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  • Oppenheimer (Christopher Nolan – 2023)

    Oppenheimer (Christopher Nolan – 2023)

    En tiempos de guerra, el brillante físico estadounidense Julius Robert Oppenheimer, al frente del «Proyecto Manhattan», lidera los ensayos nucleares para construir la bomba atómica para su país. Impactado por su poder destructivo, Oppenheimer se cuestiona las consecuencias morales de su creación. Desde entonces y el resto de su vida, se opondría firmemente al uso de armas nucleares.

    • IMDb Rating: 8,5
    • RottenTomatoes: 93%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Oppenheimer, dirigida por Christopher Nolan, muestra su intención desde las primeras escenas. La de contar dos historias a la vez, a través de líneas temporales distintas que corren en paralelo. Por un lado, la versión de Julius Robert Oppenheimer​ (Cillian Murphy) sobre el papel que le tocó protagonizar en un momento crítico. Al otro, un hecho histórico total y en cierta medida violento, que cambió para siempre, el equilibrio de poder en el mundo y la forma de entender la capacidad destructiva humana.

    Pero la cinta, no es, ni una biografía, ni tampoco, esencialmente, un drama histórico. El argumento se mueve los dos géneros y mantiene un delicado equilibrio a partir de dos visiones de la verdad. ¿Qué llevó a Oppenheimer a enfocar toda su determinación en crear un arma que, sabía, sería una fractura siniestra para la época? ¿Qué hizo necesario la fabricación de la bomba atómica en un período en el que el fantasma de la guerra era más real y amenazante que nunca?

    Christopher Nolan no intenta explorar en lo moral, mucho menos, en la percepción acerca de un dilema ético en puertas. Lo que desea es algo más audaz y lo logra a través de un argumento denso y angustioso. Dejar claro que tanto Oppenheimer como Estados Unidos no hicieron otra cosa que aceptar un destino inevitable. El de avanzar contra reloj y vencer el mal contemporáneo que se gestaba en Europa bajo la sombra de los nazis.

    Oppenheimer, de Christopher Nolan, es un acercamiento meticuloso y oscuro a una parte controvertida de la historia norteamericana. A través de la figura del científico, el director se adentra en cuestionamientos directos – y casi políticos – acerca de la carrera armamentista, la paz y la guerra. Lo que permite al argumento mostrar una dura época en que el mal menor era la única opción entre posibilidades, catastróficas.

    Pero la cinta, es también un logro técnico de considerable envergadura. No solo por el uso de un punto de vista subjetivo y otro objetivo, separados a través de uso del color. También, por la forma en que el guion y la edición, crean una atmósfera tenebrosa para avanzar hacia una tragedia.

    Puede parecer una justificación acerca a la carrera armamentista en plena Segunda Guerra Mundial. Pero el relato evita caer en posiciones maniqueas y muestra dos extremos de los sucesos que cuenta. Oppenheimer es un hombre convencido que la bomba atómica es una necesidad. En el mejor de los casos, una batalla a ciegas por evitar que un enemigo despiadado logre primero un triunfo científico de crucial importancia.

    Christopher Nolan muestra al personaje desde sus contradicciones y lo humaniza, gracias a una tensión interior que se vuelve más tenebrosa a medida que avanza la narración. Gradualmente, el científico titular comprende las múltiples consecuencias de sus decisiones. El hecho que está creando una posibilidad del futuro cuyos alcances son, en esencia y de manera forzosa, desastrosos.

    Pero para el físico teórico, no hay escapatoria. En el mejor de los casos, sabe que la decisión es por un mal menor. El guion, también escrito por el realizador, tiene la suficiente habilidad al explorar en la oscuridad del personaje sin juicios. Desde sus primeras apariciones, Oppenheimer es un hombre empecinado en lograr una forma de justicia. En detener una guerra, en tomar decisiones que nadie más podría.

    La trama lo convierte en una figura por momentos despiadada y en otras, abrumada por el peso insospechado de un protagonismo histórico que nunca pidió. Mucho menos, que sabe cómo entender, sustentar o elevar más allá del esfuerzo cada vez más desesperado por cumplir su deber. ¿Cuál es ese? La de evitar que una arma de potencia para una hecatombe esté en manos nazis.

    No obstante, bajo esa obsesión, subyace la osadía, la necesidad de improvisar, de comprobar las teorías largamente meditadas. Según el guion, Oppenheimer precisa encontrar un sentido a un esfuerzo intelectual que se compagina con sentimientos viscerales.

    La película no hace sencilla la percepción de su personaje principal y en ocasiones, enfatiza su cualidad temeraria. Pero a la vez, la angustia existencial de saber que lo que lleva a cabo, le empujará, pronto o más tarde, a un horror inevitable. Una y otra vez, el relato deja entrever qué tan consciente estuvo el científico que su obra solo era el comienzo de una tragedia histórica. También, el escaso margen de maniobra que tuvo para evitarlo.

    La trama utiliza algunas trampas sutiles en un intento de ocultar su narración a dos tiempos. La más inteligente y bien planteada, las tomas en blanco y negro que muestran la realidad detrás de la vida de Oppenheimer. Poco a poco, el relato se completa a sí mismo al mostrar el mundo que el científico tuvo que enfrentar. A la vez, los duros procesos interiores que le empujaron hacia contradicciones cada vez más evidentes en su criterio. El montaje pone a ambas situaciones en paralelo, aunque es obvio que ocurren antes o después de la línea central de los eventos.

    Pero el director se asegura que el relato y la edición, no den señales precisas de cuando ocurre cada suceso. De modo que la película parece encontrarse en un presente sutil y atemporal en que todo ocurre a la vez. La única señal notoria de hacia dónde transita la historia, es, por supuesto, el estallido de la bomba atómica. El temible e inquietante momento, en todos los esfuerzos, temores, esperanzas y ambiciones, se transforman en fuego puro.

    No se trata de una metáfora. Christopher Nolan encamina todos sus esfuerzos a recorrer cada detalle que conformó el proyecto Manhattan y la prueba Trinity. Lo que incluye, largos debates sobre ética, el peligro en puertas y la codicia de una época en que el riesgo atómico no era comparable al del enemigo con mejor armamento. El director y guionista es competente y formalmente sobrio, al contar meticulosamente una serie de sucesos, pero no en orden lineal. De manera que la cinta va desde Los Alamos, a una audiencia en el Congreso estadounidense hasta los diversos lugares en que las mentes más extraordinarias del mundo fueron reclutadas.

    Es entonces, cuando el largometraje hace gala de su espléndido elenco. Leslie Groves (Matt Damon), se convierte en un hilo conductor de sucesos y situaciones. Kitty Oppenheimer (Emily Blunt), tiene la firmeza necesaria de interpelar a su esposo, aunque el guion desaprovecha algunos de los mejores debates entre ambos. En especial, cuando deben asumir la carga de la responsabilidad que les incluye en una posibilidad aterradora. La de ser los artífices de un posible final de la historia humana.

    A través de la pareja, Oppenheimer plantea la idea que el logro del científico fue más una combinación de conocimientos y talentos. Que, a la vez, incluyó todo un contexto que le empujó a dar respuestas inmediatas a un dilema de la época. El guion explora en Norteamérica, convertida en el responsable de la paz mundial. También, en el único país — y sistema — capaz de encarar primero a los nazis y después, la posibilidad del poderío soviético.

    Algo parecido ocurre con el resto de los personajes. Jean Tatlock (Florence Pugh) tiene el peculiar peso de una voz de la conciencia para Oppenheimer, aunque el personaje —y la interpretación de la actriz— parece sub utilizados. Edward Teller (Benny Safdie) formula las preguntas necesarias y las incómodas, aunque la mayoría no tienen respuestas. Al otro lado, el Ernest Lawrence (Josh Harnett) es la encarnación de un país que desea vencer. Que sueña con la percepción del triunfo científico como moneda de cambio por la estabilidad global.

    Incluso, la aproximación a Lewis Strauss (Robert Downey Jr) es brillante en su sentido sobre la consecuencia política que sustituye la moral. Cuando finalmente se imputa y se señala a Oppenheimer por el invento que trajo la muerte y la victoria, no se realiza a partir del juicio ético. Al menos, Strauss no lo hace. Christopher Nolan usa a la figura para explorar en EE. UU. como escenario de una guerra frontal contra cualquier oposición. La arrogancia del poderío militar convertido en temor y amenaza subyacente.

    La película se sostiene bien entre múltiples escenarios, conversaciones y datos. Pero su gran objetivo, por supuesto, es mostrar la hecatombe atómica en todo su poderío, belleza terrorífica y detalle. La tan anunciada explosión es un logro técnico y visual que deslumbra y es, de hecho, lo que probablemente definirá a la película en el futuro. Es la conclusión de ambas líneas históricas y aunque tarda en llegar, sostiene todo lo planteado con anterioridad.

    De hecho, Oppenheimer analiza la finalidad del horror desde lo utilitario. La explosión de la bomba se describe con detalle y casi a través de los códigos del cine de terror. Es el miedo, de todos los personajes, de una nación entera, del mundo de la época, construido y sostenido en una llamarada que Christopher Nolan muestra casi mítica. Lenguas de fuego que avasallan cualquier debate y que profundizan en los puntos filosóficos planteados hasta entonces. La muerte es inevitable para la paz. La amenaza, para el equilibrio. El mensaje más escalofriante que la película deja a su paso. (Aglaia Berlutti – Hipertextual.com)

  • Les Choses Humaines (Yvan Attal – 2021)

    Les Choses Humaines (Yvan Attal – 2021)

    En Les Choses Humaines los Farel son una pareja poderosa: Jean es un destacado experto francés y su esposa Claire una ensayista conocida por su feminismo radical. Juntos tienen un hijo ejemplar, Alexandre, que estudia en una prestigiosa universidad estadounidense. Durante una breve visita a París, Alexandre conoce a Mila, la hija de la nueva pareja de su madre, y la invita a una fiesta. Al día siguiente, Mila presenta una denuncia contra Alexandre por violación, que destruye la armonía familiar y pone en marcha una inextricable máquina judicial mediática que confronta versiones opuestas.

    • IMDb Rating: 6,9
    • RottenTomatoes: 86%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    En octubre de 2017 surgió el #MeToo, movimiento viral que trató de canalizar las denuncias de acoso, primero en la industria del cine americana, después en toda la sociedad. Desde aquello, varias ficciones en cine y en televisión han tratado de hablar de abusos sexuales, acoso y violación. Películas como Bombshell, con Margott Robbie y Charlize Theron hablaban directamente de los abusos de Roger Ailes, jefazo de la Fox, The Assistant de Kitty Green hablaba del otrora todopoderoso Weinstein, sin mencionarlo. Retratos certeros y diferentes sobre una práctica constante que sufren las mujeres en el mundo de los medios y el espectáculo.

    Más allá de contar aquello, ha habido otras historias que se han centrado en el consentimiento. Una palabra sobre la que se ha debatido y mucho, al menos en España, tras la aprobación de la ley del ‘solo sí es sí’ que regula precisamente las condiciones en las que se produce un encuentro sexual consentido. Tras juicios como el de La Manada, el consentimiento pasaba a ser la pieza clave para juzgar los delitos sexuales y no la violencia producida. Pues bien, hemos encontrado la película que ejemplifica esta ley. Se titula Les Choses Humaines, la dirige Yvan Attal y la ha presentado fuera de concurso en el Festival de Cine de Venecia. Una adaptación de la exitosa novela Karine Tuil.

    Cuenta la historia de un matrimonio poderoso en Francia. El marido, Pierre Arditi, es un periodista televisivo a punto de recibir la Legión de Honor y ella, Charlotte Gainsbourg, es una feminista francesa, cuyo discurso no rechazaría Rocío Monasterio. Es decir, que culpa de la violencia que sufren las mujeres a la inmigración. Son el matrimonio perfecto, aunque llevan separados un tiempo y tienen un hijo más perfecto aún. Un joven, el actor Ben Attal hijo del director y de Gainsbourg, que estudio en Estados Unidos y que ha vuelto a París para asistir al reconocimiento que recibirá su padre de manos del presidente de la República. Todo se pone patas arriba cuando el niño bien es acusado de violación por una menor, hija del novio de su madre, un irreconocible Mathieu Kassovitz.

    Del drama familiar, la película pasa a centrarse en el juicio, en la credibilidad de la víctima. También en ese mantra que hemos escuchado en varias ocasiones de «pero es que le jodes la vida», refiriéndose al acusado, un joven que hizo una apuesta con los amigos solo para tirarse a la primera tía de la fiesta y se quedó con las bragas para demostrar que la había ganado.

    Es una historia de un hombre, pero también de un padre y un hijo. De cómo los hombres se protegen ante el abuso. O cómo durante siglos el deseo masculino es lo único que ha importado, sin pensar en la mujer ni en las consecuencias. La cultura de la violación existe y lo ocupa todo. De ahí el testimonio tremendo de una ex novia en el juicio donde retrata con resignación y casi con normalidad que practicaba sexo sin querer y obligada. Es ahí donde entra esa nueva ley, donde entra el debate al que hemos asistido de que una violación también existe cuando no hay violencia.

    Un relato que recuerda al de series como I May Destroy You, de Michaela Coel, donde cuenta cómo ni ella misma era consciente de que tener sexo drogada o sin dar el consentimiento también era un tipo de violación. Relatos que como Les choses humaines ahondan en esa zona gris del consentimiento, donde además entran en juego otros factores, la vergüenza de la víctima, un sistema judicial anticuado y una policía sin tacto para gestionar estos temas.

    Decía Attal que su idea era poner al público en la piel de un jurado, que en todo momento se pregunta qué pensar para hacer justicia y lo consigue, pero va más allá, porque la película refleja que hay la sociedad sigue culpando a las mujeres pese a todo. ¿Por qué fue a un callejón con él? ¿Por qué bebió? ¿Por qué no se fue? ¿Por qué no dijo no claramente? Todas las preguntas a las que una víctima de violación debe enfrentarse, sin saber la respuesta o sabiendo que si responde eso le quitará credibilidad en un jurado.

    Yvan Attal procede de una familia judía, nació en Tel Aviv y creció en París. Debutó primero como actor, en la película Un monde sans pitié, con la que ganó el César. Su primera película como director fue Ma Femme est une Actrice, protagonizada ya por Charlotte Gainsbourg, su pareja en la vida real. Las relaciones familiares son una constante en sus historias, en las que suele aparecer el judaísmo o la religión. En Les Choses Humaines lo incluye en el personaje de la madre de la víctima. Una mujer judía ortodoxa que ve cómo su hija ha sido violada. Una cuetión importante, ya que hace que la víctima no sea sincera, sienta vergüenza y miedo de lo que la madre pueda pensar.

    “Los grises son la excusa de los hombres para justificar todos sus actos”, dice en un momento la víctima. Y es terriblemente cierto. Una víctima que pasa dos veces un calvario, el de la violación y del de lograr ser creíble. El de dejar claro que una mujer también tiene voluntad, derechos al deseo y derecho a decir no cuando quiera, aunque sea a oscuras. (Pepa Blanes – CadenaSer.com)

  • Saint Omer (Alice Diop – 2022)

    Saint Omer (Alice Diop – 2022)

    Tribunal de Saint Omer. La joven novelista Rama asiste al juicio de Laurence Coly, una joven acusada de matar a su hija de 15 meses al abandonarla a la subida de la marea en una playa del norte de Francia. Pero a medida que avanza el juicio, las palabras de la acusada y los testimonios de los testigos harán tambalear las convicciones de Rama y pondrán en duda el propio juicio.

    Gran Premio del Jurado y Mejor Ópera Prima en el Festival de Venecia 2022
    Mejor Película y Mejor Guión en el Festival de Sevilla 2022
    • IMDb Rating: 6,9
    • RottenTomatoes: 94%

    Película / Subtítulo (Calidad 1080p)

     

    El paso a la ficción de la conocida documentalista Alice Diop no la ha llevado a alejarse de los temas que habitualmente había abordado hasta ahora en sus películas, que en varios casos están disponibles en MUBI. Esa mirada puesta en injusticias e historias íntimas que se vinculan con los inmigrantes que (sobre)viven en las periferias de las grandes ciudades también conforma una parte esencial de Saint Omer, sin dudas de lo mejor que ha podido verse en la Competencia Oficial de Venecia.

    Los fait divers son una verdadera institución de la cultura y el periodismo de Francia. Esas pequeñas noticias, habitualmente ligadas con lo policial pero siempre con una vuelta de tuerca que pretende enganchar al lector por el lado del morbo, del voyeurismo, la extravagancia o la sorpresa, han sabido generar una abundante cantera de historias que llegaron a la pantalla grande. El tema y la brevedad permiten que el “adaptador” dé rienda suelta a su creatividad para completar y explicar ese telegráfico texto, proteico en sentidos posibles. Claude Chabrol, por ejemplo, ha sabido abrevar en dicha fuente como punto de partida, disparador o influencia de varias de sus mejores obras, al ser una mixtura perfecta de elementos policiales y melodramáticos, de misterio y culebrón. En este caso, Diop parte de una noticia real sobre un hecho acaecido en 2013: una muy joven madre deja a su hija de 15 meses en una playa del norte de Francia para que el mar se la lleve.

    La realizadora destina gran parte del metraje de Saint Omer al proceso seguido contra la filicida, al que dedica el tiempo necesario para que las palabras y los silencios vayan permitiendo que a la dinámica burocrática se imponga el peso y la emoción de la situación planteada. La mirada es la de Rama, escritora que cubre el juicio pensando en la elaboración de su próximo libro, en el que piensa traer a nuestros días el mito de Medea. Ella está, además, embarazada. Este vínculo no es explotado sino que va tiñendo la deriva narrativa, extrañándola, como esa música que tan poco tiene que ver con lo que el lugar común indica para una película de juicio o el drama familiar o social.

    La acusada, Laurence Coly (una extraordinariamente ambigua Guslagie Malanda) es un personaje enigmático, inasible, que por momentos lleva a hacernos dudar de su equilibrio mental y por otros pareciera ser una farsante sin límites. Esa manera de evitar la empatía inmediata y la posibilidad de algún tipo de componente fantástico (¿una maldición o gualicho?) lejos de ocultar evidencian el choque de culturas implícito en ese juicio. La imputada en todo momento reconoce el hecho, lo que pone en dudas es su responsabilidad. Y no porque la niegue. El planteamiento que la imputada realiza es tan sencillo como profundo: ella también quiere descubrir la verdad de los hechos a través del proceso que se lleva en su contra.

    La imposibilidad de descubrir la verdad o la necesidad de aceptar como tal a la versión que puede construirse o reconstruirse en los estrados de los tribunales, la puesta en duda de la naturaleza y alcance de ese deber pretendidamente consustancial a la humanidad que sería la maternidad, los temas que se plantean nos atraviesan y ello sucede sin que casi existan referencias o instancias por fuera del juzgado donde sucede la acción.

    Principio y fin refieren a la situación personal, laboral y familiar de Rama, pero la mayor parte del film, como se dijo, se concentra en el juicio. Con más preguntas que respuestas, Diop filma el litigio respetando sus ritos, con planos frontales y fijos que dejan que las palabras construyan el misterio y el horror, que quedan en el fuera de campo. La potencia de lo dicho contrasta con la decisión de no acompañar ese relato con imagen alguna de los hechos. La contundencia de aquello que se enjuicia no logra que se desvanezca del todo cierta sensación de estar presenciando la referencia a meras abstracciones.

    La puesta en escena que nos hace pensar en el documental confronta con la extrañeza propia del cine de género cuando la cámara deja de posarse en lo que Rama ve para mirarla a ella. Potente y compleja, Saint Omer (que se llevó el premio especial de un jurado que tuvo la “osadía” de otorgar el premio mayor a un documental) no sólo confirma la arbitrariedad y falta de actualidad de la pretendida distinción basada en el carácter ficcional o no de una obra, sino que recuerda que más allá del tema tratado lo que hace la diferencia es cómo se lo lleva a la pantalla. (Fernando E. Juan Lima – OtrosCines.com)

  • Holy Spider (Ali Abbasi – 2022)

    Holy Spider (Ali Abbasi – 2022)

    Holy Spider sucede en Irán, en 2001. Una periodista de Teherán se sumerge en los barrios con peor reputación de la ciudad santa de Mashhad para investigar una serie de feminicidios. Pronto se dará cuenta de que las autoridades locales no tienen ninguna prisa por resolver el asunto. Los crímenes son obra de un solo hombre, que asegura purificar la ciudad de sus pecados y que ataca a prostitutas por la noche.

    Mejor Actriz en el Festival de Cannes 2022

    • IMDb Rating: 7,3
    • RottenTomatoes: 84%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    El futbolista iraní Amir Nasr-Azadani ha sido condenado el 9 de enero a 26 años de cárcel por apoyar las protestas de su país contra la represión del régimen de los ayatollah contra las restricciones de derechos de las mujeres. Pudo haber sido condenado a muerte pero, finalmente, una supuesta agresión contra las fuerzas del orden ha sido usada como causa de la condena. La película Holy Spider se estrena en la misma semana.

    Algo que podría pasar como una coincidencia tiene una consistencia cultural insólita, prácticamente inédita por su cercanía temporal, ya que lo que cuenta la película tiene una rima ineludible con el momento por el que pasa Irán actualmente. El país vive sumido en protestas desde septiembre, desatadas tras la muerte de Mahsa Amini, una joven de 23 años, a manos de la llamada «policía de la moral», lo que ha llevado a un movimiento de lucha liderado por mujeres, que hasta ahora ha tenido como consecuencia ejecuciones, muertes de cientos de personas y miles de heridos.

    Un momento crítico en el que mucha parte de la sociedad está reaccionando, una reacción que la película Holy Spider dibuja como un conflicto profundo dentro de la sociedad del país, en el que el castigo de las mujeres por causas religiosas no está mal visto por una gran parte de la población. Es significativo cómo Ali Abassi nos ubica en el marco temporal de la historia con un plano de las noticias que nos muestra la caída de las torres gemelas de Nueva York, un evento que ya tiene más de 20 años, pero que resuena en nuestra memoria con la modernidad recién estrenada del siglo XXI.

    Una pequeña guía visual para ubicarnos en los meses entre 2000 y 2001, cuando dieciséis trabajadoras sexuales, muchas de ellas drogadictas, fueron víctimas de un asesino en serie en la ciudad santa de Mashhad, en el noreste de Irán. La película nunca busca esquivar la identidad del responsable, sino todo lo contrario, nos muestra el día a día de este trabajador de la construcción obsesionado con limpiar las calles de la ciudad de mujeres “moralmente corruptas”. Lo llamaban la araña porque atraía o a las prostitutas a su propia casa, en donde las estrangulaba, envolvía sus cuerpos y las arrojaba fuera de la ciudad.

    Hasta ese punto, la película cuenta sus crímenes como una película thriller al uso, más sórdida y difícil de lo habitual, pero cuando resuelve su detención comienza una obra menos fácil de calibrar, cubriendo su juicio, en el que muchos apoyaron sus acciones, exponiendo una problemática que va más allá de la crónica negra. El director Ali Abbasi parece hacer una respuesta a la problemática Killer Spider (2020), otra película sobre el asesino, tomando el ángulo ficticio de una periodista, Rahimi (Zar Amir Ebrahimi) , que viaja desde Teherán a Mashhad para cubrir el caso.

    Tocando temas tabú en el cine iraní, como la desnudez, el sexo, el uso de drogas y la prostitución, Holy Spider escapa del marco de la censura gracias a su producción internacional, tomando muchos puntos reales de la investigación, pero sin abandonar la historia de Saeed (Mehdi Bajestani), exponiéndolo desde el principio como un hombre de familia, un padre dedicado y esposo fiel, pero también como un hombre despiadado, recogiendo mujeres en su motocicleta y estrangulándolas en su casa mientras su esposa está fuera.

    Nunca se excusan sus acciones, pero hace entender cómo no solo puede llevar fácilmente esa doble vida, sino llega a hacerse creíble cómo sus vecinos y amigos lo apoyaban, incluso con multitudes exigiendo su libertad. Es en ese último tercio de la película cuando realmente se vuelve realmente interesante, abordando los ángulos políticos, religiosos y sociales y su relación cruzada, con los líderes de cada facción representados y dejando una coda escalofriante en sus últimas escenas, donde se muestra el poder de contagio de la misoginia sistémica en las familias y núcleos religiosos.

    Holy Spider es una mirada negra a los rincones más oscuros de Mashhad con una excelente actuación de Ebrahimi. La propia actriz, que huyó de Irán tras la divulgación sin su consentimiento de un vídeo íntimo, antes de un juicio que la condenó a 10 años de prisión y 99 latigazos con una correa de cuero, ha retomado aquí su carrera, haciendo una mezcla de lucha y nerviosismo por el peligro que siempre rodea a su personaje. Holy Spider muestra una violencia desnuda, con alguna escena de sexo explícito y otras que resultan imborrables en su tristeza descarnada, como la de la alfombra.

    Tras la fantástica Gräns, Abbasi compone una rotunda pieza de true crime con dos partes bien diferenciadas, una con escenas de tensión con ribetes del realismo pesadillesco de Frenzy (1972) de Alfred Hitchcock y otra, mucho más reflexiva, que analiza el odio a las mujeres sistémico del fundamentalismo estatal, en una amarga reflexión sobre cómo el mal se transmite entre generaciones, una pieza casi periodística que oscila entre  The Boston Strangler  (1968) y In Cold Blood (1967). Imprescindible, y tristemente muy actual. (Jorge Loses – Espinof.com)