Nostalgia de la luz es un film sobre la distancia entre el cielo y la tierra, la distancia entre la luz y los seres humanos, y las misteriosas idas y vueltas que se crean entre ellos. A tres mil metros de altura, los astrónomos venidos de todo el mundo se reúnen en el desierto de Atacama para observar las estrellas en el Norte de Chile. Aquí, la transparencia del cielo permite ver hasta los confines del universo. Abajo, la sequedad del suelo preserva los restos humanos intactos para siempre: momias, exploradores, mineros, indígenas y osamentas de los prisioneros políticos de la dictadura. Mientras los astrónomos buscan la vida extraterrestre, un grupo de mujeres remueve las piedras: busca a sus familiares.

Mejor Documental (Premios del Cine Europeo 2010)

  • IMDB Rating: 7,6
  • Rottentomatoes: 100%

Película / Subtítulo

Si Paul Auster, personaje principal de la novela “La invención de la soledad”, tiene razón, son los lugares los que albergan los recuerdos, no nuestra mente. La memoria está en ellos y nuestro paso por los sitios los despierta. Nostalgia de la Luz (Patricio Guzmán, 2010) es, de entrada, un documental sobre el desierto de Atacama en Chile y todas las historias (presentes, pasadas y futuras) que encierra. El poeta Raúl Zurita, también chileno, en su obra “INRI” escribe intempestivamente que “El desierto de Chile grita”. En Nostalgia de la Luz la voz del desierto es ambigua, generosa, susurrante, estrambótica y desgarradora. Con su superficie de 105 mil kilómetros cuadrados no puede ser de otra manera. En él el tiempo se evapora. Los insectos no existen. Sólo los cuerpos muertos arriba y abajo y un puñado de hombres y mujeres que rastrean incesantemente cualquier resto de calcio que proporcione alguna explicación.

Es imposible no involucrarse emotivamente con Nostalgia de la Luz (que actualmente se exhibe en la CIneteca Nacional). Una voz en off, la del director, nos introduce al desierto como parte de su intimidad: lo que ocurre allí también le pertenece: le pertenecen las observaciones astronómicas que realizan numerosos y potentísimos telescopios, los vestigios de un conglomerado de casas de mineros de aquel lejano ciclo del salitre (1880-1930), los dibujos de nativos sobre piedras inmortales, las celdas donde fueron hacinados hombres y mujeres opositores al Régimen Militar de Pinochet (1973-1990), los cadáveres torturados y desaparecidos que son buscados por madres, hermanas, esposas, tías y abuelas. Sólo aceptando la intimidad que nos impone desde un principio el documental, cada una de las capas desplegará su anchura y su profundidad.

El genio de Guzmán lo lleva a elegir historias inolvidables, ejemplares por su tragedia, por su osadía y por su inquietante simbolismo: Chile es un país de recuerdos y de olvidos. Mientras un grupo de astrónomos es elogiado por sumergirse tratando de encontrar los orígenes del universo, otro grupo de mujeres que desean recuperar los restos de sus familiares es llamado a superar lo ocurrido. Pero Guzmán no busca la univocidad de sus entrevistados y entrevistadas; al contrario, el coro de testimonios nos refleja que un grano de arena nunca significará lo mismo para dos personas. y que la historia es vivida y padecida siempre de distinto modo. Si bien una mujer puede encontrar en un pie descompuesto la posibilidad de despedirse, otra no se conforma sólo con la mandíbula porque a su familiar se lo llevaron entero. Si bien una mujer anhela que existan telescopios capaces de rastrear la tierra con la misma vehemencia que otean el espacio, otra ha encontrado en la astronomía un aliciente para sobrevivir después de la desaparición de sus padres. La dimensión de cada hecho histórico y cosmológico que ocurre y ocurrió en Atacama es tratada con relatividad. Y esto no es un defecto sino quizá el mayor acierto del documental. Si comparamos los problemas de Chile con el tamaño del universo, éstos se ven tan diminutos como una canica. En cambio, si tratamos de poner los problemas de Chile sobre una mesa, se revelarán del tamaño de una galaxia. Pocas películas tienen la virtud de poner al ser humano en su justa y terrible posición: una especie fugaz y diminuta en la historia del Cosmos, y obstinadamente perversa y aniquiladora.

Jean Luc-Nancy escribió que una sociedad que no trata con dignidad a sus muertos ha perdido el rumbo por completo. La historia reciente de Chile y de América Latina es un doloroso ejemplo de ello: al mismo tiempo que centenares de huesos esperan en cajas de cartón ser reconocidos, otros miles permanecen ocultos en la indescifrable memoria de los perpetradores y en algún rincón del mar y del desierto. No es extraño, por ello, que Raúl Zurita afirme que “es cosa común que las estrellas formen una cruz sobre nuestras caras muertas” y que Guzmán concluya su documental recordándonos que la Vía Láctea pasa cada noche encima de Santiago y nadie ya puede verla.  Hemos perdido toda luz. Ya sólo nos queda la nostalgia: ese dolor por la casa en la que un día fuimos felices y ahora está perdida. (Samuel Lagunas – correcamara.com.mx)