que uno se da cuenta que American Splendor, el cómic, ha sido llevado a una lograda adaptación al cine, pues no se han descuidado los detalles, lo que parecería inocuo para los ojos de alguien que adapta un cómic de capa y superpoderes. Es eso lo verdaderamente interesante de este film y es que capta el lenguaje que hay entre líneas del cómic de Pekar, en parte porque la obra en historieta se basa en la vida real y ahí no hay formulas, nada es predeterminado, nada está asegurado, no hay blanco y negro absolutos, la vida está llena de tonalidades.

Afortunado es que American Splendor haya llegado a nuestra cartelera comercial –aunque haya tenido que ser por la ayuda de un premio como el obtenido en el Festival de Cine de Sundance (2003)–, porque para quien esto escribe es un paso adelante en la divulgación de una nueva concepción acerca de la historieta y si es el cine el encargado de tal papel, como en el caso de otras logradas adaptaciones de cómics como Ghost World (Dir: Terry Zwigoff, 2001), en documentales acerca de la historieta como Comic Book Confidencial (Dir: Ron Mann, 1989) y Crumb (Dir: Terry Zwigoff, 1994), o en films en donde el universo del cómic es el elemento de la trama, como en I Want to Go Home (Dir: Alain Resnais, 1989) y Unbreakable (Dir: M. Night Shyamalan, 2000), entonces es aceptable, ya que la buenas historietas están aún muy lejos de estar a nuestro alcance. En definitiva, es más que bueno que las películas sean consecuentes y le hagan justicia, en la adaptación, a obras en cómic de alta calidad. (Álvaro Vélez – RevistaBlast.com)