Sentaro tiene una pequeña pastelería en Tokio en la que sirve dorayakis, pastelitos rellenos de una salsa llamada «An». Cuando una simpática anciana se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana, pero ella le demuestra que tiene un don especial para hacer «An». Gracias a su receta secreta, el pequeño negocio comienza a prosperar. Con el paso del tiempo, Sentaro y la anciana abrirán sus corazones para confiarse sus viejas heridas.

  • IMDb rating: 7.4
  • RottenTomatoes: 78%

Película / Subtítulo

 

En El sabor del té verde con arroz (1952), de Yasujiro Ozu, la suculenta receta servía para que un matrimonio en crisis Taeko y Mokichi, se acercarán, preparando el delicioso manjar y disfrutando de su sabor. En la nueva película de Naomi Kawase, otra receta culinaria, en este caso un dulce, los “dorayaki” (pastelitos rellenos de salsa de frijoles rojos y dulces llamada “an”) sirve para acercar a dos personas aisladas y encerradas en sí mismas debido a las heridas que arrastran. Kawase se vale de la novela An, de Durian Sukegawa para volver a situarnos en los márgenes de una ciudad, como hiciera en Shara, el escenario es una calle y el epicentro de la acción se desarrolla en las cuatro paredes de una pequeña pastelería donde Sentaro, un joven de unos 40 años, fabrica de forma industrial los deliciosos dorayakis.

Un día, aparece por el establecimiento Tokue, una anciana que se ofrece para el puesto de trabajo que se oferta, Sentaro la rechaza, pero acabara aceptándola después de probar su pasta de judías, ingrediente primordial de los sabrosos pastelitos. A estos dos personajes, se les juntará Wakana, una adolescente triste que no soporta ni a su madre ni a la escuela. Kawase vuelve a los temas que cimentan su filmografía: la relación que se establece entre ancianos y jóvenes, la tradición contra la modernidad, la especial manera de filmar la naturaleza (en este caso los cerezos, metáfora de la vida de las personas, que florecen cada primavera para pronto perder sus flores) y sus accidentes, como la lluvia o el viento, y sobre todo, un elemento recurrente en toda su carrera, la transición entre la vida y la muerte, y una dedicación emotiva y delicada por las cosas sencillas y los momentos fugaces que se disfrutan en compañía.