En Metro Manila, Óscar Ramírez y su familia dejan los campos de arroz del norte de Filipinas buscando un futuro mejor y viajan a la asfixiante y peligrosa ciudad de Manila. Tras una llegada accidentada, Óscar se considera afortunado cuando le ofrecen un empleo estable en una compañía de camiones blindados, y pronto hace amistad con su compañero Ong.

Premio del Público (Sección World Cinema – Festival de Sundance 2013)

Mejor Película y Mejor Director (British Independent Film Awards 2013)

  • IMDb Rating: 7,6
  • Rotten Tomatoes: 94%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

El director independiente británico Sean Ellis confirma con Metro Manila, su tercer largometraje hasta la fecha, que su cine y su talento no dejan de evolucionar hasta unas cotas de madurez y maestría muy estimables, asumiendo en cada una de sus obras una identidad propia y unidimensional pero con evidentes trazos autorales que las relacionen y hagan que, de alguna manera, unas beban de las otras en comunión artística.

Poseedor de una hipnótica capacidad innata para generar imágenes donde la poesía visual y el lirismo se dan de la mano, si bien en Cashback (2004) y The Broken (2008) apostó por una estilización del género fantástico en relación con el romance, en el primer caso, y con el terror psicológico, en el segundo, en esta nueva cinta opta por un planteamiento eminentemente realista, de estilo casi documental, con un trazo más crudo y mundano que en sus anteriores títulos pero manteniendo destellos puntuales de bella plasticidad.

Traslada su relato a una convulsa y oscura Filipinas para filmar, y firmar, un retrato de la corrupción moral, política y policial imperante en sus ciudades, focalizado en el sufrimiento de una familia pobre que, en busca de trabajo, se verá consternada, manipulada y coaccionada por las esferas de poder del crimen y la mafia que reinan en casi todo tipo de negocios. Para llevar a cabo su crónica, Ellis rechaza los automatismos y las exigencias comerciales, procurando que la fuerza primordial de sus estilemas resalten con vigorosa autenticidad. Rechazando la sordidez gratuita, hace gala de unos fundamentos visuales, compositivos y figurativos encomiables para que su puesta en escena absorba en lugar de asquear.

La autenticidad de su testimonio y su crudeza implicadora se suceden con tal coherencia debido a la suavización que el británico hace de un punto de partida que incita a la miseria expositiva y a todo tipo de excesos, que bien podrían haber sido el modus operandi de otros directores con ínfulas de pretenciosidad y tremendismo. Ellis levanta acta adaptando una historia real, publicada en un periódico filipino, con un escrupuloso respeto formal, sin añadir licencias que enturbien o metamorfoseen el material en potencial cinematográfico, referido a su sentido más paroxista.

Su dinámica narrativa, que se asienta en el patentado recurso del introito estético de sus primeros compases y las inflexiones de analepsis, regatea la confusión y favorece, junto a su modélico y sofisticado montaje sensitivo, el sagaz instinto dosificador del tempo que posee Sean Ellis al gradar el sobrecogimiento del suspense. Así mismo, demuestra con Metro Manila un nuevo principio de observación y sensibilidad insólitas en su captación del gesto cotidiano y del dolor silenciado y contenido. Ayudado, por supuesto, por unos actores de entrega y coraje intachables, acaricia con pasmosa naturalidad el alma de lo diáfano y la imperturbable fortaleza de la lucha por la subsistencia.

Admirador del cine filipino y de las corrientes de jóvenes realizadores que están apostando por un cine de radicalidad diferencial y rebelde libertad creativa, Sean Ellis ha procurado ofrecer una visión inhóspita de un país ajeno con una clara vocación europea y amplia para las mayorías en sus formas contractuales. Estas, por lo general, se alejan del pragmatismo y los excesos de metraje (Lav Diaz), así como de la embriaguez contemplativa invitadora a la deserción (Brillante Mendoza). Esta aproximación empática favorece la implicación con la película y facilita el amargo trago que supone forma parte de la aventura por la que nos guía.

Pese a ello, su ausencia de estridencia y el rechazo a la violencia o la repugnancia, que se reafirma en sus aislados y puntuales pasajes de ínfula retrospectiva así como en una banda sonora de bellísimo esquema naïf, confieren un amplio abanico de facilidades y regalos para decantarse por seguir los pasos premurosos de Sean Ellis tras su cámara. Si bien este nos brinda una aventura melodramática y trágica, su contundencia y su deslumbrante factura la convierten a Metro Manila en formidable, imprevisible, magistral y necesaria. (F. J. Guerrero – cinemaldito.com)