En Koko-di Koko-da y tras el fallecimiento de su hija Maja en su octavo cumpleaños, Elin y Tobias se dirigen a un camping en su honor. Con la idea de su muerte aún pesándoles en la conciencia, se ven envueltos en un espiral de tormento, humillación y pesadillas a manos de una compañía de excéntricos perturbados.

  • IMDb Rating: 5,9
  • RottenTomatoes: 80%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

¿Quién hubiera dicho que Groundhog Day, ese clásico moderno de la comedia romántico-fantástica, iba a tener tantas relecturas, imitaciones y reelaboraciones, desde películas de acción futurista hasta series populares? , que estuvo proyectándose en el marco de la Competencia Internacional del Bafici, es uno de esos casos, aunque sus particularidades deben ser destacadas. Koko-di Koko-da, el segundo largometraje del sueco Johannes Nyholm –a quien el Bafici le dedicó un pequeño foco hace un par de años, centrado en su filmografía como cortometrajista– hace de la repetición de una salvaje mañana en medio del bosque el núcleo de un relato con múltiples aristas. En el prólogo, un matrimonio disfruta de la víspera del cumpleaños de su hija de siete años sin saber que una simple reacción alérgica tendrá un corolario inesperado. La puesta en escena de la sucesión de problemas que desembocan en catástrofe pone en alerta al espectador sobre las crueldades que sobrevendrán. Pero antes de que eso ocurra, la pantalla es ocupada por un pequeño cuento animado de manera tradicional, con las manos: marionetas que también son reflejos de los seres humanos, alter egos y encarnaciones simbólicas.

Tres años después de la tragedia, los protagonistas parten hacia unas vacaciones, discutiendo en el auto sobre nimiedades como el gusto de un helado o la ubicación que tendrá la carpa. Al amanecer del día siguiente un plano del rostro de la mujer, ansiosa, y el deseo de orinar. De inmediato, el primer capítulo de una repetición sistemática con infinitas variaciones: un trío de seres humanos disfrazados –con aspecto de haber salido de un circo–, dos hombres y una mujer, un palo listo para golpear, un arma lista para ser disparada, un perro de caza dispuesto a hincar el diente. Los juegos narrativos pueden poner nerviosos a los espectadores más sensibles, en particular dadas las circunstancias brutales de los acontecimientos, aunque Nyholm no parece un realizador afecto a lo explícito. Lo suyo va más por el lado de la latencia, la posibilidad del hecho. Lo ominoso bajo la forma de la pesadilla infantil es el gran tema de Koko-di Koko-da –título que remite a una canción que se escucha en varias ocasiones–, una película que, en última instancia, se revelará mucho más cerca del cine de otro sueco, Ingmar Bergman, que de las inquietudes del gran demiurgo de la crueldad europea, Michael Haneke. Un pseudo Bergman extraño, aledaño al terror, pero no por ello alejado de la psicología o de la idea de exorcizar los traumas psicológicos como primer paso hacia la reconciliación. Es probable que el de Nyholm sea el film más divide-aguas de toda la competencia. (Diego Brodersen – Página12.com)

“Entra mi esposa, sale Freddy Krueger”. El protagonista masculino de Koko-di Koko-da, el segundo largometraje de Johannes Nyholm (estrenado en la sección World Cinema Dramatic de Sundance, antes de competir en Róterdam por el Tiger 2019), suelta esta ocurrencia después de trasladar a su esposa al hospital por una reacción alérgica, sin saber que el acontecimiento se repetirá en varias ocasiones. El cineasta sueco, muy aclamado con su primer trabajo, The Giant (estrenado en Toronto 2016, y que obtuvo el Premio especial del jurado en San Sebastián), presenta una reinterpretación lúdica y lejana de A Nightmare on Elm Street sobre un fondo de bucle temporal cruel, al estilo de Groundhog Day. El director se sumerge en un universo dramático realista que se transforma por completo hasta convertirse en una pesadilla repetitiva, que oscila entre el cuento macabro y la angustia existencial. Además, crea un pequeño teatro de sombras cuya distancia humorística contrasta con una estimulante rareza sádica que conecta con el tormentoso inconsciente de los personajes.

Tres siluetas avanzan por el bosque: un hombrecito de traje blanco y sombrero, una mujer esbelta vestida de gris y con un peinado excéntrico, que lleva un perro guardián gruñón, y un coloso que lleva un perro herido en brazos. El primero silba y tararea una cantinela infantil (“Mi gallo ha muerto, ya nunca cantará cocorocó”) que termina en una repetición delirante, antes de que un fundido dibuje un trío similar en una caja de música que una niña observa en una vitrina. La niña, que se encuentra de vacaciones en Dinamarca con sus padres, Tobias (Leif Edlund) y Elin (Ylva Gallon), se dispone a celebrar su octavo cumpleaños y recibe el regalo perfecto. Pero al día siguiente, durante un almuerzo en un extraño restaurante con espectáculo a la orilla del mar, una pizza de mejillones provoca una reacción alérgica a la madre, que debe ser evacuada en helicóptero. A la mañana siguiente, en el hospital, todo parece haber vuelto a la normalidad. Los padres se preparan para celebrar el cumpleaños de su hija cuando se dan cuenta de que está muerta.

Después de un interludio con marionetas y sombras chinescas, vemos a la pareja de vacaciones, tres años después. El ambiente está un poco cargado (un helado trae el recuerdo subyacente de su hija) y Tobias decide adentrarse en el bosque para montar la tienda de campaña donde pasarán la noche. Pero antes del amanecer, cuando Elin se despierta, las tres criaturas del principio aparecen y agreden a la pareja, una pesadilla que se repetirá seis veces con diversas variaciones que actúan como reacciones del inconsciente (impotencia, culpabilidad, soledad, etc.) al trauma de la muerte de su hija y el impacto fantasmal que ha provocado en la relación de pareja, con cada miembro consumiéndose en su aislamiento.

Koko-di Koko-da, un sorprendente ejercicio de estilo que recuerda a las pesadillas de David Lynch, juega con los códigos del cine de supervivencia para inyectar sugestiones freudianas relacionadas con el duelo y la recuperación. Un sustrato que Johannes Nyholm aborda con gran libertad formal, demostrando que es capaz de combinar una imaginación desbordante con el rigor en la puesta en escena, de enredarse en los estilos, de desorientar sin perder de vista su objetivo y de trabajar con las emociones (el miedo, el suspenso), tomando un poco de distancia. Estas cualidades crean una voz muy personal en un cineasta que no ha terminado de hablar de sí mismo. (Fabien Lemercier – CinEuropa.org)