En Los Lobos, Max y Leo, de 8 y 5 años, viajan de México a Albuquerque, EEUU, con su madre Lucía en busca de una vida mejor. Mientras esperan que su mamá regrese del trabajo, los niños observan a través de la ventana de su departamento el inseguro barrio en el que está enclavado el motel donde viven, habitado principalmente por hispanos y asiáticos. Se dedican a escuchar los cuentos, reglas y lecciones de inglés que la madre les deja en una vieja grabadora de cassette, y construyen un universo imaginario con sus dibujos, mientras anhelan que su mamá cumpla su promesa de ir juntos a Disneylandia.

Gran Premio de la Sección Generation Kplus en el Festival de Berlín 2019
Premios SIGNIS en el Festival de La Habana 2019

  • IMDb Rating: 6,6
  • FilmAffinity: 7,1

Película (Calidad 1080p)

 

El cine mexicano sigue demostrando su gran momento, no solo por los cineastas ya consagrados, sino por toda una nueva generación de directores emergentes, cuyos trabajos expresan un alto nivel, con propuestas eficaces a la hora de contar historias y de aportar reflexiones.

El mes pasado hablé de Lila Avilés y su ópera prima La Camarista (2018) . Ahora es el turno de Samuel Kishi, que acaba de presentar su segundo largometraje, Los Lobos, una película notable, en la que podemos apreciar su madurez como cineasta, después de su emotiva y nostálgica Somos Mari Pepa (2013), un homenaje a todos aquellos jóvenes que han querido ser parte de una banda de música alguna vez.

Tal y como dice Samuel Kishi, Los Lobos es una cinta semibiográfica. En su niñez el director emigró con su madre y su hermano a Estados Unidos y ambos se quedaban en un apartamento esperando mientras su progenitora trabajaba. Partiendo de esa vivencia, construye una ficción que se ve entremezclada con algunos elementos de animación y otros tomados de la propia vida real. El cineasta se vale de una mezcla híbrida de lenguajes, cuyo objetivo es transmitir una realidad incuestionable, la de la emigración y las duras condiciones que sufren aquellos que emigran. México es un país cuya clase trabajadora se ha visto muchas veces obligada a buscar mejor suerte y el cineasta vuelve a ponerse del lado de los que menos tienen, como en su primera película.

Samuel Kishi fue editor antes que director, y eso se nota en la eficacia de la narración y el uso de un número de planos suficientes, los justos, para contarnos cosas que no se dicen, sino que se descubren. Así es como el espectador va accediendo, poco a poco, al igual que el pequeño Max, al trágico pasado vivido por el padre de los niños. La mayor parte de la película sucede entre las cuatro paredes de un departamento sucio y poco acogedor, pero, pese a las limitaciones visuales, Kishi avanza en su narración. Siempre hay algo nuevo que contar, siempre hay un motivo que despliega otra capa de la historia, dándole más volumen. Además, la relación entre los hermanos está llena de detalles y riqueza emocional. Es entrañable presenciar la forma en que se llevan el uno con el otro. No en vano, los protagonistas, elegidos cuidadosamente entre más de mil candidatos, son hermanos en la vida real, y la complicidad que tienen se refleja muy bien Los Lobos. Junto con la madre, interpretada por Martha Reyes Arias, el trabajo actoral es excelente.

Max y Leo son dos niños llenos de inocencia, pero se percatan de muchas cosas y se protegen de esa nueva dura realidad a la que se enfrentan y que combaten con mucha imaginación. Ellos y su madre son “Los Lobos” y forman una manada que permanecerá unida ante cualquier peligro que les aceche. La experiencia los hará madurar, más a Max que a Leo, por ser algo mayor. Y aunque su sueño siga siendo ir a Disney, su forma de ver el mundo y de comprender a su madre cambiará.

Conforme va pasando la historia, los hermanos comienzan a entrar en contacto con el entorno y los vecinos de ese barrio desfavorecido, ubicado en la ciudad de Albuquerque. Un lugar difícil, donde la droga y la pobreza son denominadores comunes. Esta parte es filmada por Kishi de forma más documental, con imágenes de sus calles, espacios globales de identidad diluida y de los habitantes reales del barrio, a los que retrata a través de una serie de posados frontales. Gente de muy diversas procedencias, pero con algo que les une, la escasez y cierta condena a no prosperar nunca, aunque estén en la tierra de las oportunidades. Pero, como sucede en cualquier parte del mundo, pese a la aspereza, las relaciones humanas siempre encuentran un espacio en el que florecer, quizás también por empatía, porque los que sufren saben perfectamente cómo lo está pasando el que está al lado, en su misma situación.

Max, Leo y su madre han llegado para quedarse. Su nueva vida, lejos de México, está en marcha. Tal vez nunca vuelvan a la tierra de sus orígenes. Poco a poco el departamento se va convirtiendo en un sitio habitable y ellos comienzan a ser parte del paisaje de ese barrio. Ahora ya se pueden ver retratados en él, pese a que lo sentían tan ajeno en los primeros momentos. Es su nuevo hogar y la manada ha sido capaz de ponerse a salvo. (Pilar Pont – ElEspectadorImaginario.com)