Misántropo transcurre en Baltimore, la noche de Año Nuevo. Un feroz ataque producido por un único hombre deja un saldo de 29 muertos y ni una sola pista. Eleanor Falco, una retraída pero talentosa mujer policía de bajo rango, es reclutada por el agente especial del FBI Geoffrey Lammark para integrar el equipo a cargo de la identificación y captura del homicida.

  • IMDb Rating: 6,6
  • RottenTomatoes: 71%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

La larga historia de cómo Damián Szifron terminó filmando Misántropo y todas sus desventuras con proyectos internacionales desde que se convirtió en «la estrella del momento» con la nominada al Oscar y muy taquillera Relatos Salvajes serán parte de notas y entrevistas que exceden el formato de una crítica de cine. «Las excusas no se filman», dice la conocida frase y con razón. Uno podría pensar que, en función de todas esas dificultades y giros del destino y el negocio, en el film en inglés de Szifron protagonizado por Shailene Woodley y Ben Mendelsohn se verían reflejados muchos de esos inconvenientes. Y la feliz noticia para dar es que no, que a la hora de sentarse y ver el producto terminado, Misántropo prueba ser un inteligente, audaz, bastante arriesgado e intenso relato policial que combina los intereses personales del realizador con un género que conoce de pies a cabeza.

La primera escena deja en evidencia su capacidad narrativa y su inteligencia visual, su talento para crear a partir de una idea simple y efectiva no sólo una situación tensa sino un universo, un tono y un tema. Se festeja fin de año en la ciudad de Baltimore y en los edificios céntricos mucha gente festeja en terrazas, hoteles, balcones y departamentos. Hay música, bailes, jacuzzis llenos de personas y familias en sus casas, celebrando la llegada de un nuevo año. En el medio de todo, los fuegos artificiales. Pero de a poco nos vamos dando cuenta que algunas de esas explosiones no vienen de ahí sino de disparos y que algunos de los que se tiran al piso o se caen al agua en las fiestas no lo hacen por consumo alcohólico sino porque están siendo alcanzados por precisos tiros desde algún lugar lejano. De a poco, el caos estalla.

Mientras eso sucede Eleanor Falco (Woodley) está en la calle resolviendo asuntos policiales banales. Es un oficial de a pie y se ocupa de esas cosas en una noche en la que nadie quiere tener que hacerlo: un borracho que molesta, una señora que no quiere liberar su mesa en un restaurante, una pelea y así. Hasta que recibe el mensaje de urgencia, suenan las alarmas en la ciudad y la chica se une al grupo de rescatistas, ayudantes y personas que tratan de colaborar no solo para sacar a gente con vida sino para encontrar a un potencial culpable entre la gente que corre y corre. Pero no lo encuentran.

Pronto Falco irá al departamento en el que, por el ángulo de los disparos, los especialistas determinan que estuvo el tirador. Entre las explosiones y los incendios que allí se producen y que el criminal dejó preparado para complicarles la tarea a los investigadores, veremos que la chica parece frágil, física y psicológicamente, para un asunto más denso. Y cuando aparece el FBI liderado por el agente Lammark (Mendelsohn), la chica se se volverá más un estorbo que otra cosa. Ahora el asunto está en manos de los «pesos pesado» parece y son ellos los que van a manejar la investigación de esta masacre que, hasta ese momento, había causado la muerte de 25 o más personas.

Todo cambiará en la comisaría, al día siguiente, cuando Falco haga un comentario inteligente sobre quién cree que puede ser el asesino, Lammark la escuche y decida sumarla a su equipo más cercano de investigación. A partir de ahí, el intenso agente federal y la sagaz pero un tanto opaca policía local se convertirán en dos de las cabezas visibles de una pesquisa por dar con la persona capaz de cometer esa violenta serie de crímenes random en medio de una situación festiva, llevando a que toda la ciudad viva aterrorizada por una posible reaparición. No estamos ante un asesino en serie. En la apuesta a lo grande de Szifron estamos ante un terrorista serial. Alguien capaz de matar a mucha gente y, muy probablemente, muchas veces.

El gran desafío de los protagonistas es descifrar quién puede ser esa persona. Y allí Misántropo toma los lineamientos de películas como The Silence of the Lambs, Zodiac o Seven en esto de poner a oficiales de la ley a tratar de «ponerse en la mente» del criminal, interpretar sus pensamientos y movimientos. ¿Quién es? ¿Por qué mata así a mansalva? ¿Qué lo motiva? Y lo más preocupante: ¿Cómo se lo detiene? Lammark es sagaz y propone opciones inteligentes, pero la que parece más capacitada para entrar en la cabeza del criminal es Falco, ya que su historia está teñida de una similar hostilidad, frustraciones y fracasos. ¿Qué mejor para atrapar a un misántropo que alguien que tampoco se lleva nada bien con el mundo y quienes viven en él?

Szifron mostrará su talento narrativo en otra larga escena de acción de la película que tiene lugar en un shopping, promediando el metraje. Allí, a partir de lo que parece ser la aparición de un potencial sospechoso, se armará otro caos de disparos y muertes, escena que el realizador narra más que nada a partir de cámaras de seguridad y los televisores que las captan, a modo de reconstrucción fragmentada del hecho. Esa secuencia violenta y la dificultad de los agentes de hallar al responsable abrirán las puertas al otro conflicto del filme, uno que tiene que ver con la relación entre los investigadores y las autoridades, que complican todo, ponen trabas y les impiden hacer bien el trabajo ya que lo único que quieren es encontrar soluciones fáciles por motivos de campañas y encuestas políticas.

Misántropo pareciera sentir más empatía con el criminal que con las autoridades. Al menos su lógica, por más descabellada que sea en los actos, parece estar sostenida por una cierta idea del mundo. Es una reacción a determinados hechos lo que transforma a alguien en un «misántropo» y eso puede caerle tanto al victimario como a Falco, quien cada vez parece sentirse más identificada con el misterioso criminal que con los que le ponen palos en la rueda a su tarea. En ese sentido, la película deja de ser ahí solo un relato de investigación para volverse un drama psicológico acerca de cómo diferentes personas lidian con contratiempos serios que tuvieron en sus vidas y, especialmente, con la autoridad.

Oscura y violenta, Misántropo lidia además con una temática que hoy incomoda mucho, especialmente en los Estados Unidos, donde este tipo de tiradores solitarios atacan cada vez más seguido y en lugares públicos, muchas veces consumidos por ideas conspirativas y paranoicas que los llevan a creer que actúan por algún fin noble o causa justa. Szifron incorpora esa línea de pensamiento a su trama a partir de unos sospechosos que bien podrían ser cuadros violentos de milicias de extrema derecha. Ellos, de hecho, le habilitarán otra de las muy buenas y cruentas set pieces que tiene la película, antes de llegar a su enigmático y casi tenebroso final.

Misántropo no es una película que reinvente el género ni mucho menos. Es un policial muy afín a esos que se volvieron populares en los años ’90 (The Bone Collector tiene algunos elementos similares en su trama, sin ir más lejos) pero al que Szifron le agrega la paranoia y desesperanza socio- política de los dramas de suspenso de la década del ’70, como The Conversation o The Parallax View, por citar dos ejemplos. No estamos ante un caso obvio de asesino en serie de tanto thriller sino ante algo más complejo y abarcativo, casi más ante una idea que otra cosa.

Es difícil analizar los temas de la película sin entrar en un potencial terreno de spoilers así que acá va la advertencia. Es que
Misántropo, ya desde el título, invita a pensar en un tipo de terrorismo más nihilista y personal que uno organizado, más cercano a un Joker –otra película con la que se conecta, al menos en la versión Joaquin Phoenix– que a cualquier otro tipo de ideología. Szifron muestra constantemente marcas, avisos publicitarios, consumo excesivo, una suerte de «fiesta capitalista» hecha sobre los escombros y la miseria de los otros, e invita en cierto modo a los espectadores a entender qué pasa por la cabeza de alguien a quién han sacado de esa carrera, o bien la odia por principios y ha decidido combatirla. Esa misantropía es vaga en términos ideológicos, pero a los efectos del caso es la misma: mucha gente muere.

Por momentos Misántropo se vuelve un poco discursiva (hay momentos del tipo «vivimos en una sociedad…«), pero frena antes de agotar con la bajada de línea. Szifron sabe que las ideas se expresan mejor mediante la acción y se ocupa más que nada de que los personajes y sus líneas narrativas se vayan uniendo, cosa que inexorablemente sucederá. Una vez allí no será solo cuestión de resolver la pesquisa, de ganar o perder la batalla contra el asesino, sino la de entender que, de las muchas formas de violencia que nos rodean, la institucional será siempre la más grave y corrosiva de todas. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)