En Big Bad Wolves, una serie de brutales asesinatos ponen en contacto a tres hombres: el padre de la última víctima, sediento de venganza; un justiciero detective de policía que opera en los límites de la ley y el principal sospechoso de los homicidios, un profesor de religión arrestado.

  • IMDb Rating: 6,8
  • RottenTomatoes: 77%

Mejor Director Festival de Sitges 2013

Película / Subtítulo

 

Un inocente juego del escondite da comienzo a un estremecedor relato. Unos niños juegan en un bosque, utilizando un edificio abandonado. Una amenazadora silueta entra en escena y una niña desaparece sin dejar rastro, tan sólo un zapato rojo. Todo ello protagoniza una brillante secuencia de títulos de crédito, cuya impecable factura avecina una experiencia irrepetible. La expectativa  del comienzo no defrauda, ya que desde el primer minuto entramos sin pestañear en el amoral universo planteado por los cineastas israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado, una macabra y peculiar versión del cuento infantil de Caperucita Roja.

Big Bad Wolves es una fábula moral sobre las consecuencias de tomarse la justicia por la propia mano, y sobre lo que es capaz de hacer el ser humano por venganza y remordimiento. Keshales y Papushado abren un debate ético de gran calado entre los espectadores, y pese a la ambigüedad moral inicial, la moraleja queda patente en su concluyente final. Brillante al respecto la manera en la que está construido el personaje del presunto asesino y violador de niñas. Sólo al final se desvelará el secreto. Hasta entonces, la cinta constituye un magistral juego de engaños hacia el espectador, deudor del mismísimo Hitchcock.

Big Bad Wolves funciona a la perfección como retorcido thriller psicológico que gustará o no, pero no dejará indiferente a nadie. Advertimos que no es una película fácil de ver por su brutal violencia explícita, pero la experiencia merece la pena. Lo brillante de su planteamiento va acompañado de una impecable y sorprendente factura formal, una sobresaliente dirección de actores como hacía tiempo que un servidor no experimentaba en una sala de cine, un guión más que notable donde todas las piezas encajan, un ritmo trepidante, una atmósfera envolvente y una vibrante banda sonora que llena de tensión el relato. Pese a su crudeza, Aharon Keshales y Navot Papushado consiguen lo imposible: que no podamos apartar la vista del espectáculo. El espectador, como si estuviera atrapado en un sillón similar al del presunto pedófilo, asistirá resignado a una experiencia desagradable y que dejará con mal cuerpo a más de uno. Pero todo eso  no supone impedimento para admitir que Big Bad Wolves es uno de los más brillantes ejercicios de estilo de los últimos años.