Spartacus era un esclavo tracio que fue vendido como gladiador a Léntulo Batiato. En Italia promovió y dirigió la rebelión de los esclavos (73-71 a.C.) contra la República romana. A medida que recorrían el país, innumerables esclavos se iban sumando a la rebelión. Spartacus intentará llegar con su ejército al sur de Italia para poner rumbo a sus hogares.

Mejor Actor de Reparto, Mejor Fotografía, Vestuario y Dirección Artística en los Premios Oscar 1960
Mejor Película – Drama en los Globos de Oro 1960

  • IMDb Rating: 7,9
  • RottenTomatoes: 93%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Tras Paths of Glory, cuyo estreno estuvo prohibido en muchos países durante años, Stanley Kubrick no tenía demasiadas oportunidades para dirigir otra película. Fue precisamente el protagonista principal de esta última, Kirk Douglas, quien pensó en el director neoyorquino para hacerse cargo de una monumental superproducción —citando al gran Goyo, para los de la LOGSE, un blockbuster— en la línea de las que solían hacer en aquella época dentro del cine histórico. Films como Quo Vadis, The Fall of the Roman Empire, King of Kings, 55 Days at Peking o la Ben-Hur están en la memoria de cualquier cinéfilo.

Spartacus es, junto al film de Wyler, la mejor de todo este grupo de películas. Un emocionante, entretenidísimo y extenso largometraje sobre la vida del esclavo tracio que fue uno de los líderes de la más importante rebelión contra la Antigua república romana. 190 minutos extraordinarios de puro cine en la película menos personal de Kubrick y curiosamente la más defendida de su filmografía, aquella que pone de acuerdo a admiradores y detractores de Kubrick. ¿No es una gran ironía?

Lo cierto es que Kubrick no estuvo en el proyecto desde el principio. La primera semana de rodaje era Anthony Mann el que sentaba en la silla del director, pero tenía continuas diferencias creativas con el productor del film, Kirk Douglas, quien quería un film menos clásico de lo que Mann pretendía. Lo gracioso del asunto es que Anthony Mann fue un especialista con mucho éxito en este tipo de superproducciones —aunque realmente debe ser recordado por sus maravillosos westerns con James Stewart—, pero esta vez chocó de frente contra un productor que tenía las cosas muy claras sobre lo que quería hacer con la película y que le despidió para sustituirle por Stanley Kubrick. La secuencia inicial en las canteras es la única que llegó a filmar Mann.

Pero el director de Dr. Strangelove no las tenía todas consigo. Douglas quería a un director al que pudiese controlar y eligió a Kubrick por lo bien que había dirigido el mencionado film bélico y por lo bien que se llevaron durante aquel rodaje. Sin embargo esa buena relación se vio truncada durante la filmación de Spartacus. El director, por primera y única vez en su carrera, no tenía poder sobre el guión el cual consideraba bastante malo y absurdo, afirmación que no deja de sorprender por venir de quien viene pues estamos ante uno de esos minuciosos trabajos de Dalton Trumbo, en el que no faltan fuertes y sutiles referencias políticas. De hecho, podríamos decir que Spartacus es probablemente la más grande película política de la historia del cine. Su historia y mensaje son tan antiguos como lo es el hombre. El eterno enfrentamiento entre el pueblo sometido y las injusticias de la poderosa tiranía.

1960 fue un año muy importante para Dalton Trumbo. Perseguido durante la famosa caza de brujas del senador McCarthy —y que le llevó a protagonizar una de las anécdotas más famosas de la historia de los Oscars cuando lo ganó por The Brave One bajo el seudónimo de Robert Rich y “nadie” se levantó a recogerlo, recibiéndolo casi 20 años después, en 1975, poco antes de su muerte— por fin pudo poner su nombre en los créditos no sólo de una película sino de dos, la presente y la magnífica Exodus de Otto Preminger. En el film de Kubrick puso toda la carne en el asador aunque el guión no fuera del agrado del director; no se cortó ni lo más mínimo e hizo una dura crítica al poder establecido, a la tiranía y reflejó la incomodidad general del país en el personaje central, Spartacus, un hombre sencillo y valiente que descubrió que un sólo individuo puede marcar la diferencia.

De todo el cúmulo de maravillosa secuencias que contieneSpartacus hay una que me parece esencial, única y que tiene lugar en el que probablemente sea el mejor tramo del film, aquel que transcurre en la escuela de gladiadores en la que Espartaco es entrenado como máquina de matar mientras se enamora de una bella esclava de nombre Varinia (Jean Simmons). Para entretener la visita del importante Marco Craso, al que da vida un impresionante Laurence Olivier, el encargado de la escuela, Batiatus —inmenso Peter Ustinov que ganaría un Oscar por su labor— accede a que cuatro gladiadores se enfrenten a muerte en la arena. El primer combate tiene lugar fuera de campo mientras Kubrick coloca la cámara dentro del habitáculo en el que esperan los otros dos gladiadores, Spartacus y Draba, para enfrentarse. La tensión aumenta pues ambos saben que uno de los dos no volverá con vida. El primer combate termina y los dos gladiadores salen a la arena, luchan encarnizadamente y cuando Draba tiene la vida de Spartacusen sus manos, sucede algo emocionante que no vamos a develar aquí. Spartacus entiende entonces que un sólo hombre puede marcar la diferencia, y que para ello se tiene que estar dispuesto incluso a dar la vida. El líder de la rebelión romana vive desde la decisión de Draba un tiempo prestado y lo va a aprovechar. Es por eso que realmente dicha rebelión no es en realidad la de Spartacus, sino la de Draba. Primer punto de inflexión en la vida de Spartacus. El segundo ocurre cuando el amor de su vida es llevado de su lado, y Spartacus se rebela contra sus guardianes ayudado por sus compañeros gladiadores. La fuga de la escuela es todo un prodigio de montaje y ritmo. Atención a la cámara de Kubrick, colocada en los adecuados ángulos que infieren grandeza y emoción a otro momento culmen —y muy esperado por el espectador— del relato.

Spartacus es como decíamos la película menos personal de Kubrick, pero un film poco personal no es necesariamente malo y éste es la prueba de ello. Douglas controló en todo momento al genio —Caviaro lo llama Dios, Massanet sobrevalorado, yo lo llamo genio que es lo que era y siempre será— no dejándole tomar parte en la historia y logrande que acatase las decisiones del actor. Kubrick salió airoso de todo y demostró ser capaz de manejar una superproducción de gran presupuesto. Para dirigir a actores de la talla de Charles Laughton contó con la inestimable ayuda de Peter Ustinov quien reescribió todas los diálogos de Laughton, quien interrumpía cada dos por tres el rodaje tachando de absurda la historia —curioso, lo mismo que pensaba Kubrick—; aún con todo podemos comprobar que Laughton está soberbio como Graco teniendo en su haber algunas de las frases más ingeniosas de la historia como todo lo referente a las divinidades. Su suicido fuera de campo, vencido por la ascensión de la tiranía, es uno de los momentos más bellos del film.

Como bellas son las escenas que Kubrick mete cuando se trata de retratar al pueblo que huye buscando la libertad. Además de demostrar un gran manejo del formato scope y de las masas, Kubrick apuesta por lo íntimo cuando enfoca a ancianos y niños, o la emotiva escena de una pareja enterrando a su bebé muerto el cual no ha resistido la dureza del viaje. No hay maniqueo en una película que rehuye el panfleto político aún lanzando dardos envenenados al poder, y sobre todo el mensaje religioso. La libertad o el destino nada tienen que ver con la creencia en un dios absurdo. El hombre es el que decide, el que actúa y el que debe asumir las consecuencias.

En el momento de su estreno se eliminó una escena absolutamente vital. La famosa secuencia del baño donde Craso le habla a Antonino (Tony Curtis) sobre caracoles y ostras de claras connotaciones homosexuales. Y digo vital porque es precisamente esa charla la que convence a Antonino para abandonar a Craso y unirse a la causa de Spartacus por quien sentirá una gran admiración —no necesito nombrar el final de ambos personajes—. En 1991, cuando se decidió restaurar la película, se descubrió que la mencionada secuencia carecía de sonido. Tony Curtis volvió a doblar a su personaje, pero Olivier había fallecido por lo que se recurrió a Anthony Hopkins para doblar a Craso.

Spartacus es una película que puede verse las veces que sean, seguirá emocionando tal y como lo hizo en su momento, y su fuerza sigue viva 50 años después de su estreno, muy por encima de films posteriores que juegan a ser lo mismo. En un film reciente basada en cierta obra de Alan Moore podemos ver un intento de transmitir el mismo mensaje, de la misma forma que en el Braveheart de Mel Gibson podemos apreciar como la batalla final del film de Kubrick influyó de forma poderosa en el trabajo de Gibson. Sus influencias llegan hasta el cine de James Cameron, quien ni corto ni perezoso hizo un calco de cierto momento del film en su laureada Titanic.

Y es que ¿a quién no le gusta Spartacus? ¿Quién no desearía ser Spartacus? Magistral de principio a fin. Su éxito permitiría a Kubrick abarcar proyectos más personales y convertirse en el autor que todos conocemos. (Alberto Abuín – Espinof.com)