Noises Off! es una comedia con aires de screwball que narra los avatares del estreno de una obra de teatro llena de delirantes y divertidos contratiempos.

  • IMDb Rating: 7,5
  • RottenTomatoes: 84%

Película / Subtítulo (Calidad 108p)

 

Que Peter Bogdanovich es uno de los cineastas surgidos del nuevo cine de los setenta que más amor siente y más le debe estilísticamente al gran cine clásico americano es una aseveración sólo comparable en su exactitud a la de que además de todo eso es uno de los más agudos estudiosos y divulgadores de las grandes obras y los grandes personajes de ese periodo del cine. Sus libros, artículos y entrevistas sobre los clásicos y los más relevantes personajes del Hollywood dorado son referencia obligada. Todas sus películas en mayor o menor medida, pero en especial las de su mejor época, los setenta (la magistral The Last Picture Show, la comedia loca What’s up Doc? o la estupenda Paper Moon), son tributarias de una forma de hacer cine perteneciente a los más grandes directores del periodo clásico hollywoodiense, como punto de referencia en cuanto a estilo y puesta en escena, pero también como permanente y nostálgico homenaje a un tiempo ya desaparecido (en ese sentido, inolvidable monólogo de ese gran actor llamado Ben Johnson en esa joya que es The Last Picture Show). Quizá por eso, por mantenerse alejado de los gustos y modas del momento, es por lo que su carrera ha ido poco a poco diluyéndose y su presencia ha ido cada vez más ligada a los documentales y a los estudios sobre cine, e incluso a la representación de pequeños papeles en películas y series de televisión (como ese psiquiatra de la gran serie Los Soprano), que a la dirección de películas (de siete películas dirigidas en los setenta pasó a filmar dos en los ochenta, cuatro en los noventa y de nuevo dos en el siglo XXI, una de ellas un documental musical sobre el rockero Tom Petty). Con todo, en 1992 aún tuvo tiempo para filmar este desternillante tributo a los viejos tiempos de la screwball comedy titulado Noises Off! (literalmente algo así como Ruidos fuera), estúpidamente traducida en España según la habitual tendencia a infantilizar todo lo relacionado con la comedia y el humor, ¡Qué ruina de función!.

Noises Off! está basada en todo un clásico de la escena norteamericana, habitual tanto de los escenarios de Broadway como de las representaciones de teatro de aficionados o las funciones de fin de curso de las High Schools, escrito por Michael Frayn, la película, muy fiel al sentido y al texto originales hasta el punto de tratarse posiblemente de una de las mejores aproximaciones del cine al teatro o de teatro filmado, nos sitúa en pleno Broadway el día del estreno neoyorquino de una comedia titulada Nothing on. Mientras los últimos rezagados llegan a la sala, Lloyd (Michael Caine), el director de la obra, huye consumido por los nervios, la tensión y el pánico: no se trata sólo del trance ya conocido al llegar el día de cada estreno; es más bien que se huele la catástrofe tras los desquiciados acontecimientos que ha padecido la compañía desde que la obra echó a rodar (en lo que aquí llamaríamos provincias) a lo largo y ancho del país en preparación del estreno en Nueva York. Así, a través de un enorme flashback, nos cuenta Bogdanovich las peripecias de este grupo de actores desde los últimos ensayos antes de estrenar en Des Moines, Iowa, el principio del fin. Todo va mal desde el comienzo: los actores todavía no dominan el texto de la enrevesada trama, falta coordinación entre ellos y los encargados del atrezzo, aún quedan aspectos por pulir sobre luces y vestuario… El espectador de Noises Off! es introducido de lleno en el último ensayo previo al día del estreno y va a conocer a los personajes según vayan saliendo a escena. El escenario es una recreación de una casa de campo, un antiguo molino del siglo XVII reconvertido en vivienda rural, una sala de estar con una escalera que comunica al piso superior, todo lleno de puertas al servicio de los enloquecidos equívocos de la trama con personajes entrando y saliendo constantemente sin encontrarse.

Soberbiamente narrada en tres capítulos que se corresponden con el estreno en tres ciudades diferentes, Des Moines, Miami y Cleveland, y que equivalen igualmente a los tres actos habituales de las comedias teatrales clásicas, cada uno de esos episodios tiene una finalidad concreta sin que por ello dejen de asomar las carcajadas. El ensayo en Des Moines sirve de presentación al espectador; gracias a él el público conoce tanto la historia que cuenta la obra que están representando, Nothing on, como a los personajes, «reales» y ficticios, que tiene delante. Nothing on es la típica comedia de enredo: Carol Burnett es Dotty, actriz consagrada, una de las divas del momento pero ya entrada en años y algo necesitada de éxito, que da vida a Mrs. Clackett, la atolondrada criada del matrimonio dueño de la casa que da por sentado que al estar sus jefes en España va a poder pasar un fin de semana tranquilo, sola, disfrutando de la televisión por cable y de las sardinas que tanto le gustan. El malogrado John Ritter es Garry, uno de los actores más conocidos y valorados de la escena americana, que da vida a Roger, agente promotor inmobiliario que, encargado de la venta de la casa, pretende utilizarla como nidito de amor al creer que sus dueños están de viaje. Le acompaña su ligue del momento, Vicki, interpretada en la obra por Brooke Ashton (Nicolette Sheridan), típica mujer florero de la comedia, rubia oxigenada, despampanante criatura que se pasa la obra en ropa interior, cerebro de mosquito, preocupada constantemente por insignificancias y por mantener las lentillas dentro de sus ojos, realmente incompetente para memorizar sus textos y entender el sentido de cada situación, que da vida a una increíble inspectora de Hacienda llevada a la casa por Roger para pasar la noche juntos entre sábanas y champagne. Ninguno de los tres cuenta con el regreso de los dueños de la casa, Philip y Flavia, interpretados respectivamente por Frederick Dallas (Christopher Reeve), un actor obsesionado con las motivaciones e introspecciones de su personaje, especialmente en las situaciones más absurdas, que taladra al director con constantes cuestiones relacionadas con la meticulosa construcción del personaje y la comprensión de todas y cada una de sus acciones, y Belinda Blair (Marilu Henner), la chismosa del grupo, la que está al tanto de los amoríos, encuentros, líos de cama y separaciones de toda la compañía, incluyendo las relaciones de todo el personal femenino, incluida ella misma, con el director de la obra. Completa el cuadro un ladrón que se meterá a robar justo cuando todos esos personajes se hallan en la casa, interpretado por un veterano, medio sordo y alcoholizado actor de antiguo prestigio llamado Selsdon (el ya desaparecido Delholm Elliott, precisamente el único que falta en la fotografía superior). Además de los personajes que interpretan la obra, el reparto de la película se completa con el director, ya mencionado, con la responsable de escena, Poppy (Julie Hagerty, famosa por ser la azafata de Airplane!) y el encargado del funcionamiento de todo, Tim (Mark Linn-Baker, visto en aquella serie televisiva titulada Primos lejanos).

Así pues, si Des Moines es una magnífica introducción, Miami es un no menor desarrollo. Una vez que el espectador está ya situado, conoce el escenario de la obra, la trama y los movimientos de los personajes en escena, la acción de la película transcurre entre bastidores. La situación entre quienes componen la compañía se ha deteriorado: Dotty y Garry han discutido por culpa de Frederick, al que Garry toma por amante de su novia, los líos de faldas de Lloyd se han vuelto más enrevesados y son de público conocimiento, a Selsdon le ha dado por retomar su afición a la botella en plena representación… Bogdanovich aquí se supera: mostrándonos las acciones tras el escenario, las discusiones y enfrentamientos de los actores y equipo técnico de la obra mientras deben conservar las apariencias ante el público, se eleva aquí hasta un nivel estratosférico, equivalente tanto a los más sublimes momentos de la comedia clásica americana como a las mejores coreografías de lo más granado del musical: las constantes entradas y salidas de escena de los actores combinadas con la comicidad de las situaciones propiciadas por las continuas discusiones y agresiones físicas y el constante intercambio de objetos (desde un cactus a una botella de J&B, pasando por un hacha, el sempiterno plato de sardinas y todos los juegos de ropa habidos y por haber que se utilizan en la obra) ofrecen un soberbio y aparentemente simple y cómico vodevil que, no obstante, oculta una construcción y ejecución tan precisa, tan exacta, tan milimétrica a la vez que desternillante, que puede tachársela sin duda de magistral sin exagerar un ápice.

Pese a todo, en Miami la obra logra concluir sin que el público del teatro haya pecibido ningún desajuste reseñable en el resultado final salvo ciertas imprecisiones y dudas, algunas caídas de más y algún que otro sobresalto. Sin embargo, la compañía ha estado permanentemente al borde del infarto. En Cleveland, en cambio, los enfrentamientos llegarán al punto de que antes de que la obra comience las discusiones entre los actores puedan escucharse desde el patio de butacas; un presagio de lo que sucederá a continuación: el grado de encono entre todos ha llegado hasta tal punto que los enfrentamientos pasan de detrás del decorado a la propia escena. En este punto, Bogdanovich realiza igualmente un trabajo magnífico en los alocados momentos en que la trama de la obra es constantemente modificada sobre la marcha a medida que los actores, más concentrados en sus rivalidades personales que en la representación de sus papeles, van olvidando sus textos, cambiando las acciones que tenían que llevar a cabo, perdiendo el pie que deben dar a sus compañeros para que introduzcan sus frases, y debiendo improvisar constantemente en un patético, desesperado e inútil intento de reconducir una obra que se les ha escapado inevitablemente de las manos. Nothing on es así convertida en un híbrido extraño, con partes del texto original cada vez más irreconocibles y una buena cantidad de morcillas introducidas al buen tuntún por cada uno en la necesidad de mantenerse ante el público con cierta lógica y dignidad. Así, no es de extrañar que cuando la obra llega a Nueva York, con toda la prensa especializada en los palcos y primeras filas, a Lloyd le den ganas de abandonar el teatro y perderse entre los taxis amarillos de la ciudad…

Criticada a menudo por, presuntamente, resultar demasiado teatral (Noises Off! apenas abandona el escenario o su parte de atrás), la película es un excepcional tributo de Peter Bogdanovich a la comedia de enredo americana de los años treinta y cuarenta, y resulta fácilmente imaginable en blanco y negro con actores de la época. Al mismo tiempo, es un homenaje también a los escenarios de Broadway, al teatro y a las compañías itinerantes que recorren el país de punta a punta sin que, a veces, lleguen a los grandes escenarios y ocupen páginas en los periódicos o en las revistas del colorín. Pero, sobre todo, Noises Off! es una comedia brillante, lúcida, excepcional, con un estilo comercial y sencillo para cuya consecución en cambio hay una gran labor de arquitectura detrás, tanto de guión como de puesta en escena, que demuestra que la accesibilidad a un producto no está para nada reñida con la calidad cuando se trabaja con competencia, cuando se cuidan los materiales y se tiene respeto por el público, sin necesidad de acudir al humor soez, machista, zafio y de letra gorda al que los actuales «genios» de la comedia americana nos tienen acostumbrados con sus películas para adolescentes hormonados de cualquier edad. Que aprendan de Bogdanovich. Que aprendan de los que saben. (39Escalones.wordpress.com)