Chesley Sully Sullenberger es un piloto aéreo que en 2009 se convirtió en un héroe cuando, al poco de despegar, su avión se averió y logró realizar un aterrizaje forzoso del aparato en pleno río Hudson, en Nueva York, con 155 pasajeros a bordo.
- IMDb Rating: 7,7
- RottentTomatoes: 85%
Hay un momento, breve, en Sully, que tal vez sea la mejor escena de todo el año cinematográfico. El piloto que logró aterrizar su avión sobre el Río Hudson acaba de pasar por el momento más duro de su carrera y de su vida: ha debido aterrizar forzadamente en el río por la rotura de los motores del avión. Ha logrado “zafar” de la situación más que dignamente pero todavía no sabe del todo las consecuencias reales de su arriesgada decisión hasta que llega un colega y le confirma que los 155 pasajeros del vuelo sobrevivieron. Usando un plano de la mejor escuela spielbergiana, Eastwood acerca lentamente su cámara a la cara de Sully, el piloto interpretado por Tom Hanks. El hombre no dice nada pero su mirada se llena de emoción al saber que la arriesgada decisión que tomó salvó la vida de todos sus pasajeros. Misión cumplida.
No estoy “espoileando” nada: el caso del “Milagro en el Hudson” no solo es conocido sino que la película arranca, directamente, dándolo como un hecho consumado. Si bien Sully tiene varias idas y vueltas temporales sabemos de entrada que el hombre logró aterrizar su avión en medio del río en Nueva York y salvar a todos sus pasajeros. La película tomará esa situación para hablar de varias cosas. Narrativamente, se centrará en las explicaciones que Sully tiene que dar ante las autoridades por haber tomado esa decisión. Es cierto que salvó a todos, pero la pregunta es: ¿no podía haber aterrizado en alguno de los aeropuertos cercanos en vez de arriesgarse a un “amerizaje” con muy pocas posibilidades de resultar tan exitoso? ¿Tomó la decisión correcta o no?
Eastwood monta el filme como un rompecabezas temporal pero jamás el espectador se pierde en el relato de esta película inusualmente breve para lo que suele ser el cine de Clint (90 minutos en lugar de las habituales dos horas). El “juicio” (una suerte de “internal affairs” de la aeronáutica que recuerda al de Flight) tiene, al parecer, un objetivo central: responsabilizar al piloto de lo sucedido ya que, más allá de haber resultado exitoso, generará seguramente para la industria aeronáutica una serie de juicios y cosas por el estilo. A tal punto las autoridades lo presionan respecto a su decisión que Sully comienza a dudar. Es cierto, tiene 42 años de carrera como piloto, pero, ¿es posible que haya tomado una decisión equivocada por más que todo el mundo lo trate como un héroe?
Ese es el centro narrativo de Sully, pero el emocional, el temático, es el profesionalismo, la colaboración, la amistad, el trabajo en equipo. Como una película sacada directamente del manual de Howard Hawks, Eastwood no construye a un héroe, sino que muestra a un capacitado profesional y a los que colaboran con él haciendo bien y seriamente su trabajo, y confiando en el instinto que le da la experiencia de décadas a la hora de tomar la decisión correcta en el momento más difícil imaginable.
Es fundamental, además, para la excelencia de Sully contar con Tom Hanks como protagonista, un piloto experto y veterano pero que se fastidia con el circo que se ha montado alrededor de su acto de heroísmo, acto que él ni siquiera considera como tal: es lo que cualquier piloto debería hacer ante una situación así. Aaron Eckhart, como su copiloto, le agrega un importante eje a la trama: es la historia de un accidente real y de un equipo que lo sacó adelante pero también es la de dos amigos y compañeros que tuvieron que tomar una decisión radical en solo tres minutos y que hoy deben estar juntos y apoyándose, tanto ante las autoridades que buscan llegar a la idea de “la culpa fue del piloto” como ante los fans que los consideran –de manera que para ambos es excesiva– héroes.
Es que para ninguno de los dos hay heroísmo ni culpabilidad: hay seriedad y profesionalismo, la idea de que un trabajo debe hacerse bien, responsablemente, siguiendo las reglas pero también confiando en el instinto cuando la situación se vuelve inesperadamente –un bandada de pájaros destruye los motores del avión apenas despega– peligrosa y de vida o muerte. Sabemos lo que pasó todo el tiempo pero Eastwood consigue emocionarnos en cada uno de los flashbacks al día del accidente mostrando lo que pasa con los pilotos, las asistentes de a bordo, la torre de control, los pasajeros, los rescatistas. Cada tarea hecha responsable y dedicadamente para evitar una crisis es un acto de nobleza que conmueve.
Sin poner banderas ni música de alto impacto ni exagerar sentimentalismos, Clint hace una película profundamente emotiva y respetuosa de la mejor tradición del cine clásico norteamericano, más allá de su complejo entramado de tiempos narrativos. Es una película en la que el héroe lo es simplemente porque, con la ayuda de los otros, hace bien la tarea encomendada. Y punto. Viendo la lógica narrativa de la película (la solidaridad, el trabajo en equipo, el estar debidamente entrenado para la tarea que se hace) a veces cuesta entender ciertas posturas políticas del director, pero es evidente que su desprecio por la “burocracia estatal” llega a tal punto que a veces, en la vida real, lo hace cometer ciertos desatinos. Cuesta ver a esa persona que se burla de Obama en una película tan noble como Sully, pero eso siempre fue parte de esa contradicción andando que es Eastwood, un cineasta que –como Steven Spielberg– hoy encarna lo mejor, más noble, sutil y humano del cine estadounidense.
Sully es una de las mejores películas del año, pero en una industria que apuesta más por el alto impacto, seguramente se olvidará a la hora de los premios anuales. Siguiendo la lógica del filme, eso es lo de menos. Los aplausos y ovaciones son secundarios. Lo importante es hacer el trabajo lo mejor posible. Y eso, sin dudas, eso es lo que ha hecho, otra vez, el viejo Clint. (Diego Lerer – Micropsia)
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