A primera vista, los Friedman parecen una típica familia americana. Judíos de clase media-alta, él es un reconocido profesor, ella es ama de casa, y viven con sus tres hijos en Great Neck (Long Island). Un Día de Acción de Gracias, mientras la familia se prepara para la cena, la Policía irrumpe en su casa, la registra de arriba abajo y detiene a Arnold, el padre, y a su hijo de 18 años, Jesse. Ambos salen de casa esposados entre una nube de periodistas, focos, cámaras y camiones apostados en su jardín. Padre e hijo son acusados de pederastia. La familia proclama su inocencia, pero los Friedman se convierten en blanco de la ira de sus vecinos. Capturing the Friedmans es un documental que analiza la naturaleza escurridiza de la verdad a través del prisma de uno de los casos criminales más extraños de la historia americana.

Gran Premio del Jurado (Festival de Sundance – Sección Mejor Documental USA 2003)

Mejor Documental (Festival de Toronto 2003)

Premio a la Libertad de Expresión (National Board of Review 2003)

Mejor Documental (Círculo de Críticos de Nueva York 2003)

Mejor Documental (Critics’ Choice Awards 2003)

Mejor Director Novel y Mejor Documental (Asociación de Críticos de Boston 2003)

  • IMDb Rating: 7,7
  • Rotten Tomatoes: 97%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Los Friedman constituyen una familia tipo americana, de esas que siempre, pero siempre, envidiamos en las películas: mamá, papá (destacado profesor), y tres hijos que viven felices en los suburbios, como atestiguan las fotos y las muchas horas de filmación que los retratan, sonrientes. Hasta que un día alguien descubre que papá esconde unas revistas con (¡horror!) pornografía infantil, y todo se vuelve mucho, pero mucho menos envidiable. Sobre todo cuando él y su hijo menor son acusados de un sinnúmero de casos de abuso infantil, enjuiciados y encarcelados. Es entonces cuando las sonrisas (aunque no todas) se desdibujan y la familia se viene abajo.

Esta historia parece brindar el material perfecto para un documental melodramático o una de esas películas “basada en una historia real”, donde el espectador es bombardeado con una seguidilla de imágenes escandalosas e impresionantes, y sale de la sala enarbolando una antorcha en busca del pedófilo más cercano, que pasa a constituir una contemporánea encarnación del diablo. Afortunadamente, estos pensamientos no parecen haberse cruzado por la cabeza de Andrew Jarecki, el más que talentoso documentalista responsable de Capturing the Friedmans.

Que quede claro, antes de que sea tarde: ni él ni nosotros apoyamos la pedofilia. El espanto que causa semejante asunto no está ausente de este documental (cómo podría estarlo…). Pero Jarecki sabe que nada es tan sencillo como parece a simple vista, y que las posturas maniqueas son reduccionistas cuando de actos (in)humanos se trata. Y con esta certeza en mente convierte esta historia, a simple vista unívoca, en una enmarañada red de testimonios contradictorios, donde nada está mas ausente que la certeza.

El director llega al proyecto casi por casualidad, en plena realización de un documental acerca de payasos-animadores de fiestas infantiles. Resulta ser que uno de estos payasos, David Friedman (¡el más solicitado de la ciudad de Nueva York!), arrastra consigo una historia turbia, muy turbia… sí, aquella que abrió nuestra crítica. Al descubrirlo, el proyecto de Jarecki cambia drásticamente de rumbo, transformándose al cabo de tres años de trabajo en su primer largometraje (de todos modos el proyecto inicial no fue abandonado: el DVD de Capturing the Friedmans incluye el cortometraje Just a clown ).

Este talentoso payaso es el mayor de los hermanos Friedman, y será a través de sus ojos que nos internaremos en la intimidad de su familia. Esto último no es (sólo) un lugar común en la escritura de esta crítica: literalmente veremos a los Friedman a través de los ojos de David. Porque resulta que él no tuvo mejor idea que registrar en video lo que sucedía en su hogar mientras todo se venía abajo a su alrededor. Y así, con este material más poderoso que cualquier ficción (y verosímil sólo porque estamos convencidos de que estamos viendo un documental), llegaremos a acercarnos a estos personajes mucho más de lo que habría sido posible a través de sus testimonios. Los videos convierten al espectador en un voyeur casi perverso: no podemos dejar de sentir que estamos invadiendo la privacidad de una familia, que esas imágenes no nos están destinadas. Incluso David se encarga de echárselo en cara al espectador (“esto es privado, así que si no eres yo no deberías estar viéndolo”). La pregunta es ¿a quién se dirigen estas imágenes? ¿Tienen un destinatario, o sólo constituyen el escudo que los Friedman construyeron para defenderse de sí mismos y desligarse de la responsabilidad de recordar una realidad que los superaba? Capturing the Friedmans es también una reflexión sobre la obsesión de la sociedad norteamericana por el registro autobiográfico de imágenes.

Jarecki suma a estos videos testimonios posteriores de los Friedman: Arnold (el padre) Elaine (la madre) y dos de sus hijos: David y Jesse, el acusado, más el del hermano de Arnold y su pareja; también fotografías y filmaciones caseras anteriores a las de David (parece ser que a los Friedman siempre les agradó esto de ser capturados). Añade imágenes de archivo (el asunto tuvo gran repercusión en los medios norteamericanos) y realiza además entrevistas a detectives y abogados que participaron del caso, a las (supuestas) víctimas y a sus padres.

A través de estos materiales, Capturing the Friedmans constituye (entre muchas otras cosas) una valiosa investigación acerca de un caso de pedofilia. Revela la ineficiencia de un sistema judicial que roza el absurdo, obteniendo de los implicados declaraciones que no pueden más que arrancar una sonrisa al espectador. Y al instante siguiente nos recuerda que de aquellas personas cuyas palabras resultan casi hilarantes depende el destino de muchas otras, instante en el que la sonrisa se convierte en escalofrío.

No sólo la habilidad para realizar las entrevistas otorga momentos memorables; el trabajo de montaje es fundamental, y hace trastabillar una y otra vez la credibilidad de las imágenes y las declaraciones a través de su encadenamiento. Y si hay algo que hace de Capturing the Friedmans un documental fascinante es esto: a lo largo de sus 107 minutos, nunca podemos confiar en nada de lo que oímos o lo que vemos, porque cada vez que creemos estar seguros de algo o de alguien, esto es sistemáticamente refutado. Como en una gran película de misterio, el espectador no puede dejar ni por un momento de especular e intentar sacar sus propias conclusiones acerca de quién es culpable o inocente (y por eso lo mejor es no revelar mucho más acerca de la historia y resguardar las sorpresas). Pero recordemos que se trata de un documental, y reflexionemos un poco al respecto: ¿cuántos documentales se atreven a postular que las imágenes que muestran no son unívocas, que la historia que presentan no es más que una construcción, que los testimonios de sus protagonistas pueden ser tanto verdad como mentira? ¿Cuántos documentales se atreven a confesar que la realidad no es más “verdadera” que la ficción, sino bastante más confusa? Quizás uno de los principales méritos de Capturing the Friedmans sea este, el de enfrentarnos con la imposibilidad de alcanzar una verdad última, el de demostrar una y otra vez que todas nuestras certezas pueden ser derribadas al minuto siguiente, como les sucedió a sus protagonistas y como le sucede constantemente al espectador de esta película.

Así, un mediático caso de abuso infantil se transforma en punto de partida para una serie de cuestionamientos que lo trascienden, y que llevan a reflexiones tal vez más fundamentales. Porque un caso particular, una excepción, por mucho que nos escandalice puede ser fácilmente olvidada por aquellos que no la protagonizaron; no así aquello que nos interpela y nos cuestiona en lo más cotidiano y supuestamente incuestionable, como nuestra capacidad de distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal. Capturing the Friedmansmolesta e incomoda, y no es un film que pueda ser olvidado fácilmente. Será porque no es fácil olvidar a quien nos hace saber que llevar a cabo estas distinciones es, con frecuencia, una tarea imposible. (Griselda Soriano – elangelexterminador.com.ar)