Un caso sin resolver ocurrido en los alrededores de Paranoid Park, un parque público conflictivo de Portland, lleva a los detectives a investigar en un instituto de los alrededores.

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 67%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Paranoid Park es la historia de un chico de 16 años completamente perdido en el mundo, al que sólo se conecta mediante su afición al monopatí­n. Una noche tiene la mala suerte de provocar un catastrófico accidente. Hay muertos. Lo que sigue a continuación examina el estado mental de Alex, para quien el accidente que ha causado es simplemente una especie de ruido de fondo en su cabeza: no le entra el pánico, no parece tener remordimientos, simplemente es una experiencia completamente nueva para él. Parece tener una cierta noción del acto, pero todaví­a no acaba de decidir si es bueno respecto a qué, o malo respecto a qué. Para él se trata de otro dí­a más, seguido de otro dí­a, y otro dí­a, mientras la Policí­a comienza a estrechar la pista sobre él, un peligro que ni siquiera es capaz de interrumpir el permanente estado de estupor en el que se encuentra nuestro protagonista.

Paranoid Park es el penúltimo film del realizador Gus Van Sant, un director cuyas pelí­culas se han distinguido casi siempre por abordar el tema de la soledad y la desconexión. En este sentido, este es su film temáticamente más potente desde Elephant (2003). Es una pelí­cula además en la que recupera un talento particular que tiene, que es describir de manera excepcional el entorno en el que viven los protagonistas, en especial el semiderruido parque Paranoid, habitual lugar de reunión de los skaters de Portland. Lo consigue gracias a un dominio extraordinario de la fotografí­a (combinando los 16 mm de Christopher Doyle con el Super 8 de Rain Li consigue planos semiimprovisados muy bonitos) y a una especial percepción para entender el mundillo en el que viven los skaters. Por otro lado y por desgracia, a Gus Van Sant le suele traicionar su estilo, y cae en una trampa en la no cayó por los pelos hace seis años: vuelve a rodar poniendo un brazo de distancia entre la pelí­cula y el público, pero siempre termina consiguiendo que su labor como director se note más de lo necesario. Dicho de otra forma, estamos a dos kilómetros de distancia, de un libro narrado por un tipo que, bastante de vez en cuando, nos recuerda lo bien que está leyendo.

Pero es un tipo con una sensibilidad muy especial y la pelí­cula maneja relaciones con un grado de intimidad que no estamos muy acostumbrados a ver en el cine. Somos capaces de percibir una especie de conflicto interno en Alex, sobre las repercusiones de sus actos, sobre la forma en la que se desarrolla su incómoda relación con su novia, Jennifer, sobre la percepción que sus padres tienen de él, la Policí­a, el colegio, sus amigos. Tiene 16 años y actúa como si tuviera 80, dispuesto a esperar a ver qué sucede. Son los mismos sentimientos que solemos ver en el cine sobre adolescentes (soledad, aislamiento, incomunicación, confusión), pero ahogados con una almohada. Independientemente de vuestra opinión sobre el film, creo que coincidiréis conmigo en que dirigir un planteamiento así­ no es fácil.

El film pertenece casi única y exclusivamente a Gabe Nevins, el actor que interpreta a Alex, uno más de la larga, larga lista de actores adolescentes a los que Van Sant examina con su cámara desde cada faceta, tanto fí­sica como psicológica, siempre atento a la fina linea que diferencia la curiosidad del refocilamiento. Nevins no lo hace mal, capta algunas cosas, deja entrever que no está del todo dormido, pero parece atravesar las mismas dificultades que su personaje para comprender como debe sentirse en ese momento. Es una interpretación tan contenida, que en algunas ocasiones no llega, porque está muy regulada por Van Sant, quien prefiere comunicarnos el estado del personaje por otros medios, la fotografí­a, el sonido, la puesta en escena en general, y no siempre logra transmitirnos con rotundidad la desconexión en la que vive el prota. Yo opino que en este caso, la ausencia de secundarios de peso es un problema. Es difí­cil demostrar que vivimos aislados si no lo contrastamos a través de la relación, de la falta de relación más bien, con otras personas. Pero esas otras personas tienen que “estar”, de alguna manera. En Paranoid Park, la gente que rodea a Alex son simples satélites. Están ahí­ y ya. Por eso a veces la peli se queda corta.

El apartado técnico es brillante. A la ya mencionada fotografí­a conjunta de Doyle y Li hay que añadir el extraordinario peso que tiene el sonido de este film, uno de los pocos que realmente logran hacer buen uso de la expresión “paisaje sonoro”. Desde Beethoven hasta Nino Rota, pasando por Eliott Smith, una variedad de géneros que se combinan sobre la imagen formando una pieza completa. A veces es demasiada información, a veces logra reemplazar al mismo protagonista, a veces encaja y logramos adentrarnos un poco en el conflicto emocional de Alex. Van Sant hace estas cosas porque, en lo que a narrativa tradicional se refiere, lo tiene todo dominado, desde las imágenes de los skateboarders en el parque, hasta la escena del primer interrogatorio policial a Alex, donde el mensaje del film llega con claridad meridiana –por no mencionar que hay suspense–: Daniel Liu representa perfectamente a un policí­a sólido, hombre de mundo, profesional, según las reglas, que es justamente todo lo contrario que Alex es.

Paranoid Park es un film que esconde mucho sus respuestas. Para ser una pelí­cula que habla tanto de nosotros en relación con el mundo real, es demasiado existencial. A veces parece enfocada y concentrada en explicar su mensaje, en otras parece rota y perdida, literalmente, entre multitud de imágenes y sonidos. Vale la pena por la estética y por el planteamiento, por su valentí­a a la hora de permitir que decidamos a qué se debe la confusión que experimenta el protagonista, su falta de reacción ante las cosas. Pero a veces sus ideas no tienen la resonancia suficiente porque Van Sant se cierra demasiado en el mundo de Alex y le falta abrirse al exterior, a veces Van Sant se queda ensimismado con el plano tan chulo que le ha salido. Sin embargo, sólo en determinadas ocasiones, y por estas vale la pena, el film consigue transmitirnos un mensaje que parece descubrir la realidad de muchos problemas: a veces la gente, como Alex, nace sin un manual de instrucciones. (Rafa Martín – LasHorasPerdidas.com)