En Jusqu’à la Garde, Myriam y Antoine Besson se han divorciado, y ella solicita la custodia exclusiva de su hijo Julien para protegerlo de un padre al que acusa de violento. Antoine defiende su caso como un padre despreciado, y la juez del caso sentencia a favor de la custodia compartida. Rehén del creciente conflicto entre sus padres, el joven Julien se ve empujado al límite.

Mejor Director y Mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Cine de Venecia 2017
Premio del Público al Mejor Film Europeo en el Festival de Cine de San Sebastián 2017
  • IMDb Rating: 7,7
  • RottenTomatoes: 94%

Película / Subtítulos (Calidad 720p)

 

No resulta raro encontrarnos con que el cine de denuncia social pareciera estar rodado como si su mensaje se dirigiera tan solo a un público convencido de antemano de las ideas presentadas. Un público además que se divide en dos segmentos diferenciados de manera profunda: el consumidor de las propuestas convencionales y limadas de aristas de las producciones cuyo objetivo no es otro que tranquilizar conciencias con historias blandas y almibaradas, o ese otro que suele hallarse en las muestras y festivales cinematográficos que busca la película más abstrusa y difícil para defenderla bajo ilusorias banderas de revolución y rebeldía, pero manteniendo en todo momento un estatus de superioridad que lo aleja sin remedio de aquello a lo que ideológicamente aspira, esto es, tomar posición ante las injusticias. En resumen: la ñoñería insufrible o la pose intelectualoide. A lo que hay que sumar que, tanto en un caso como en otro, el cine social es un suculento saco de productividad comercial y de premios internacionales, lo cual en muchas ocasiones lleva al espectador a cuestionarse la sinceridad de sus autores. Lo extraño acaba siendo justo dar con una película que aúne un fuerte componente de denuncia con la capacidad de llegar a cualquier tipo de público: el especializado, el casual, el formado o el iletrado por igual. Quizá no sea tan difícil cuando el mensaje tras la narración nazca tanto del deseo de contar y sacar a la luz un hecho como de la necesidad de que sea escuchado.

El primer largometraje del director francés Xavier Legrand, Jusqu’á la Garde, se abre de forma fría y directa mostrándonos a una jueza dirimiendo la custodia de un niño de once años, Julien, entre sus padres, Miriam y Antoine. Las respectivas abogadas de la pareja van desgranando las razones de por qué su defendido tiene la razón en sus respectivas peticiones: la madre desea la custodia para protegerlo de su padre, y este pide que le dejen estar con su hijo pues es lo que corresponde. La exposición de los hechos es realista, se presentan las partes de manera ecuánime, sin tomar partido, y dejando al espectador en la duda de quién de los dos se atiene a la verdad. Se marca una distancia objetiva ante el caso que hace imposible decantarse por una interpretación exacta de lo explicado en el careo, por lo que no sorprende cuando la jueza decide que la custodia de Julien sea, como se nos indica en el título español, compartida. El tono cercano al documental de Jusqu’à la Garde contrastará, cuando la trama se vaya desarrollando, con la convicción de que hemos asistido a la representación de la mentira de uno de los cónyuges: la realidad se oculta bajo capas que no podemos percibir a primera vista. En espeluznante progresión, descubriremos qué es lo que se esconde tras el miedo de Julien a su progenitor, pues este pronto comenzará a dar muestras de su desquiciado y violentísimo carácter. Antoine golpeando el asiento del coche donde va sentado Julien con la mano abierta, o cómo aquel le tira a la cara una de sus bolsas del colegio al no responder al incansable interrogatorio al que lo somete para saber de su madre, resultan momentos de una violencia extrema porque Legrand mantiene la tensión en cada encuentro con manteniendo un cuidado riguroso y un ritmo in crescendo que sabe hacer estallar en el momento preciso, ayudado por unos actores soberbios en sus interpretaciones.

Legrand brilla no solo en el desarrollo de una historia que nos atrapa y nos arrastra en una vorágine de terror, sino que se sirve también de ciertos elementos formales del cine de género para transmitirnos toda la angustia del terrible acoso al que son sometidos madre e hijo, y todo ello sin abandonar jamás el aspecto realista, verídico de lo narrado. Julien acercándose con cuidado hacia una esquina de la calle por la que ha desaparecido su padre con temor a encontrárselo, o por no saber donde está para poder defenderse, con la cámara siguiendo al niño colocándonos sin remisión en su lugar, quizá sea uno de los ejemplos formalmente más perfectos de esto. Impresiona cómo Legrand hila la insoportable tensión creciente provocada por el imprevisible Antoine sin apenas recurrir a los diálogos en la escena del cumpleaños de Joséphine, la hermana de Julien, donde toda la acción se limita a una cámara que se mueve alrededor de las mesas de la fiesta siguiendo a los personajes y a sus miradas, disparando nuestra atención no hacia lo que vemos, sino hacia lo que intuimos que puede estar sucediendo afuera, lanzando nuestra imaginación hacia un horror que precisamente por ser incapaces de dilucidar nos contagia de toda la angustia provocada por esa presión y violencia a veces invisibles que ejercen implacables los maltratadores. O la magistral secuencia final, donde unos ojos abiertos temerosos en la oscuridad de la noche nos transmiten de manera sobrecogedora todo el espanto de la indefensión ante el monstruo que acecha, donde el implacable realismo de la situación deviene un destilado del mejor cine de psicópatas, donde dos personas son acosadas y buscan refugio en su pequeño apartamento, la salvación huyendo de una habitación a otra viendo su espacio cada vez más limitado, cercados por un loco que grita desesperado sus nombres. Un piso de vivienda social convertido en un castillo acosado por un gigante que va echando abajo sus murallas, arrasado por un ogro que solo vive ya para devorar tu corazón. (José Luis Forte – ElAntepenúltimoMohicano.com)