Hunger es una crónica de la vida en la Maze Prison, una cárcel de máxima seguridad de Irlanda del Norte, a través de los emotivos acontecimientos que tuvieron lugar en 1981 con motivo de la huelga de hambre del IRA, liderada por Bobby Sands. La película describe lo que ocurre cuando se obliga al cuerpo y a la mente a ir más allá de sus límites.

Cámara de Oro (Festival de Cannes 2008)

Mejor Debut (Premios BAFTA 2008)

Premio Nueva Generación (Asociación de Críticos de Los Ángeles 2008)

Mejor Ópera Prima (Círculo de Críticos de Nueva York 2008)

Mejor Película y Mejor Actor (Festival de Chicago 2008)

Mejor Actor y Mejor Director Debutante (British Independent Film Awards 2008)

  • IMDb Rating: 7,6
  • Rotten Tomatoes: 90%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Cuando el realizador británico Steve McQueen presentó su segunda película, ‘Shame’ (2011), le hizo saber a un periodista español que nuestro país había sido el único que no había querido comprar Hunger (2008), su anterior película, y todo porque está llena de desnudos frontales. Dejando a un lado que las razones sean esas o no —las distribuidoras en nuestro país son uno de los grandes misterios del universo— lo cierto es que la ópera prima de McQueen parece dormir el sueño de los justos por estos lares ya que ni siquiera está editada en DVD, error que al menos esperemos subsanen cuando se edite ‘Shame’. El caso es que nos encontramos ante un durísimo film que retrata, a modo de ficción, la huelga de hambre llevada a cabo por Bobby Sands, perteneciente al IRA, y que acabó con su vida mientras en las prisiones británicas este tipo de presos pedían entre otras cosas ser reconocidos como presos políticos y no comunes.

Tenemos en los 90 los precedentes de ‘En nombre del padre’ (‘In the Name of the Father’, Jim Sheridan, 1993) —film en el que es fácil ponerse del lado de los protagonistas, ya que son inocentes— y ‘En el nombre del hijo’ (‘Some Mother´s Son’, Terry George, 1996) —en la que participó Sheridan en el guión, con resultados muy flojos—, siendo el primero de ellos uno de los films de aquella década más queridos desde una perspectiva popular. Sin embargo, Steve McQueen no quiere contentar a nadie, su historia no está llena de buenos y malos, ni pretende demonizar a unos u otros. Su forma de enfrentarse a la historia de Hunger tampoco es típica, y he ahí una de las grandes bazas del film. Con un mínimo de elementos McQueen expresa muchas cosas. Menos es más.

El entrelazado argumental de Hunger lleva a dividir el film en tres partes que, aunque sean perfectamente diferenciables, forman un todo muy sólido. El film comienza centrándose en la vida de uno de los carceleros de una prisión británica. Su rostro y las reiteradas veces que pone sus dañadas manos en agua, nos indica que su trabajo no es fácil, y muy probablemente no lo desea. De ahí se pasa a las vivencias de dos presos en una de las celdas, y ahí el film se vuelve enormemente desagradable, pero jamás sin caer en la manipulación. Y finalmente se centra en Bobby Sands (Michael Fassbender) y su famosa huelga de hambre. Lo desagradable da paso a la dureza más visceral y el film se torna verdad, esa a la que aspira todo artista. Las imágenes de Hunger no nos conmocionan o impresionan porque resulten desagradables de ver, sino porque en ellas además se respira esa mencionada verdad, una muy difícil de asimilar y que no todo el mundo está preparado para asimilar. ¿Os imagináis Hunger desarrollada en España con presos de ETA?

A pesar de la película dura poco más de hora y media, McQueen se toma su tiempo para narrar las cosas, y aunque algunas de las milimétricas secuencias parecen no ocultar cierta pose de autor, estas terminan resultando muy efectivas. Así tenemos momentos como el del carcelero limpiando el pasillo lleno de la orina que los presos han desperdigado en señal de protesta, secuencia que podría resultar molesta por muchas cosas y que sin embargo transmite cierta desazón mientras subraya el carácter repetitivo y minimalista que supone la vida en una prisión. Destaca también la muy comentada secuencia de una larga conversación entre Sands y una cura —Liam Cunningham, ahora de actualidad gracias a la de momento desastrosa segunda temporada de ‘Juego de tronos’ (‘Game of Thrones’)—, conversación filmada sin cortes —salvo los últimos e importantes minutos— y que supone un punto de inflexión en la trama.

La puesta en escena de McQueen es deslumbrante, su gusto por el detalle puede recordar algo a Robert Bresson. Su cámara está siempre presente, siempre viva, podría ser un personaje más, el del testigo mudo de los hechos. Y al lado de ello, una labor interpretativa de primer orden, donde evidentemente destaca sobre todo el reparto un Michael Fassbender arrollador, que ya daba muestras de su camaleonismo y su imponente presencia. Al igual que Christian Bale en ‘El maquinista’ (‘The Machinist’, Brad Anderson, 2004), Fassbender se sometió a una brutal dieta de adelgazamiento, llegando a los 59 kilos de peso, algo que cuando se ve en pantalla impresiona sobremanera. McQueen se para en el cuerpo de Sands y sus heridas representan algo más que sufrir las consecuencias del hambre. Son el precio a la lucha por unos ideales, de una forma de vida en la que se cree a ciegas. La muerte como grito de rebeldía al sistema establecido, a la tiranía, a la opresión.

McQueen logra enmudecer poniendo nudos en la garganta, y su mensaje es claro: la vida es una mierda, y algunos para lograr algo de decencia o dignidad deben morir. No debemos rendirnos ante la injusticia, ante el tratamiento inhumano de nuestro prójimo, pero lejos de avivar corazones o levantar el ánimo, McQueen asola emocionalmente al espectador, porque los discursos a viva voz son momentáneos, esporádicos y de consumo rápido. Sin embargo, la verdad plasmada tal como esta es, duele en lo más profundo y se queda dentro, removiéndose, devorando nuestras entrañas. Películas como Hunger no sólo son un brillante espectáculo cinematográfico —el trabajo del fotógrafo Sean Bobbitt merece especial atención—, también son necesarias. (Alberto Abuín – espinof.com)